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Elecciones Chile
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mírense en el espejo del estallido: ustedes son la ultra

Hoy es la izquierda la que debe explicaciones. Y de verdad las debe, aunque le enoje

Casi toda la teoría política griega enseña que quienes se oponen a la tiranía son los mejores elementos de una sociedad, su verdadera aristocracia. Y uno podría pensar, no sin fundamento, que cuando buena parte de la clase dirigente chilena decidió cerrar los ojos frente a los horrores de la dictadura militar, renunciaron también al título de aristócratas, que pasó a quienes se atrevieron a enfrentar a Pinochet y lo terminaron derrotando con un lápiz y un papel. Por dos largas décadas nos gobernaron los héroes de la transición, que siempre podían mostrar sus pergaminos ochenteros como respuesta a la oposición de derecha, tal como los cristianos sometidos a torturas durante las persecuciones de la Tetrarquía romana lucían con altivo orgullo sus muñones y cicatrices bajo los nuevos tiempos de Constantino.

El problema, nos dicen los griegos, es que las aristocracias también tienden a la corrupción. Engendran hijos oligárquicos. Y estos, a su vez, una progenie democrática, de entre la cual emergen los tiranos. En el caso de la Concertación, esto ocurrió a un ritmo vertiginoso: la generación de Elizalde y Tohá se acostumbró a la buena vida en segunda línea, sólo desafiando a sus padres cuando pensaron que el Frente Amplio haría el trabajo sucio y ellos recogerían las ganancias. La operación Nueva Mayoría consistió, en igual medida, en adular a los jovencitos y en tirar a Lagos et al bajo la micro. Pero los jovencitos, premunidos de un deseo invencible de acusar, decidieron que querían jubilar no sólo a Lagos sino a todos sus predecesores. Otros estándares morales. Ellos se sentían verdaderamente, puramente, democráticos. Y luego, con el estallido, se consumó la tentación tiránica de los puros. ¿Por qué no legitimar la violencia para tomar el poder? ¿Por qué no redactar su propia Constitución e instalar a la fuerza su propio modelo? ¿No es así que siempre han cambiado todas las sociedades? ¿No fue así que triunfó la derecha, bajo las armas de Pinochet?

Si el presidente Piñera hubiera sacado a la calle a los militares el día 12 de noviembre de 2019, la nueva izquierda y el Partido Comunista se habrían salido con la suya sin límites. Se habría renovado el clivaje dictadura/democracia, y la derecha sería, por otros 50 años, el rostro de la dictadura. De los civiles muertos. Pero, debido a que no pasó eso, y gracias a la hybris constitucional octubrista, hoy es la izquierda la que debe explicaciones. Y de verdad las debe, aunque le enoje. Todo Chile los vio aprovecharse de la violencia de otros para encumbrarse en el poder, y luego fracasar.

Que triste, que incómodo es caer del Olimpo de un porrazo. Ahora vuelven a llamar a una especie de cruzada civilizatoria contra Kast. El peligro es la ultraderecha, y Kast es la ultraderecha, concluyen circunspectas sus redes de académicos. No lo digo yo, repiten, sino Cas Mudde, que es holandés. Y ya amenazan con movilizaciones de todo tipo (¿Saben quién amenazaba con caos y palos si no ganaba las elecciones? Vean la serie Mussolini: hijo del siglo). Pero los hechos adquieren un nuevo significado, porque ya nadie los considera ni puros ni bien intencionados. El podio está roto, tienen las manos sucias. Deberán ofrecer argumentos y razones en pie de igualdad, como simples mortales. Y deberán, de alguna manera, reconocer que se equivocaron al consentir y promover la violencia para instalarse en el poder.

Esta es una especie de nuevo 1988. Pero ahora ustedes son esa derecha.

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