Tener un ‘covidilio’, ‘atortugarnos’ en casa y otras cosas que hemos hecho durante la pandemia sin saberlo
Una decena de “artesanos de la lengua” comparten sus vocablos para navegar por la vida que ha surgido de la crisis del coronavirus
De un tiempo a esta parte, es probable que se te haya congelado alguna vez el saludo, que hayas sentido la tentación de enclaustrarte, que hayas padecido el síndrome de la tortuga o el acné de la máscara. Puede que te hayas confitado y encegado, que hayas procasinado a conciencia, pero seguramente no eres plenamente consciente de ello. Sucede porque aún son novedades destiladas de la extraña cotidianidad en la que nos ha confinado un virus de origen incierto. Y porque no tienen nombre, y es como si las cosas no existieran hasta que reciben el bautismo de la lengua. En esas...
De un tiempo a esta parte, es probable que se te haya congelado alguna vez el saludo, que hayas sentido la tentación de enclaustrarte, que hayas padecido el síndrome de la tortuga o el acné de la máscara. Puede que te hayas confitado y encegado, que hayas procasinado a conciencia, pero seguramente no eres plenamente consciente de ello. Sucede porque aún son novedades destiladas de la extraña cotidianidad en la que nos ha confinado un virus de origen incierto. Y porque no tienen nombre, y es como si las cosas no existieran hasta que reciben el bautismo de la lengua. En esas estamos. Y van saliendo a flote “neologismos pandémicos” como los de algunas personas creativas (y generosas) que han compartido los suyos para ayudarnos a navegar en las aguas oscuras de la pandemia de coronavirus. Algunos son auténticas perlas de sabiduría, otros son reflexiones ingeniosas o la encarnación de la nostalgia por el mundo que quedó atrás. Todos hacen pensar en lo rica, diversa e impredecible que es siempre la experiencia humana. Muchas de estas palabras no las habrás oído nunca, otras, como procasinar, seguro que ya las conoces bien.
Procasinar | “Procrastinar pero sin salir de casa. A mí me pasó durante el confinamiento. Me propuse leer libros atrasados como si fuesen a prohibirlos, a ordenar el trastero, a hacer tablas de gimnasia en plan presidiario vigoréxico… Al final, todos esos planes insensatos quedaron en nada y pasé mis días hablando por teléfono y dando vueltas por la casa como un perro encerrado. Lo peor de ‘procasinar’ es esa sensación de abulia vital que se te queda". Igor López, periodista |
Porque ha habido escasez de papel higiénico, harina y levadura, pero lo que no ha faltado en lo que va de pandemia es creatividad lingüística, un ingrediente fundamental de nuestra manera de estar en el mundo. Como el humor, siempre tan terapéutico y que empapa algunos de estos términos, como el ya extendido confitarse. “Yo uso a menudo la expresión ‘pegarse la COVIDA padre’, sobre todo en homenaje a personas de mi entorno que han estado confinadas en lugares paradisíacos, como el hotel del parque nacional de Tayrona, en Colombia, en que pilló todo esto a mi hermano. Sin embargo, me parece más universal la idea de ‘confitarse’, que durante el confinamiento quiso decir tener la sensación de cocerse lentamente en almíbar tras tropecientos días encerrado en casa. E inflándose de dulces, claro”, dice el periodista Luis Meyer.
Visthendalazo O síndrome de visthendal. Es esa variante del síndrome de Stendhal que nos abruma cuando descubrimos lo bella que es la mirada de otras personas, ahora que los ojos son muy a menudo lo único que podemos ver de sus caras. Joaquín Aldeguer, ilustrador |
La Real Academia Española de la Lengua limpia, fija y da esplendor, pero el lenguaje es patrimonio de quienes lo hablan. Y lo moldean con una plasticidad maravillosa, recogida de manera sublime en el terreno de las emociones. Piensa, por ejemplo, si alguna vez has sentido un “amor itinerante”. No, claro. Ahora rescata la sensación de que tus sentimientos amorosos ‘viajan’ continuamente de una persona a otra sin quedarse mucho tiempo en ninguna, haciendo breves escalas, sobre todo en aquellas con las que tienes relaciones sexuales satisfactorias. Un ‘amor’ intenso pero volátil, que se disuelve en tiempo récord y, según el día, te estimula, te preocupa o te desconcierta. Eso sí lo sientes. También el periodista neoyorquino Bryan Washington. De hecho, es una ocurrencia (brillante) suya, rescatada de un artículo de The Cut, suplemento del New York Magazine. Puedes usarla a partir de ahora, quizá tu círculo más cercano la adopte como suya en las próximas semanas, que es lo que durante esta pandemia ha experimentado la ilustradora, escritora y divulgadora científica Sandra Uve con un término tan claro, preciso y polisémico como atortugarse.
