¿A quién vacunamos primero?
Filósofos y expertos en ética de la salud alertan contra el riesgo de un reparto injusto de las vacunas
A medida que se acerca la obtención de una o varias vacunas contra el coronavirus, emerge una realidad: no habrá para todos, al menos al principio. Eso plantea el dilema de cómo repartir las primeras dosis. También explica los movimientos de muchos Gobiernos por hacerse con millones de viales de las candidatas mejor colocadas. Ahora, una veintena de expertos en ética de la salud pública y filósofos alertan contra la emergencia de un nacionalismo sanitario y propone un modelo para un reparto justo de las vacunas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha propuesto que, mientras no sob...
A medida que se acerca la obtención de una o varias vacunas contra el coronavirus, emerge una realidad: no habrá para todos, al menos al principio. Eso plantea el dilema de cómo repartir las primeras dosis. También explica los movimientos de muchos Gobiernos por hacerse con millones de viales de las candidatas mejor colocadas. Ahora, una veintena de expertos en ética de la salud pública y filósofos alertan contra la emergencia de un nacionalismo sanitario y propone un modelo para un reparto justo de las vacunas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha propuesto que, mientras no sobren, las vacunas se distribuyan en tres fases y de forma proporcional a la población de cada país: un 3% en una primera oleada, lograr inocularla al 20% en una segunda y llegar al 60% de la población en la tercera fase. Con este porcentaje se estima que se lograría la inmunidad de grupo, con los vacunados protegiendo a los que aún no lo hayan sido.
Un reparto según la población parece justo pero plantea dos problemas. Por un lado, los países más densamente poblados se llevarían la mayoría de las vacunas. Más importante aún, la pandemia no está golpeando igual en todos lados. Mientras España, con sus 47 millones de habitantes, se está acercando al medio millón de casos, Polonia, con 38 millones, apenas tiene 68.000, según datos de la OMS.
La otra gran propuesta para distribuir las primeras vacunas de forma equitativa plantea un reparto más cualitativo que cuantitativo. En estos planes, los primeros en recibir la inmunización deberían ser los más expuestos al virus y los que pueden sufrir la versión más dura de la covid: el personal sanitario que está en la línea de defensa, los mayores de 65 y los que tienen una enfermedad (comorbilidad) que podría agravar el curso de la enfermedad. Parece razonable.
El reparto de las vacunas según población no refleja el desigual impacto de la pandemia
“Probablemente, así es como los países deberían asignarlas internamente, aunque hay razones para pensar que con [la mayor disponibilidad de] equipos de protección personal, podría no ser necesario”, dice Ezekiel Emanuel, responsable de ética médica y salud pública en la Escuela Perelman de Medicina de la Universidad de Pensilvania (EE UU). “Pero sería un error hacerlo entre los países, ya que daría menos a las naciones con menos ingresos y menos trabajadores de la salud”. Además, también en los Estados menos desarrollados la población mayor de 65 años es significativamente más reducida, así como la incidencia de algunas patologías que, como las cardíacas o respiratorias, agravan el curso de la covid. “Todo esto sesgaría el reparto en favor de los países ricos”, concluye.
Junto a una veintena de colegas, Emanuel ha publicado en la revista Science un artículo que destaca los errores que, a su juicio, contienen los distintos modelos planteados hasta ahora para repartir la vacuna cuando llegue. El texto, en cuya redacción han intervenido expertos en ética de la salud, filósofos y especialistas en salud pública, alerta de la emergencia de una especie de nacionalismo sanitario en el que los países con la ciencia y tecnología suficientes para investigar con vacunas y aquellos que tienen más dinero para pagarlas amagan con acaparar la producción.
“Este nacionalismo de las vacunas es muy real”, apunta Emanuel. Y menciona la polémica entre Francia y Sanofi, una farmacéutica gala que investiga su propia vacuna, por sus negociaciones con el Gobierno de EE UU. Durante toda la pandemia no han dejado de surgir ejemplos. Al principio, con el acaparamiento de ventiladores, mascarillas y hasta guantes. En verano, el Gobierno estadounidense se hizo con casi todas las existencias mundiales de remdesivir, un fármaco que parecía servir contra la enfermedad. “Los Gobiernos legítimamente quieren proteger a sus ciudadanos, pero hay una obligación mayor con el resto de la población del planeta”, afirma.
