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Gobierno de Javier Milei
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Javier Milei: el desprecio por las instituciones

Con una visión maniquea y ultrapersonalista, el presidente de Argentina pasa por encima de los límites institucionales y considera enemigos a quienes piensan distinto o apenas discrepan con sus formas

Javier Milei en la cumbre del G-20, en Río de Janeiro, en noviembre pasado.
Javier Milei en la cumbre del G-20, en Río de Janeiro, en noviembre pasado.Silvia Izquierdo (AP)

Son apenas cuatro oraciones, pero dicen mucho sobre los tiempos que vivimos en la Argentina de Javier Milei.

Las primeras dos: “Para neutralizar una fuerza se necesita una de igual intensidad y sentido contrario. No se puede combatir al kirchnerismo siendo moderados”.

¿Quién las pronunció? No se sabe, pero todos lo sospechamos. Las posteó en X la cuenta anónima “Enfant Terrible” (@nicolasbrandeis), que propios y ajenos adjudican al estratego político Santiago Caputo, el tercer y poderoso vértice del declamado “triángulo de hierro”, junto al presidente Milei y la hermanísima Karina.

Caputo jamás ha salido a desmentir que esa cuenta sea suya. Y el presidente Milei alimentó las sospechas el lunes 4 de noviembre. Retuiteó ese posteo con dos frases adicionales, que redactó en mayúscula, que en la jerga de las redes sociales equivale a gritar: “Nota para los tibios pelotudos cultores de las formas sobre el contenido. Fin”.

Mucho puede extraerse de ambos mensajes, tanto sobre el fondo como sobre las formas, mal que le pese al presidente, cuando cumple un primer año de mandato. Dicen mucho sobre cómo Milei vive y gestiona el poder, sobre cómo se comunica con la sociedad, sobre el notable retroceso institucional que afronta la Argentina desde que ingresó a la Casa Rosada en diciembre de 2023… y lo poco que eso les importa a él y a muchos argentinos.

Primero, el contexto. Ambos mensajes fueron posteados cuando la oposición parecía muy cerca de juntar los votos necesarios para aprobar en el Congreso un proyecto de ley que limitaría las facultades de Milei para dictar decretos de necesidad y urgencia (DNU), salteándose al Congreso, donde se encuentra en rotunda minoría.

Al final, la iniciativa opositora no prosperó porque el PRO, el partido que lidera el expresidente Mauricio Macri, salió al rescate de Milei, que aún así los corre por derecha y ningunea a Macri y al PRO, y responde con insultos a todos los que abogan por más institucionalidad en un país devastado por la anomia desde hace décadas.

Para Milei, esos planteos son propios de “tibios pelotudos”, cuando no de aquellos que conspiran para derrocarlo, en un juego de espejos con la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, que también rechazaba las formas, debilitó las instituciones cuanto pudo y vio una conspiración –y un enemigo– a la vuelta de cada esquina.

Pero los mensajes dicen mucho más. Por ejemplo, sobre Caputo, que adora moverse en las sombras. Así como no firma sus posteos en X, tampoco estampa su firma en las decisiones políticas y administrativas que toma en la Casa Rosada. De hecho, en el organigrama del Estado figura apenas como un “asesor”, sin responsabilidad jurídica.

Esos mensajes también denotan un notable desprecio por quienes piensan distinto que Milei o siquiera discrepan con sus formas. Son, sin vueltas, “pelotudos”, que al decir de la Real Academia Española –para aquellos que lean estas líneas y no sean argentinos– son personas que “tienen pocas luces” o que obran como así fuera.

“Pelotudos” es, cabe aclarar, uno de los insultos más suaves que ha lanzado Milei desde que asumió la Presidencia. Basta con consultar en Internet para corroborar las agresiones verbales que lanzó contra otros jefes de Estado y de Gobierno extranjeros y contra expresidentes, diputados y senadores, gobernadores, banqueros, periodistas, industriales, empresarios, sindicalistas y dirigentes sociales y deportivos, además de los destratos públicos que propinó a referentes de su propio espacio, La Libertad Avanza, empezando por la vicepresidenta, Victoria Villarruel, o quienes fueron sus primeros jefe de Gabinete, Nicolás Posse, y ministra de Relaciones Exteriores, Diana Mondino.

Victoria Villarruel y Javier Milei durante una ceremonia policial, en Buenos Aires, en julio de 2024.
Victoria Villarruel y Javier Milei durante una ceremonia policial, en Buenos Aires, en julio de 2024. NurPhoto (NurPhoto via Getty Images)

Para Milei y sus acólitos, la ecuación es sencilla: estás con él o contra él. No hay margen para terceras posiciones, objeciones, discrepancias, dudas o matices. Todo eso es, según el Presidente, propio de “la casta”, de “ensobrados”, de “retrasados mentales” o “amargos con muy lindos modales”, o de “empresaurios” y “prebendarios” que sólo defienden sus “kioscos” y “negociados”, cuando no de “comunistas” a los que hay que derrotar en una “batalla cultural” y echar de la administración pública.

