‘Atlas ilustrado del cuerpo humano’, caprichos anatómicos
Pablo Maurette disecciona con humor órganos como los intestinos o el músculo cremáster, enfermedades como el cáncer y la sífilis o fenómenos fisiológicos como el estornudo y el pedo
Pablo Maurette (Buenos Aires, 1979), comparatista, experto en literatura renacentista y estudioso del sentido del tacto (suyo es el ensayo ¿Por qué nos creemos los cuentos? (2021) y la iniciativa del ...
Pablo Maurette (Buenos Aires, 1979), comparatista, experto en literatura renacentista y estudioso del sentido del tacto (suyo es el ensayo ¿Por qué nos creemos los cuentos? (2021) y la iniciativa del tuit #Dante2018, que invitaba a los internautas a leer los 100 cantos de la Divina comedia en cien días), firma este conjunto de 22 caprichos anatómicos titulado Atlas ilustrado del cuerpo humano, entretenida cartografía de nuestra serranía corpórea, con sus siluetas bífidas, guiñapos, rechoncheces, costras putrescentes, y aun así vistosas, pues “textura y color de un pulmón tuberculoso son como queso y fiambre, entre un Jabugo y un Torgelon”.
El volumen podría haberse editado en formato más reducido y pesar menos, y que así entrara en un bolsillo, prescindir de las tapas duras, incluso de los dibujos del coautor Julio César Pérez, del que poco o nada tenemos que decir. Pero entonces ya no sería un atlas ilustrado, sino el germen de un podcast, ¡eso mismo!, porque está escrito para entretener la mente, son ensayos de apenas tres páginas, que conectan temas, personajes y épocas, que explican el cuerpo en su mecanicidad, cómo echa a andar nuestra fábrica, qué nos programa uno a uno, cada vez más obsolescentes, con nuestros líquidos viscosos y olores nauseabundos, de los que sobresalen de vez en cuando otros humores que son dignos de dicha, la poesía, la música, el prodigio de una escultura que parece moverse ante nuestros ojos, por mucho que Folker Coïter —autor de sospechoso nombre— lo contradiga en su otro Atlas anatómico: “La única suciedad verdadera es la del alma, pues la del cuerpo se lava con un poco de agua”.
Maurette es capaz de explicar la formación del pedo, su etimología, tipología o su protagonismo en la literatura universal, y mantener nuestra atención hasta el final. Y así una historia tras otra: la piel (con sus técnicas de degollamiento practicados aún hoy en Turquía, o la referencia al tratado De humani corporis fabrica —1568—, de Andreas Vesalio, encuadernado con piel humana), la macrobiótica intestinal (“recordatorio de que, lejos de ser uno, somos legión”), el estornudo (qué divertido el capítulo del “pequeño orgasmo”, al alcance de niños y perros), el aliento (“elemento profético de la poesía de Dylan”), las manos (por lo visto, las del Führer eran “bellísimas”; y con Bresson como gran maestro de los primeros planos de la mano en el cine), la flema (cuántos ríos de flema produjo el SARS-CoV-2), la sífilis (el origen de la bacteria se encontró en el estómago de una cucaracha), el hermafroditismo o el cáncer. Cada capítulo está planteado como un ejercicio de voluntad y excentricidad. Su autor posee, en buena medida, una capacidad sherezadiana de contar historias, en sus páginas las partes del cuerpo humano se convierten en un instrumento de lo inventivo, y a continuación son otra cosa: anatomía por capricho.
Mezcla de modo triunfal a dioses, emperadores, científicos, actrices, escritores, jugadores de fútbol y artistas en acontecimientos históricos, descubrimientos y en la filosofía griega
Dioses, emperadores, científicos, actrices, escritores, jugadores de fútbol y artistas se mezclan de modo triunfal en acontecimientos históricos, descubrimientos y en la filosofía griega. Desfilan Tiziano y Cervantes por la imaginación del autor sin provocar nada parecido a un pesar elegiaco, o repugnancia, ni tan siquiera una parodia psicoanalítica, como correspondería a un argentino, y sí, muchas veces, una sonrisa. Así nos describe Maurette su visita al Museo Mütter de Filadelfia, acompañado de su esposa: “Frente a una vitrina que contiene un megacolon relleno de paja —estrella de la colección, junto a las fetas del cerebro de Einstein— apreciamos estupefactos la elasticidad del aparato digestivo de un hombre que murió a los 29 años a causa de la enfermedad de Hirschsprung, un mal congénito que impide que el intestino mueva los desechos hacia el recto. Su forma hace pensar en una lombriz prehistórica gigante o en un monstruo que llegó de una galaxia muy lejana. Se me ocurrió que los trillones de microorganismos que nos habitan no son los únicos extranjeros de nuestro cuerpo. Al verlos en vitrinas, flotando en recipientes de cloroformo, disecados, embalsamados (…) me resultaron enormemente extraños, y la idea de ser un revoltijo de todo eso me pareció de una abyección indecible. Miré a mi mujer, a quien veo todos los días desde hace 12 años, y no la reconocí”.
La comicidad es algo central en este Atlas. También la óptica —que no la háptica, especialidad del autor, que considera que “la mano es el órgano entre los órganos”— nos obliga a pensar en nuestra materia viva ahora o en cómo será tras la muerte. Así, ¿no es nuestro ser viviente el que se proyecta, igual que el pensar en nuestra gloria póstuma, o en los celos que sentimos hacia un ser amado? Pero no hace falta ponerse tan proustiano. Que un escritor pueda contarnos lo que hay en el interior del cuerpo de una manera que se acomode tanto y sea tan distinta a nuestro desasosiego hacia la muerte es, sencillamente, un logro.
La guinda de este particular tratado está en el capítulo más oscuro, dedicado al cremáster, órgano conocido por la anatomía moderna, que es el nombre que tiene el músculo del cordón espermático, gracias al cual los testículos cuelgan en el escroto. Para Maurette, es clave para “desvelar el misterio de la distinción entre los sexos”. Y aquí, señorías, el amor, el sexo-género y la política se han vuelto dolorosamente próximos.
Atlas ilustrado del cuerpo humano
Dibujos de Julio César Pérez
Clave Intelectual, 2023
232 páginas. 26 euros
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