Karoline Mayer, religiosa: “Chile se ha transformado en una sociedad que se come a la gente”
Es una de las voces más influyentes dentro de la Iglesia Católica chilena, muchas veces a contracorriente. A sus 80 años, habla con EL PAÍS sobre la pobreza disfrazada del Chile actual y su postura a favor del matrimonio igualitario, parejas a las que bendice
En el horizonte de la joven Karoline Mayer (Alemania, 1943) estaban las lejanas tierras de la India y China. Su vocación misionera la hizo unirse a la Congregación de las Siervas del Espíritu Santo apenas cumplida la mayoría de edad. La vida religiosa, sin embargo, la estaba llamando desde los 11 años. Con tristeza se resignó a no evangelizar Oriente Próximo y aceptó la misión de viajar a Chile.
Tras una visita de cuatro semanas en barco, llegó en 1968 a Santiago y, luego de continuas insistencias a sus superioras, logró irse a vivir a una población [barriada] en la capital chilena, instalándose junto a dos hermanas en una mediagua, un tipo de casa muy básica. Ahí, junto a los más pobres de los pobres, quería estar. Hizo de ese lugar –la población Angela Davis, en el municipio de Recoleta– su tierra prometida. Por eso, cuando en marzo de 1973 su congregación le notificó que ya no era compatible con la orden en Chile y que debía volver a Alemania, el llanto se apoderó de ella. En su libro autobiográfico El secreto siempre es el amor, relata el viaje de vuelta: “Sentada en el avión grito tan fuerte como las turbinas. Una de las azafatas piensa que me he trastornado. Pero no puedo dejar de gritar: de impotencia, de rabia, de miedo”, escribe la religiosa. Llegada al Viejo Mundo, con una angustia que no le cabía en el cuerpo, decidió abandonar la congregación y volver al país sudamericano.
Ha vivido 55 años en Chile, ganándose el apodo de la Madre Teresa de Latinoamérica. Inspirada por el Concilio Vaticano II, lo suyo era aspirar a una Iglesia que saliera de los conventos y que apostara por la justicia social. Mayer nunca ha dejado de vivir en las poblaciones. Durante la dictadura de Augusto Pinochet, formó parte de la Vicaría de la Solidaridad, el organismo que amparó a los perseguidos y buscó Justicia en el régimen. En 1990, ya en democracia, creó la Fundación Cristo Vive que actualmente beneficia a más de 30 mil personas a través de sus escuelas de oficios, centros de salud, jardines infantiles y hospederías para personas en situación de calle. Formó la Comunidad de las Misioneras de Jesús, compuesta por cuatro hermanas –incluida Mayer– y un hombre. En 2001 le fue concedida la nacionalidad chilena por gracia. Hoy, a sus 80 años, la religiosa sigue trabajando y es signo de una Iglesia más abierta y a contracorriente.
En una tarde primaveral, la hermana Karoline recibe a EL PAÍS en su oficina, en la sede de Cristo Vive en el popular municipio de Recoleta. De contextura menuda, el pelo blanco, los ojos azules, azulísimos. Habla español de corrido con destellos de alemán. Ella, que conoce de primera mano la pobreza en Chile, dice que ha cambiado: “La pobreza cruda de Chile pasó a ser una pobreza disfrazada”. Explica que ese disfraz está hecho de créditos y endeudamiento. Y a la hermana le duele el individualismo imperante: “Chile se ha transformado en una sociedad que se come a la gente, en la que cada uno se preocupa por sí mismo”. Y rememora, como muchas veces a lo largo de la entrevista, el pasado: “Chile ha perdido el sentido de comunidad. Antes las poblaciones se basaban en la organización popular. La gente se juntaba para conseguir cosas juntos: limpiar calles, arreglar cosas, qué no hicimos. Ojo, yo no estoy idealizando el pasado, pero es lamentable la estructura social actual”. Y aclara: “El neoliberalismo destruye toda solidaridad. El neoliberalismo es competición, y el ser humano está hecho para colaborar, no para competir”.
Sobre los hechos ocurridos a partir del 18 de octubre de 2019, comenta: “Me sorprendió el estallido, no lo vi venir. Me asombré al ver cuando la gente iba a las protestas en caravanas, era gente que no había dicho nunca nada”.
Mayer espera un día poder conversar con el presidente Gabriel Boric, de quien dice tiene mucha esperanza. Con la expresidenta Michelle Bachelet (2006-2010 y 2014-2018) compartió más de una taza de café, incluso la exmandataria escribió unas palabras en el libro de la religiosa: “Tu voz siempre conmueve nuestra conciencia cuando se trata de la justicia social y del entusiasmo por la hermosa y noble tarea de lograr un país más justo. Karoline no aflojes: tú eres un ejemplo para todos nosotros. Recibe un abrazo, amiga”, se lee en las primeras páginas del texto.
Dentro de la Iglesia Católica chilena ha sido una voz fuerte y, en ocasiones, desobediente. Ella es una orgullosa creyente del matrimonio igualitario: “Yo estoy a favor y puedo decir en público que he bendecido a parejas del mismo sexo”. Y explica: “Ser homosexual no es pecado, Dios te hizo así tal como eres y eres bienvenido a la Iglesia”. Sobre el aborto, un tema que sigue en la primera línea del debate público, sobre todo por la nueva propuesta de Constitución que pone en peligro los limitados avances, según diversos sectores Meyer dice: “Estoy en contra de condenar a las personas. Si la persona toma la decisión de abortar, yo no la voy a condenar. Personalmente no podría hacerlo por ningún motivo, pero no por eso voy a condenar al otro”. En ese aspecto, está convencida de que la educación sexual es “tremendamente importante”.
Cree que la Iglesia va cambiando poco a poco, abriendo más espacios para las mujeres. Sin embargo, son siglos de tradiciones que pesan para realizar estos cambios: “Las mujeres, al tener una Iglesia masculina, bastante masculina, se subordinan”.
Sobre el Papa Francisco, dice aquejada: “Yo creo que el Papa ha sufrido muchísimo” y detalla la raíz de los dolores de su pontificado: “Le ha costado la curia, ha tenido que lentamente trabajar esta curia que necesita una profunda conversión de corazón, tienen que volver a mirar a Jesús y ser discípulos”. Ella, por su parte, se define a sí misma como una discípula más y a sus 80 años aún ve trabajo por hacer. Desde su casa en la población sale cada mañana a la misión. Y de Chile, no se quiere separar más. Espera que pueda ser enterrada en el Cementerio General en el patio 29, un lugar que fue ocupado como fosa común durante la dictadura y que fue declarado Monumento Histórico en 2006.
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