¿Suena exagerado? El propio Milei aludió a la purga ideológica que ordenó dentro de la Cancillería, en una entrevista que concedió a… su pareja, “Yuyito” González. “La política exterior la fija el Presidente, vos no podés votar cualquier cosa”, remarcó, tras echar a la canciller Mondino por una votación en las Naciones Unidas. “Estoy para echarlos a todos. Son traidores a la patria”.

En la visión maniquea y ultrapersonalista de Milei, quienes no adscriben a los bandos mileísta y kirchnerista, o plantean matices, son los peores. Así lo sostuvo el último viernes de noviembre: “Los que juegan para todos lados son los peores de todos, incluso mucho peor que los completamente malvados. Ya que al que es malvado y se identifica como tal lo tenemos completamente identificado. En cambio, el otro se comporta como bueno, y no sabemos nunca cuáles son sus actitudes y sus intenciones nefastas”.

Sí, “nefastas”. Para Milei, no hay posibilidad alguna de que la intención de quien objete, relativice o matice una idea o iniciativa suya sea válida, mucho menos aceptable (y menos todavía positiva). Y en esto, las huestes que siguen al libertario, empujados por las diatribas de “el Gordo Dan” y otros alfiles en las redes sociales, se asemejan mucho a la advertencia que en otros tiempos le lanzaba Carlos Zannini a quienes estaban por ingresar al despacho de Cristina Fernández de Kirchner: “A la Presidenta no se le habla; se la escucha”.

La retórica cruje, sin embargo, al analizar algunas iniciativas oficiales durante este primer año de Milei en el poder. Porque el Gobierno redujo la inflación, bajó el riesgo país, controló el déficit fiscal y acotó el gasto público –entre otros notables y bienvenidos logros económicos, fiscales y financieros–, pero también redujo el poder adquisitivo de millones de argentinos y licuó las jubilaciones, mientras que mantiene intacto el régimen prebendario de Tierra del Fuego para unos pocos multimillonarios. Y pregona contra la publicidad oficial, pero por debajo de los radares continúa el reparto discrecional de la “pauta” entre ciertos medios de comunicación y periodistas.

Jubilados y miembros de sindicatos protestan frente al Congreso de la Nación, el 11 de septiembre de 2024.
Jubilados y miembros de sindicatos protestan frente al Congreso de la Nación, el 11 de septiembre de 2024.MARIANA NEDELCU

También se encienden algunas luces amarillas en el tablero político. ¿El ejemplo más reciente? Los legisladores libertarios impidieron que la Cámara de Diputados le diera media sanción a “ficha limpia”, el proyecto para que los políticos condenados por corruptos no puedan ser candidatos, alimentando las sospechas de un acuerdo solapado –o al menos connivencia– con la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner rumbo a las elecciones de 2025. ¿Otro ejemplo? Milei quiere que sus candidatos, Ariel Lijo y Manuel García Mansilla, lleguen a la Corte Suprema, sea con acuerdo del Senado o con una designación “ad hoc”, por decreto, durante el receso del Congreso, sin importar las objeciones que acumularon, en particular Lijo, que arrastra múltiples cuestionamientos jurídicos, laborales y morales.

Para Milei, las formas son anecdóticas o irrelevantes. Importa el objetivo, incluso si conlleva pasar por encima de las instituciones y las políticas de Estado, dejar aislada a la Argentina –como cuando fue el único país que votó en contra de una resolución de la ONU que busca intensificar los esfuerzos para prevenir y eliminar todas las formas de violencia contra las mujeres–, o poner en riesgo a diplomáticos argentinos, como con su idea de trasladar la embajada de Tel Aviv a Jerusalén, a pesar de la legislación vigente y una resolución de la ONU.

Así, a lo largo de estos 12 meses, el presidente estabilizó la economía y reduce cada día la maraña de regulaciones y trabas que la ralentizan. También recuperó el control de las calles, que eran un martirio. Y cuenta con un amplio apoyo popular, mérito de sus acciones y de las paupérrimas opciones que ofrece hoy la oposición. Pero si algo nos muestra la historia –y en particular la historia reciente– es que quienes hoy están arriba, mañana estarán abajo. Y viceversa. Y que las reglas y abusos que hoy te benefician y que hoy imponés, mañana te perjudicarán y te las impondrán. Por eso son importantes las formas, por eso son bienvenidos los controles cruzados y los límites institucionales al poder.

Al actuar como actúa, pasando por encima de instituciones y personas, el presidente olvida que para llegar a un objetivo a menudo resulta esencial el recorrido.

Sin camino, no se llega al destino.

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