Atortugarse | “Consiste en refugiarse en el propio caparazón para impermeabilizarse contra un entorno hostil. Como segunda acepción, mucho más positiva, es tener claro que tu casa eres tú, no la vivienda que compras o que alquilas. Y como tercera, acompañar a las personas que te necesitan sin hacer preguntas ni poner condiciones, como hacen las tortugas de tierra. Yo la estoy usando muy a menudo y se la he contagiado a otras personas”. |
Podemos ponernos quisquillosos y precisar que el amor itinerante tal y como lo concibe Washington es, en realidad, una combinación (muy) específica de deseo, inseguridad, miedo a la soledad, curiosidad, euforia y angustia. Que es la combinación de cinco emociones básicas con las que convivimos desde siempre y que pueden describirse sin necesidad de recurrir a conceptos extraños. Pero amor itinerante resulta mucho más intuitivo y preciso. Suena a diagnóstico. Reverbera por dentro. Emociona. Tanto como a la escritora Gabriela Wiener una situación común durante la pandemia, que le ha sugerido el término enfriholar. “Podría definirse como ‘congelar el saludo’. Es esa sensación que produce encontrar por la calle a alguien muy conocido y pararte en seco porque no puedes saludarle como acostumbrabas, con un abrazo o un beso. En esas situaciones, obligada a renunciar a mi manera efusiva y táctil de expresar afecto, me siento ‘enfriholada’. Se me congela el saludo por dentro. Es un sentimiento que se va naturalizando, pero me genera aún una cierta angustia”. Es triste, pero tiene su contrapunto; no todas las relaciones se han enfriado durante los últimos 6 meses.
Covidilio “Dícese de esas relaciones furtivas que se han producido durante el confinamiento. El concepto incluye desde el uso compulsivo de herramientas de ligue a encuentros fugaces que se saltan todas las restricciones sanitarias. El ‘covidilio’ es ahora mismo el gran comportamiento transgresor de nuestra era”. Miguel Ángel Martín, ilustrador e historietista |
Hasta mediados de los años setenta, la psicología afectiva, la rama del conocimiento que estudia las respuestas emocionales del ser humano, daba por supuesto que el cerebro se rige por una serie limitada de emociones básicas, no más de diez. En las últimas décadas, psicólogos como Paul Ekman o Martha Nassbaum se han ido abriendo de manera gradual a la complejidad de nuestra dimensión emocional y afectiva, y han empezado a identificar emociones ‘nuevas’ (no reducibles a una simple variación de las básicas) como la nostalgia, la incomodidad, el placer estético y el dolor empático. Sin embargo, la mayoría de los especialistas sigue considerando las emociones como un número más o menos limitado de estados concretos y objetivos cuya intensidad puede medirse atendiendo a variables como el comportamiento, la presión sanguínea, el ritmo cardíaco y los niveles hormonales.
Esta ortodoxia de las emociones simples, objetivables y cuantificables tiene como disidente a la neuróloga y psicóloga estadounidense Lisa Feldman Barrett. Investigadora y divulgadora infatigable, Barrett lleva 15 años insistiendo en que las emociones no son meros impulsos básicos que rigen nuestros cerebros, sino el producto complejo de nuestra actividad intelectual y cognitiva. Para ella, el “órgano maestro” es una fábrica de emociones abierta las 24 horas que se nutre de estímulos externos, de interacciones sociales y, sobre todo, del lenguaje. Es más, nuestra capacidad de verbalizar emociones complejas nos hace más propensos a sentirlas: existe una correlación íntima entre las palabras y los sentimientos.
Algo similar sucede con términos que no son emociones propiamente dichas pero que sí las evocan. Sucede, por ejemplo, con flirtorear. “Es una nueva modalidad de ligue que se ha practicado mucho en este año de pandemia. El flirtoreo consiste en flirtear durante días a través de cualquier aplicación hasta que se acaba quedando con la otra persona y, a última hora, no presentarse a la cita, por miedo a que esa persona desconocida no respete frente a frente las nuevas normas de distancia social”, dice el inventor de la palabra, el escritor Hernán Migoya. Y añade: “A mí me han ‘flirtoreado’ alguna vez últimamente, y no es una sensación agradable. Diría que es una manera de proceder típica de personas ‘equisdistantes’. Es decir, las que insisten en imponer siempre una distancia equis en sus interacciones sociales, incluso en las potencialmente íntimas. A este paso, nos convertiremos todos en seres ‘asistomáticos’. Es decir, tan alérgicos al contacto humano que acabaremos, como San Francisco de Asís, cultivando la soledad del eremita y relacionándonos solo con nuestras mascotas”. Quien diga que en un flirtoreo no hay emociones... Pero es que todas las relaciones han sido (y aún son) difíciles.