En su artículo, Emanuel y sus colegas dan una cifra para limitar ese nacionalismo. Consideran moralmente inaceptable acaparar más vacunas de las necesarias para mantener la ratio de transmisión de la enfermedad por debajo de 1, indicador que llevaría a la reducción del alcance de la epidemia.
Este grupo de investigadores plantea su propio modelo justo de repartir las vacunas a escala global. Según su artículo, se apoyaría en tres pilares. Por un lado, habría que priorizar allí donde se puede reducir mas la cifra de muertes prematuras o secuelas graves de la enfermedad. Pero su propuesta va más allá de lo sanitario e introduce otra variable, el impacto social y económico que esté teniendo la pandemia en determinado lugar, por lo que apuestan por dar prioridad a los más desfavorecidos. Por último, creen que el reparto debe guiarse por el principio de igualdad radical, con la misma preocupación moral por cada persona.
“El punto de nuestro artículo es llevar a tomar conciencia de la importancia de realizar una asignación equitativa y mostrar cómo se debe tener en cuenta a los países que están en peores condiciones y que solo repartiendo a todos podremos volver a la condición prepandemia”, sostiene en un correo la directora del programa de bioética de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), la argentina Florencia Luna.
En la pandemia de gripe A de 2009, la vacuna llegó en apenas siete meses pero los países ricos acapararon el 90% de la producción
Los antecedentes no soplan en favor de este internacionalismo sanitario. En 2009, con la pandemia de la gripe A que acabó con la vida de casi 300.000 personas, se logró una vacuna en siete meses. Pero los países ricos se quedaron con toda la producción. En aquel nacionalismo sanitario desatado, los llamamientos a la solidaridad lograron que unos pocos acaparadores cedieran el 10% de sus vacunas pero solo después de asegurarse las dosis suficientes para vacunar a los suyos. Ahora, la OMS y otros organismos intentan que haya un acuerdo internacional vinculante.
“Lo más cerca que estamos de ese acuerdo es Covax”, dice el director de análisis y desarrollo global de ISGlobal Rafael Vilasanjuan. Covax es una plataforma que busca desarrollar vacunas o su compra centralizada y repartirlas de forma equitativa. Está impulsada por la alianza para la vacunación GAVI, de cuyo consejo de dirección forma parte Vilasanjuan. “Estamos asistiendo a comportamientos muy nacionalistas”, dice. Pero recuerda que no se sabe el grado de eficacia que tendrán unas vacunas u otras ni si valdrán para toda la población. La de Oxford, por ejemplo, no se ha probado en mayores de 65 años. Así que recuerda a los nacionalistas sanitarios que “vacunar a los tuyos no significa que toda tu gente esté protegida”.
En la edición de este mes de la revista política Foreign Affairs aparece un artículo cuyo titular (traducido) dice La tragedia del nacionalismo de las vacunas. Y su subtítulo resume la conclusión: Solo la cooperación puede acabar con la pandemia. Uno de sus autores es Thomas J. Bollyky, director del Programa de Salud Global del Consejo de Relaciones Exteriores, un prestigioso laboratorio de ideas con sede en Washington, EE UU.
Bollyky teme que el reparto de las vacunas sea desigual e injusto, en especial si falla la iniciativa Covax. “Los países que no hayan participado en los acuerdos de compra anticipada y que no fabriquen dosis en casa tendrán que esperar. Los Estados de nivel medio tendrán que hacerlo aún más, ya que no tienen los recursos para asegurarse [el suministro] con la compra anticipada y no son lo suficientemente pobres para que las iniciativas impulsadas por donantes les den prioridad”. Y cada día cuenta. Cada 24 horas mueren más de 6.000 personas, según la OMS. Bollyky concluye: “ya en cada país, la distribución puede ser igual de desigual si los Gobiernos no adoptan los principios alumbrados por la ciencia para un reparto justo”.
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