Virtudes colaterales
La tecnología de las vacunas tendrá muchas otras aplicaciones a medio plazo
Suele decirse que la educación, la sanidad y la ciencia no son un gasto, sino una inversión. No sé cuántos economistas suscribirán ese principio, pero los científicos saben que es cierto desde tiempos de Newton. El rácano sueldo que cobraban Faraday y Maxwell por experimentar y pensar fue la mejor inversión que hizo el imperio británico en el siglo XIX, pues generó inesperadamente la revolución de la energía eléctrica en la que seguimos inmersos casi un siglo y medio después. La motivación de Watson, Crick y Franklin para descubrir la doble hélice del ADN era entender el mundo, no revolucionar...
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Suele decirse que la educación, la sanidad y la ciencia no son un gasto, sino una inversión. No sé cuántos economistas suscribirán ese principio, pero los científicos saben que es cierto desde tiempos de Newton. El rácano sueldo que cobraban Faraday y Maxwell por experimentar y pensar fue la mejor inversión que hizo el imperio británico en el siglo XIX, pues generó inesperadamente la revolución de la energía eléctrica en la que seguimos inmersos casi un siglo y medio después. La motivación de Watson, Crick y Franklin para descubrir la doble hélice del ADN era entender el mundo, no revolucionar la medicina, aunque esto es justo lo que está pasando ahora.
Mientras hacía el ganso con proclamas negacionistas y anticuerpos norteamericanos, Donald Trump liberó 9.000 millones de euros para el desarrollo de vacunas, en un ejemplo de hipocresía política, pero también de racionalidad económica. Su mentalidad de constructor de rascacielos entendió muy deprisa que vacunar a la gente ahorraría unos gastos –ahora sí— mucho mayores que esa inversión en ciencia, extraordinaria en el contexto pero modesta en el gran marco de las cosas financieras. Es seguramente lo único que ha hecho bien el presidente saliente durante la pandemia, y hay que reconocérselo. El hombre ya casi da pena.
Los 9.000 millones de Trump son una inversión fructífera, aunque Trump no lo llegue a ver
Pero, como siempre, los beneficios de esa inversión irán mucho más allá de lo previsto. Dos de las vacunas más rápidas, las de Pfizer y Moderna, ambas estadounidenses aunque con contribuciones esenciales de la alemana BioNTech, se fundamentan en una tecnología nueva y rompedora, el ya famoso ARN mensajero (mRNA en sus siglas universales), cuya extrema utilidad como vacuna está estimulando su investigación para otros usos. De hecho, BioNTech estaba experimentando con esta tecnología para el tratamiento del cáncer y fue la pandemia la que desvió su atención al desarrollo de vacunas. Una excelente idea, como sabemos ahora, pero que no anula el uso original para el que se estaba desarrollando esa tecnología. Muy al contrario, el éxito vacunal está estimulando un gran interés en su aplicación no solo al cáncer, sino también a otras enfermedades muy distintas. Kelly Servick detalla algunas para ‘Science’.
El mRNA no tiene ninguna relación especial con las vacunas, realmente. Se trata de una tecnología general para meter en las células un texto genético (gatacca…) que puede significar cualquier proteína. En el caso de las vacunas actuales, el texto genético significa la proteína de la espícula del coronavirus. La célula humana genera la espícula y la expone en su superficie, donde es reconocida por nuestro sistema inmune. Cuando llega el virus de verdad, el sistema inmune está preparado para yugularlo.
Pero hay muchas otras cosas que se pueden introducir en nuestras células. Una proteína que estimule el crecimiento de las arterias para reparar un corazón infartado, o la enzima que le falta a un niño con una enfermedad metabólica innata. Han sido hasta ahora investigaciones tentativas y secundarias, pero eso está a punto de cambiar. Los 9.000 millones de Trump son una inversión fructífera, aunque Trump no lo llegue a ver.
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