Hacernos cuarentoñas | Es una forma cuidadosa, distante y muy reticente de expresar tu cariño por otras personas. Es decir, mimos de muy baja intensidad con los que, por miedo al contagio, ‘ponemos en cuarentoña’ a nuestra pareja o esta nos pone en cuarentoña a nosotros, sobre todo en situaciones en que uno de los dos ha estado en contacto estrecho con muchas otras personas. Es triste hacerlo y frustrante padecerlo, pero a veces es lo que toca. Alberto García Palomo, periodista |
Gran parte de estas expresiones responden al intento de trazar el mapa del territorio emocional desconocido en el que con frecuencia nos vamos adentrando a medida que exploramos la vida. Por lo general, la emoción compleja precede al sentimiento que intenta describirla, pero haber oído hablar del concepto y comprender intuitivamente en qué consiste puede servir de estímulo emocional. Si la emoción tiene un nombre, es más probable que lleguemos a experimentarla. Por ejemplo, solo el hecho de conocer el término ‘intoxicación sexual’ puede hacernos más propensos a sentirnos algún día sexualmente intoxicados o víctimas de un ataque de amor itinerante.
A veces es la intensidad lo que marca la diferencia, y uno encuentra que solo por ella está sobradamente justificado aumentar el repertorio lingüístico. “Estos días he descubierto que la música supone para mí la mejor manera de sanar profundos dolores del alma”, apunta la periodista Gloria Scola. Hasta ahí, todo normal. Son las circunstancias las que lo cambian todo. “Me ha tocado padecer circunstancias muy duras y me esfuerzo por sobrellevarlas escuchando música y, sobre todo, tocando la guitarra y componiendo mis propias canciones. Palabras como ‘composanar’ o ‘curaguitarrear’ servirían para describir este nuevo tipo de terapia personal en que me estoy refugiando en estos momentos de fragilidad emocional y de intenso duelo”. Pero prefiere la palabra musisanar, que es mucho más atractiva que la idea de negarse a mirar de frente los acontecimientos.
Encegarse “O someterse a ‘enciego’. Es la tendencia a recluirse voluntariamente y darle la espalda a la realidad, poner tu vida en barbecho con la esperanza de despertarte un día y que el virus ya no siga allí. El término puede resultar gracioso a los que estén familiarizados con los chistes de gangosos de Arévalo, aunque supongo que cada vez son menos los que se acuerdan de Arévalo y, además, ya no se pueden hacer chistes de gangosos”. Javier Blánquez, periodista |
La pandemia, la reclusión y el aterrizaje forzoso en la ‘nueva’ normalidad hacen que hoy pensemos y nos expresemos de una manera distinta. Palabras como ‘contagio’ y ‘viral’ han adquirido connotaciones mucho más siniestras y hemos teñido de una negatividad imprevista términos como ‘positivo’. También nos hemos familiarizado con fenómenos nuevos, como el negacionismo, la omnipresencia de la mascarilla o la Stasi del balcón (también llamadas inquisición balconazi), que suscitan a su vez nuevas reacciones emocionales. Incluso es probable que amor itinerante e intoxicación sexual tengan ahora mismo connotaciones ligeramente distintas que antes del confinamiento, una vez nos hemos acostumbrado a asociar embriaguez, toxicidad, sexo casual e incluso el acto de viajar con la incertidumbre y el riesgo de contagio. Lo cierto es que nos aún faltan palabras para definir el nuevo paisaje en el que en que nos estamos internando, palabras que sirvan de diagnóstico y posible terapia o que, sencillamente, nos ayuden a darle una dimensión social a lo que sentimos. Pero ya hemos empezado a generarlas. Y, cuantas más, mejor.
Hago chat y aparezco a tu lado
"Sí, es una referencia pop algo simplona y cutre. Pero para mí resume esa sensación de proximidad (falsa, pero gratificante) que nos dieron durante el encierro las aplicaciones móviles, programas de videollamada y redes sociales. La tecnología tal vez no nos ha hecho libres, pero sí ha contribuido a que no perdiésemos del todo la cordura", dice el promotor cultura Xavi Lezcano.
Aunque algo de cordura se nos quedó, a ratos, por el camino. El periodista Luis Landeira usa el síndrome del supermercado vacío para explicar el fenómeno: "Ese pánico viral, y casi infundado, a que suframos pronto una ola de desabastecimiento y nos encontremos los estantes del supermercado vacíos, empezando por los del papel higiénico. Lo peor de estas reacciones emocionales extremas es que a veces se transforman en profecías autocumplidas. Con la inminencia de la segunda ola, está volviendo el impulso paranoico de acaparar alimentos. Y sí, también papel higiénico".
Fotografías: KOLDERAL, HENRIK SORENSEN, LAM LUONG DINH / GETTY |