Demasiado inteligentes para ser biólogas
Dos brasileñas investigan cuánto influye la presión de padres y profesores para que las niñas desistan de las carreras científicas menos valoradas
Ambas lograron convertir la curiosidad de cuando eran niñas en una profesión, pero llegar hasta ahí implicó enfrentarse a la falta de referentes y… al fuego amigo. Cuando se conocieron en un curso posdoctoral en la Universidad Federal de Bahía, dos biólogas brasileñas descubrieron que compartían una desagradable experiencia: la de luchar contra los intentos de familia y profesorado para que e...
Ambas lograron convertir la curiosidad de cuando eran niñas en una profesión, pero llegar hasta ahí implicó enfrentarse a la falta de referentes y… al fuego amigo. Cuando se conocieron en un curso posdoctoral en la Universidad Federal de Bahía, dos biólogas brasileñas descubrieron que compartían una desagradable experiencia: la de luchar contra los intentos de familia y profesorado para que eligieran otra carrera con más futuro.
“A mí me dijeron que ser bióloga era un desperdicio para mi inteligencia”, explica Luciana Leite (Salvador, 1986), “que mejor me hacía médica”. Ganaría más, viviría mejor, con más estabilidad, le dijeron. “Ahora soy doctora, pero en Biología”, dispara con una sonrisa de satisfacción durante una reciente entrevista con ambas por videoconferencia.
Luisa Diele Viegas (Río de Janeiro, 1992) es la primera científica de su familia. Recalca que sus padres sí que la apoyaron. Lo que no se esperaba era que, en su primera clase de zoología, el profesor los desanimara abiertamente: “Si estás aquí para ganar dinero, vete. Si es para disfrutar, ¡suerte!’, nos dijo”. Ella, que llegaba toda ilusionada, sufrió una decepción inmensa, pero perseveró.
Juntas realizan ahora una investigación para medir la influencia de familias, profesores y amigos en que las niñas renuncien a emprender carreras en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas. Los protagonistas de su experimento son el alumnado de una escuela pública de Lauro Freitas, una ciudad en la zona metropolitana de Salvador de Bahía, en el Brasil más empobrecido. Chavales de hogares humildes. A menudo las familias deconstruyen en casa lo que construimos en el aula, les confesó una profesora en el primer encuentro (virtual) de la plantilla con las científicas.
Leite y Diele Viegas escribieron recientemente un artículo en Nature titulado Demasiado inteligentes para la ciencia: cómo dos brasileñas devolvieron el golpe en el que relatan su experiencia y anuncian la investigación que desgranan para este diario. La primera conversa desde Foz de Iguaçu, la segunda desde Maryland. Su hipótesis es que en países como Brasil, donde la ciencia está infravalorada y es víctima de radicales recortes, los esfuerzos para que los hijos, alumnos o amigos renuncien a sus sueños de convertirse en científicos o la presión para que vayan a las carreras más lucrativas son aún más intensos en el caso de las niñas. Ese factor se suma a obstáculos tradicionales como la ausencia de modelos que emular.
En su grupo foco ya han encontrado niñas que no saben que las mujeres pueden ser científicas, que es una profesión. Muchas escolares brasileñas jamás se imaginarían como astronautas o ingenieras químicas, recalcan las investigadoras. La ciencia también sufre de duros recortes en Brasil. Pero padece un problema añadido desde que Jair Bolsonaro llegó al poder, hace dos años, porque el presidente de la república ataca de manera sistemática el trabajo y la credibilidad de los científicos, sea los que testan medicamentos para el coronavirus o los que miden la deforestación de la Amazonia.
Diele Viegas se gana la vida investigando cómo algo tan inmenso como el cambio climático o algo tan prosaico las carreteras afectan a lagartos, serpientes y sapos. Leite empezó su carrera académica inmersa en el mundo de los delfines, pero ahora estudia cómo las experiencias infantiles influyen en que los adultos tengan o no interés en la naturaleza.
Para su investigación sobre qué factores influyen a la hora de elegir carrera, que financia la Universidad Federal de Bahía, hicieron un tanteo, en la red de apoyo mutuo Kunhã Asé (mujer poderosa) que fundaron hace un año con otras científicas. Recabaron las historias de otras mujeres, muy similares a las suyas, con esos intentos familiares de alejarlas —por su bien, siempre— de carreras como biología, físicas, o matemáticas… este grupo, que ahora incluye a unas 50 personas, tiene tres líneas de actuación: sembrar, para inseminar la ciencia en las escuelas; germinar, para darse apoyo intelectual y emocional entre académicas y que ninguna desista; y florecer, para dar visibilidad a científicas y que sirvan de modelo a las más jóvenes.
La escuela piloto de sus pesquisas tiene 530 alumnos de 12 a 18 años. Han hablado con el profesorado sobre la desigualdad de género con el fin de que “eso desencadene un cambio de percepción” entre el alumnado. “Queremos entender qué factores influyen en la percepción de esos niños y si existe una diferencia de percepción entre las escuelas donde se trabaja la disparidad de género, donde los profesores y la dirección les presentan mujeres científicas versus escuelas que aún no tienen ese contacto”, explica Leite. Ambas utilizan siempre el término disparidad de género, no paridad.
Estas brasileñas comparten muchas quejas con investigadoras de todo el mundo, como el machismo, la invisibilidad o el castigo a la maternidad… pero además son huérfanas de una fugaz edad de oro reciente en la ciencia brasileña. El Gobierno de Dilma Rousseff envió a decenas de miles de científicos brasileños con becas a buenas universidades por todo el mundo. Con la destitución de la presidenta del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT) entre acusaciones de corrupción, el programa Ciencia Sin Fronteras sufrió un golpe mortal.
El objetivo eran 101.000 becas en cuatro años para que universitarios, doctorandos y doctores estudiaran en buenas universidades del extranjero. Si en 2016 el programa invirtió 1.240 millones de reales (360 millones de euros al cambio de la época), para 2019 prácticamente había muerto tras una caída del 99% en los fondos. La “transición de un Gobierno prociencia a uno anticiencia” ha sido traumática para muchos de ellos porque tuvieron que comprometerse a regresar a Brasil y están atrapados sin oportunidad de investigar en su país ni emigrar.
En Brasil las universidades públicas han estado históricamente mejor financiadas que las escuelas de educación básica. Aunque eso no siempre significara que tenían medios. Pero existen potentes instituciones científicas brasileñas, algunas centenarias, que hacen trabajo puntero e internacionalmente reconocido.
Diele Viegas investiga ahora en EEUU con una beca de la Universidad de Maryland. Destaca los enormes medios a su disposición, desde programas específicos para lidiar con hipotéticos casos de acoso sexual hasta, ahora en pandemia, zoom ilimitado o software de pago. Leite, en cambio, busca financiación para sus investigaciones en Brasil. Cuenta que, la última vez, le respondieron “el proyecto nos gusta, pero no tenemos dinero para financiarlo”. Insiste en que si al final se ve obligada a emigrar será también una pérdida para su patria. Aunque a menudo sea agotador y frustrante, ninguna de ellas parece arrepentirse de haber convertido su pasión por bichos y plantas en su profesión. Pese al fuego amigo.
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