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Hacer bien el bien es un negocio provechoso

Markus Gabriel plantea una defensa de la bondad inequívoca a la que merece la pena aspirar partiendo del argumento de que esta puede ser rentable

Probablemente el mayor error que en el pasado se ha cometido en relación con la idea de progreso ha sido el estatuto que ha tendido a atribuírsele. Así, durante largo tiempo resultaba habitual pensarlo como un presupuesto, como si fuera algo que pudiera darse por descontado. Cuando en realidad, como el tiempo se ha encargado de certificar, el único modo en el que cabía entenderlo era en términos de aspiración, de horizonte hacia el que valdría la pena tender.

Esta modificación de su estatuto es evidente que lo pone a salvo de determinados reproches, al tiempo que debilita su potencia t...

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Probablemente el mayor error que en el pasado se ha cometido en relación con la idea de progreso ha sido el estatuto que ha tendido a atribuírsele. Así, durante largo tiempo resultaba habitual pensarlo como un presupuesto, como si fuera algo que pudiera darse por descontado. Cuando en realidad, como el tiempo se ha encargado de certificar, el único modo en el que cabía entenderlo era en términos de aspiración, de horizonte hacia el que valdría la pena tender.

Esta modificación de su estatuto es evidente que lo pone a salvo de determinados reproches, al tiempo que debilita su potencia teórica. En efecto, el progreso deja de ser algo susceptible de ser verificado o demostrado para colocarse en pie de igualdad con cualquier otra propuesta de futuro. Pasa a no ser de recibo presentar situaciones en las que sin duda, lejos de mejorar, hemos ido a peor, como si ello equivaliera a la falsación de la idea. Como tampoco queda verificada la misma mostrando otras situaciones en las que la mejoría resulta patente, entre otras cosas porque cualquier empeoramiento echaría al traste la presunta verificación (nos lo enseñó Popper).

Pero reducir el progreso a mera aspiración probablemente coloque a dicha idea en un escenario discursivo para el que no parecía diseñada y que está lejos de resultar confortable. Porque si en su antigua ubicación (como presupuesto) era todo aquello que iba ocurriendo lo que la iba dotando de contenido, en la nueva (como horizonte) parece obligado explicitar qué queremos que ocurra para que podamos calificar a eso como una muestra de progreso. Con un agravante nada despreciable y es que, en tiempos de nihilismo generalizado, no resulta fácil dilucidar cuál es ese bonum inequívoco al que merece la pena aspirar.

Es en este marco teórico en el que debe inscribirse el libro de Markus Gabriel. Su defensa del bien todo el tiempo mira de reojo el desierto discursivo en que se ha convertido nuestro presente. Para escapar de él, Gabriel intenta una operación teórica que evoca la presentada, en la década de los noventa, por David Gauthier en su libro La moral por acuerdo, consistente en sostener, por decirlo sintéticamente, que la bondad “sale a cuenta”. O, por tomar prestada la formulación que planteara en su momento un político de este país, “ser honrado es un buen negocio”. Pero el hecho de que el político en cuestión (Jordi Pujol) no siguiera su propia máxima no arruina en absoluto la tesis de Gabriel.

Porque no se trata de confiar en que finalmente la bondad resplandezca, se imponga por su propio peso y acabemos avanzando, felices, hacia un horizonte de progreso, sino de que organicemos el mundo de tal manera que, frente al famoso lema de Milton Friedman “el negocio de los negocios es hacer negocio”, tenga sentido afirmar que ”el negocio de los negocios es hacer el bien y obtener beneficios de ello”, porque “los negocios moralmente buenos son provechosos”, por decirlo con las propias palabras de Gabriel en este Hacer el bien. A una organización así la denomina “capitalismo ético” y la entiende como el resultado de una reconciliación entre el valor moral y el económico.

Quede claro que Markus Gabriel no es ningún ingenuo. De hecho, es partidario de que las empresas asuman una “regulación estatal externa”, esto es, unas políticas públicas coercitivas a favor del bien, pero resulta difícil evitar la sensación de que confía en exceso en las capacidades persuasivas de la bondad. No dejan de resultar llamativos a este respecto los ejemplos que elige para ilustrar la tesis del atractivo del bien, como el de la deriva ruinosa que ha tenido alguna red social (X), según él porque se ha alineado decididamente con el mal. Tal vez la afirmación tenga parte de verdad, pero hubiera resultado más estimulante que hubiera podido poner como ejemplo una industria como la farmacéutica, cuya bondad agradecería enormemente la humanidad hoy.

Hacer el bien

Markus Gabriel
Pasado & Presente, 2025
268 páginas, 25 euros

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