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ULTRADERECHA
Tribuna
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La ultraderecha en América Latina: querida por algunos, repudiada por muchos

Estamos viviendo un proceso de realineamiento electoral que tendrá un impacto de largo plazo en el sistema político

Jair Bolsonaro
Javier Milei y Jair Bolsonaro saludan a los asistentes de un evento conservador en el Estado de Santa Catarina (Brasil), el pasado 7 de julio.Heuler Andrey (AP)

La democracia no está pasando por un buen momento. Parte de ello se debe a la irrupción de fuerzas de ultraderecha, las cuales se oponen a uno de los grandes logros de las últimas décadas: una mayor incorporación de grupos que han estado históricamente excluidos. Así como la ultraderecha europea está radicalmente en contra de la integración de comunidades migrantes que forman parte de la sociedad (basta caminar por el centro de cualquier capital europea para observar la pluralidad cultural imperante), la ultraderecha latinoamericana es contraria a que las mujeres y las diversidades sexuales sigan ganando terreno en su lucha por combatir la discriminación. En el fondo, la ultraderecha es nostálgica de un supuesto pasado idílico: cuando los hombres (blancos) dominaban la sociedad. Esto es lo que se esconde detrás del famoso lema Make America Great Again de Donald Trump y sus correlatos locales alrededor del mundo.

Puede parecer paradójico, pero es justamente el éxito de la democracia liberal lo que ha catapultado el ascenso de la ultraderecha. Cada vez existe mayor consenso en la necesidad de tratar con respeto a los migrantes y de que discriminarlos tiene efectos nocivos tanto para ellos como para el funcionamiento de sociedades que se han vuelto multiculturales. A su vez, hoy en día es evidente que las mujeres tienen la capacidad para desempeñar las mismas labores que los hombres, pero para ello es preciso equilibrar la distribución del trabajo familiar. Los países han ido avanzando en esta dirección mediante un sinfín de políticas públicas, tales como leyes de cuotas y políticas de discriminación positiva, así como también una reformulación de planes de estudio escolar para dejar de transmitir contenidos discriminatorios.

Ahora bien, no todos están conformes con este gradual proceso de una mejor y mayor incorporación de grupos históricamente excluidos. Justamente quien más se opone a este desarrollo es la ultraderecha, la cual es muy visible, pero no necesariamente mayoritaria. La evidencia empírica demuestra que en Europa Occidental los partidos de ultraderecha movilizan alrededor de un cuarto del electorado, pero simultáneamente más de la mitad de la sociedad está en su contra. Al respecto resulta paradigmático tanto la reciente elección francesa, donde se dio una amplia movilización contra el partido de Marine Le Pen, como una serie de protestas espontáneas que acontecieron a comienzos de año en Alemania denunciado la radicalidad del partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD).

En otras palabras, al menos en Europa Occidental la ultraderecha ha logrado cautivar a un segmento del electorado y simultáneamente genera importantes niveles de rechazo. Con el objetivo de testear si ocurre lo mismo en América Latina, a fines de 2023 llevamos a cabo encuestas cara a cara, que son representativas de la población de Argentina, Brasil y Chile. El reporte recientemente publicado por la Fundación Friedrich Ebert analiza los resultados más relevantes de estas encuestas y acá me parece importante destacar un hallazgo.

El siguiente gráfico muestra la respuesta a la pregunta sobre la disposición a votar por figuras de ultraderecha en una escala que va de 1 a 5, en donde 1 equivale a “definitivamente no votaría por él” mientras que 5 equivale a que “definitivamente sí votaría por él”. Sumando a todas las personas que responden 1 y 2 se puede calcular la tasa de rechazo y sumando a todos los votantes que responden 4 y 5 es posible estimar el nivel de apoyo. Al comparar los resultados para Javier Milei, Jair Bolsonaro y José Antonio Kast se observa la existencia de un patrón similar: aproximadamente un 30% del electorado se muestra a favor de estos exponentes de la ultraderecha y alrededor del 60% se posiciona en su contra. Esto demuestra entonces que la ultraderecha polariza al electorado. No solo genera fieles seguidores, sino también un importante número de detractores.

El reporte citado previamente elabora un análisis detallado de cada uno de estos grupos, demostrando que a nivel sociodemográfico prácticamente no existen características comunes entres quienes apoyan a la ultraderecha en Argentina, Brasil y Chile. Sin embargo, en términos ideológicos se trata de votantes que piensan de manera idéntica: muestran menores niveles de apego a la democracia que la mayoría de los ciudadanos, se inclinan por posturas antifeministas y contrarias a la migración, adoptan posturas muy conservadoras frente a temas como el aborto y el matrimonio igualitario, defienden posiciones marcadamente favorables al libre mercado y demandan medidas de ‘mano dura’ para combatir la delincuencia. Dada esta coherencia ideológica entre quienes apoyan a la ultraderecha, resulta plausible pensar que estamos vivenciando un proceso de realineamiento electoral que tendrá un impacto de largo plazo en el sistema político. Podrán desaparecer el día de mañana los líderes de la ultraderecha (Bolsonaro en efecto no puede competir en elecciones hasta el año 2030), pero sus votantes exhiben una nítida articulación programática como para subsistir y demandar que su voz sea escuchada.

¿Cómo explicar que a pesar de que estos votantes están lejos de representar a la mitad de la sociedad, la ultraderecha sí logra conquistar el Poder Ejecutivo? Parte de la respuesta radica en que en América Latina –a diferencia de Europa– existen regímenes presidenciales con segundas vueltas electorales. Esto implica que muchas veces los electores deben tomar una decisión en un balotaje donde son varios los que terminan votando por el candidato o la candidata que les parece menos perjudicial. En consecuencia, hay que distinguir entre quienes votan por una opción de ultraderecha en primera vuelta y en segunda vuelta: mientras que en el primer caso se trata de personas que adhieren al programa ideológico de la ultraderecha, en el segundo, muchos terminan apoyando esta alternativa más bien por descarte en un contexto de desgaste de los líderes y partidos tradicionales, muchas veces de centroizquierda.

Visto así, parte del éxito de la ultraderecha descansa en la incapacidad del mundo progresista para gobernar de manera eficaz y, por lo tanto, detrás del ascenso de ultraderecha hay una señal de castigo a los gobiernos incumbentes de centroizquierda. Sin los escándalos de corrupción de Odebrecht y la Operação Lava Jato resulta incomprensible entender el ascenso de Bolsonaro en Brasil, así como tampoco se puede comprender el triunfo de Milei sin considerar la crisis económica del gobierno Peronista. En resumen, este estudio busca entregar insumos empíricos para comprender mejor quienes apoyan a la ultraderecha, sin juzgar a sus votantes y abrir un diálogo franco respecto a qué fallas de las democracias latinoamericanas y del mundo progresista han permitido el ascenso de estas fuerzas políticas que ciertamente genera preocupación. Hay que hacerse cargo de estos problemas para evitar la gradual erosión de la democracia. Lamentablemente, el tiempo apremia.

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