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Héctor Noguera
Tribuna
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Héctor “Tito” Noguera: el constructor de puentes

Como si la vida le fuera mordiendo los talones, trabajó sin tregua. Incansable. Imparable. Durante su carrera de siete décadas, el registro oficial da cuenta de que participó en más de 160 obras de teatro; estuvo en al menos 22 películas y 30 teleseries

Héctor “Tito” Noguera

Desde que supimos de tu muerte, tu figura fue creciendo hasta alcanzar proporciones descomunales. Dijeron que se había ido un gigante. Chile entero se llenó de ti, con tu hablar pausado, tu barba blanca, tus cejas tupidas, desordenadas, tus pómulos altos, tus ojos intensamente azules. En este país tan herido y fracturado, lograste lo imposible. Por un instante, nos unimos y reconocimos en el llanto, la risa, la música y la poesía para honrar tu nombre y tu vida. Un hombre que habíamos aprendido a amar, pese a que muchos te conocíamos sólo por medio de las teleseries, las películas o las tablas.

Por algunas horas nos cobijamos en esa patria de antes, la que alguna vez existió, ahora color sepia, solidaria, amable. La que tú empujaste. Ahí estabas, en el centro, el hombre dialogante, que dejó huella profunda, el constructor de puentes, el que tenía más preguntas que respuestas, el rebelde oculto con una esquina rota. El que trabajaba 24/7, siempre disponible desde el set de grabación, la tarima del teatro, la academia y la docencia. El maestro, el profesor, el amigo, el actor que derrochó talento y lo repartió todo con una generosidad infinita, el que dejó un legado ético y cultural invaluable para Chile.

Te recibieron y te despidieron con alfombra roja, en medio de un estruendo de aplausos, como lo merecías. “Esta función sí que está llena, estamos a tablero vuelto”, dijo Emilia, una de tus hijas. Cierto: la nave del Templo Mayor del Campus Oriente de la Universidad Católica, en Santiago, tu casa, estaba colmada de gente. Impregnada por la fragancia de decenas de ramos y coronas de flores, tan intensa como la pena compartida esa mañana calurosa de fines de octubre. La tristeza a flor de piel, los testimonios de tu familia, hijas, hijos, nietas, amigos, ex alumnos, actores, actrices, anónimos. La emoción que corta la frase, la voz que se va apagando hasta terminar en un susurro, el abrazo que no se quiere soltar. Entre una pausa y otra se pueden escuchar los sollozos de quienes han venido a darte el último adiós, a su pesar. “No vengo a despedirme de él”, dijo el actor Alfredo Castro. “No quiero despedirme de él. Vengo a recibirlo y ojalá que las nuevas generaciones reciban su legado ético de un hombre profundo, un hombre honesto.”

El sentimiento de orfandad está en el aire. Se nos fue Héctor Noguera, conocido por el país entero como el Tito. A los 88 años, derrotado por un cáncer, diagnosticado hace cuatro meses. Tiempo antes, habías hablado en una entrevista de prensa sobre la vejez, cómo eran los últimos años, el ocaso, el otoño del patriarca. En tu estilo, lúcido, aseguraste que “para ser viejo hay que ser valiente, no se puede ser cobarde. Es más difícil caminar, es más difícil trabajar, es más difícil dormir, es más difícil despertar. Todo es más difícil.“

Juan Carlos de la Llera, rector de la UC, dijo que habías encarnado “con humildad y pasión la idea de que el arte no solo entretiene, sino que ilumina y humaniza.” Enemigo de la farándula, la frivolidad, vestiste al teatro y a la cultura nuestra con dignidad y propósito. Demostraste ser un hombre y actor profundo, serio, pero no grave.

De buen humor, distraído. Entraba por la puerta que no correspondía, no se acordaba dónde había dejado el auto. En una ocasión salió a interpretar al Rey Lear en hawaianas, se le olvidó sacárselas. Pero lograba sus proyectos, movía tierra y montañas para conseguir lo que quería. Obstinado, porfiado, seguía adelante con todo.

Humilde, alejado de la hoguera de las vanidades. Este año, según la encuesta Cadem, fue distinguido como el mejor actor en la historia de Chile. “Yo pensé que era una broma”, dijo. “No sé si seré el mejor actor, pero soy el más apreciado por el público. El más querido y eso es lo más importante de todo.” Como si la vida le fuera mordiendo los talones, trabajó sin tregua. Incansable. Imparable. Durante su carrera de siete décadas, el registro oficial da cuenta de que participó en más de 160 obras de teatro; estuvo en al menos 22 películas y 30 teleseries. Con una energía desbordante hasta el final. Integró diversas compañías de teatro, entre ellas el emblemático Teatro Ictus. A fines de la década de los 90 fundó y dirigió lo suyo: el Teatro Camino, en Peñalolén, donde realizó más de 120 estrenos que recorrieron América y Europa.

Fuiste nuestro espejo. Nos mostraste lo mejor y lo peor de lo nuestro. Hiciste una infinidad de papeles, cargando sobre tus hombros las miserias y las grandezas humanas. La persona se fundía con el personaje y ya no se sabía quién era quién: Federico Valdivieso, candidato a alcalde de Sucupira, el cura del Chacal de Nahueltoro; el entrañable rey Melquíades en Romané; el otro rey, el Lear; el pater familia de Machos, Segismundo en La vida es sueño; Vincent Van Gogh en Teo y Vicente, “segados” por el sol, y tantos más.

De una curiosidad insaciable, le interesaba Chile y el mundo, la gente. Creía en el compromiso, detestaba el autoritarismo. Tenía nuestra dictadura fresca en el alma y la memoria. “Veo con horror cuando escucho conversaciones de las personas que anhelan el autoritarismo”, dijo en una entrevista. “No existe el Estado de derecho y al no existir, cualquier ciudadano está sujeto a cualquier cosa. Esto es lo que cuesta ahora que se entienda y por eso es que todavía se sigue pensando y añorando el autoritarismo.”

Su hija Amparo lo dijo tan bien: “Tu felicidad era el pensamiento y la reflexión; lo que te hacía crecer era la maravillosa falta de certezas”. Pero Tito Noguera sí tenía una cosa cierta. “Estoy seguro de que hay algo después”, dijo en una ocasión. “Sería de muy mal gusto terminar así… por algún lado se sigue, uno se mete de nuevo para existir en otro ámbito”.

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