Fin de año, ¿fin de ciclo?
Es innegable que el clima social y el espíritu de la época han cambiado. La derrota de la Convención en 2022 y el triunfo de Kast ponen cuesta arriba la materialización de las transformaciones sociales necesarias

En tiempos normales podríamos eludir los balances de fin de año y mostrar indiferencia frente a las imposiciones del calendario gregoriano y el mercado de los recuentos. Pero no estamos en tiempos normales: la extrema derecha en Chile ha ganado por primera vez una elección presidencial. El reciente triunfo de José Antonio Kast —que se inserta en una ola global que se va consolidando—, nos impide, al menos a las izquierdas y al progresismo, disfrutar de un fin de año tranquilo, obligándonos a encarar lo que ha ocurrido y a asumir las responsabilidades que nos competen.
Preguntas y respuestas provisorias se nos van amontonando. ¿Qué significa el triunfo de Kast? ¿Es su victoria producto de la disposición antiestablishment del electorado recientemente ampliado por el voto obligatorio o es índice de cambios culturales más profundos y duraderos en el campo popular y en las clases medias emergentes? ¿Estamos asistiendo a la producción de modos de sentir y desear más compatibles con la afectividad odiosa y agresiva de la ultraderecha que con los idearios de solidaridad y cooperación promovidos por las izquierdas? ¿Y nosotros, las izquierdas en sentido amplio y heterogéneo —partidos, movimientos, organizaciones—, cómo explicamos el haber pasado de tener en nuestras manos la Convención Constitucional y el Gobierno a estar próximos a entregar la banda presidencial al opositor por antonomasia de estos procesos? ¿Se acaba con Kast el ciclo de impugnación al neoliberalismo? ¿Comienza uno nuevo, conservador y autoritario?
Por ahora, quisiera detenerme en la idea —muy difundida estas semanas— de que estaríamos presenciando el inicio de un ciclo político dominado por un nuevo clivaje (apruebo/rechazo) que pone fin al periodo abierto por las movilizaciones sociales de 2011 (o por el estallido de 2019) que fue liderado por la generación de dirigentes políticos que se formó en esas luchas.
El uso acomodaticio que de esta hipótesis hacen columnistas e intelectuales de derecha, animados por el entusiasmo de la victoria, merece algunas observaciones.
Para José Antonio Kast y las derechas que se plegaron a su candidatura sin mayor aspaviento, resulta conveniente instalar el relato de que el plebiscito del 4 de septiembre de 2022 funcionó como un parteaguas político y forjó un clivaje que colocó, de forma duradera, a una porción significativa de la población en una vereda adversa al progresismo y a las izquierdas y favorable a sus posiciones. Esta lectura, sin embargo, no se hace cargo del contundente rechazo propinado también a la constitución republicana en diciembre de 2023.
Al mismo tiempo, les resulta conveniente sostener que el triunfo de Kast representa el fracaso definitivo de la generación del presidente Boric y de sus pretensiones de acabar con el neoliberalismo. “Abandonaron cada una de sus consignas”, “Pasaron del No Más AFP a casi duplicarles los recursos”, “Repudiaron el financiamiento ilegal de la política y terminaron asociándose con SQM hasta 2060”, son algunas de las frases que repiten con más ánimo propagandístico que analítico.
No alcanzaría a desarticular, en el espacio de estas breves líneas, cada una de esas formulaciones mañosas, efectistas y carentes de rigor, pero me resulta ineludible reconocer los hechos: quienes llegamos a la política institucional provenientes de las luchas contra la mercantilización de los derechos sociales y el Estado subsidiario, tuvimos en estos años la inédita posibilidad de escribir una Constitución y de gobernar el país, y sufrimos dos contundentes derrotas.
Ahora bien, no nos confundamos. Ni el triunfo del Rechazo ni el de Kast significan el fin de la crisis de modelo en la que nuestro país sigue atrapado. Más allá de las caricaturas sobre la frustrada ilusión de ser la tumba del neoliberalismo, los problemas que dieron origen al estallido social siguen allí, sin respuesta, sin solución. Por lo tanto, la necesidad de superar este agotado sistema, lejos de ser un fetiche ideológico, es una cuestión de desarrollo, de progreso y de futuro, que no desaparece por efecto de ningún resultado electoral.
La llegada de la extrema derecha al poder significa, más bien, que las izquierdas y el progresismo, por responsabilidades propias y por límites políticos y económicos, y a pesar de los avances alcanzados —que no son pocos ni pueden obviarse— no logramos articular un camino coherente para desmontar la sólida arquitectura neoliberal que constriñe nuestra economía y deteriora nuestras relaciones sociales, ni logramos recomponer un vínculo fuerte con las mayorías populares, ni aliviar de manera suficiente los malestares y dolores que les angustian, ni convocar a un destino común que nos devuelva la confianza en un futuro mejor.
Así como es apresurado afirmar el surgimiento de un nuevo clivaje, es temprano aún para dar por terminado un ciclo. Sin embargo, es innegable que el clima social y el espíritu de la época han cambiado. La derrota de la Convención y el triunfo de Kast ponen cuesta arriba la materialización de las transformaciones sociales necesarias para superar las taras que arrastra nuestro modelo de desarrollo. No se trata solo de que el nuevo Gobierno no se proponga esos objetivos, sino, sobre todo, de que las fuerzas que protagonizamos el ciclo de impugnación al neoliberalismo y los esfuerzos por superarlo no somos capaces en el presente de convocar a la mayoría de la sociedad. Y sin mayoría social, no hay transformaciones democráticas posibles.
Las derrotas sufridas deben ser motivo de análisis profundos, pero no refutan el corazón de nuestro diagnóstico: el neoliberalismo está en crisis y superar esta crisis con más democracia, desconcentración de la riqueza y bienestar social, depende de que haya fuerzas que empujen en esa dirección. Son esas las fuerzas que tenemos que producir.
El año 2025, qué duda cabe, no cierra con cuentas alegres para las izquierdas y el progresismo. Sólo la inteligencia política que logremos acumular a partir de nuestra experiencia de estos años nos permitirá volver a convocar a las mayorías populares y mantener abierto el ciclo de cambios cuyo destino hoy, es por lo menos, incierto.
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