Jóvenes hartos de los políticos y sin futuro, la tierra fértil en la que enraizó Milei
El núcleo inicial de varones jóvenes se amplió hasta el 30% de los votantes en las primarias de Argentina. Los une el rechazo a los políticos tradicionales y a una moneda devaluada
El ultraderechista Javier Milei, candidato a presidente de Argentina, realiza un sorteo mensual de su sueldo de diputado desde que asumió el cargo en 2021. A principios de agosto, días antes de las elecciones primarias en las que el economista ultraliberal se consagró como el más votado, más de 2,7 millones de personas se inscribieron por internet para intentar ganar ese sueldo de 702.000 pesos, unos 1.920 dólares (1.850 euros). Esa medida populista lo dio a conocer a una gran audiencia y, a su vez, en medio de la enésima crisis económica, ha sido el combustible que buscaba para azuzar la indignación ciudadana contra una clase política de la que él no se siente parte pese a ser legislador. Obtuvo el 30% de los votos, dos puntos porcentuales más que la coalición de centroderecha Juntos por el Cambio (JxC), liderada por Patricia Bullrich, y tres más que el peronismo gobernante, cuyo candidato, Sergio Massa, es también ministro de Economía.
De los 7,1 millones de votos que recibió Milei, muchos salieron de barrios pobres y de clase media-baja de todo el país, los más castigados por una inflación que devora los salarios. Los precios han aumentado un 113% en el último año; los sueldos de los trabajadores no registrados, un 82%. Milei promete un severo recorte de gasto público —superior incluso al que exige el Fondo Monetario Internacional— que achicará un Estado de bienestar que provee jubilaciones, educación pública y sanidad gratuitas y ayudas estatales a los más desfavorecidos. Para no asustar votantes, el candidato de ultraderecha vende —sin explicar cómo— que el costo lo pagará una clase política a la que tacha de “parasitaria, chorra (ladrona) e inútil”.
“Ellos ganan mucho y nosotros nada”
Lucas, de 27 años, y Jacqueline, de 24, llegaron a Milei a través de ese sorteo y el 13 de agosto votaron por él. Residen en Villa Lugano, uno de los barrios del empobrecido sur de Buenos Aires. Milei sacó el doble de votos aquí que en los barrios del norte de la ciudad más acomodados, donde seis de cada diez votantes optaron por la derecha tradicional de Juntos por el Cambio (JxC). “Milei me empezó a interesar cuando dijo que iba a donar su salario. Me anoté y no me tocó, pero ahí empecé a escucharlo y a ver los salarios de los diputados. Ellos ganan mucho y nosotros nada”, cuenta Lucas, quien prefiere no dar su apellido, como la mayoría de entrevistados sobre sus preferencias políticas.
Lucas y Jacqueline pasan seis horas al día con la vista puesta en el tráfico de Buenos Aires para contar cuántos vehículos pasan y de qué tipo son. Trabajan sin contrato para una empresa tercerizada por el Gobierno municipal y cobran cerca de 50.000 pesos (138 dólares). Sus dos empleos, sumados, a duras penas les alcanzan para comprar comida y menos aún ropa o calzado nuevo. Cuentan que están hartos de ver cómo los políticos “pelean entre ellos y no hacen nada” para mejorar la situación. “Los pesos no valen nada”, critica Lucas.
El peso argentino se devaluó un 18% el lunes postelectoral y acumula una depreciación del 50% en este 2023. El tipo de cambio oficial está en 365 pesos por dólar, pero en la calle la divisa estadounidense se vende a más del doble: 720 pesos. En medio de la incertidumbre, los comercios, el sector de la construcción, el mercado inmobiliario y las estaciones de servicio, entre otros, se han apresurado a subir los precios.
La caída sin freno del peso y la inflación han dado alas a la promesa estrella de Milei, la dolarización. Numerosos economistas advierten que es inviable, entre otros motivos porque el banco central no tiene reservas suficientes y porque perdería una valiosa herramienta de política monetaria frente a crisis como la provocada por la última sequía. Pero el candidato de la ultraderecha la mantiene. Es consciente de que la sociedad argentina piensa en dólares aunque gane en pesos y que el único gobierno en los 40 años de democracia que ganó la batalla de la inflación fue el del presidente neoliberal Carlos Menem, quien impuso una ley de convertibilidad que ató el valor del peso al del dólar. Ningún argentino ha olvidado la crisis del corralito de 2001-2002 que desencadenó esa política económica, con índices récord de pobreza y desempleo, pero algunos recuerdan con nostalgia esa época con un peso fuerte que les permitió viajar al extranjero y comprar bienes importados.
“Quiero que Milei dolarice para que no haya más inflación”, afirma Eloy Rojas, de 33 años y padre de dos hijos, a pocos metros de la estación de Villa Lugano, que conecta Buenos Aires con su periferia sur. Nacido en Bolivia, vino de bebé a Buenos Aires y ahora tiene la doble nacionalidad. “Hace un año fui a Bolivia y los precios siguen casi lo mismo, pero acá todo aumenta, aumenta, aumenta. Necesitamos un cambio, esto no va más”, dice.
Eloy trabaja como transportista desde hace unos meses, tras cerrar una verdulería que mantuvo durante ocho años: “Trabajaba de cuatro de la mañana hasta las diez, diez y media de la noche y no me alcanzaba”.
Récord de abstención
A su lado, otro vecino hace tortillas en un antiguo bidón de aceite transformado en parrilla. Escucha en silencio un rato antes de explotar: “Milei me da miedo, nos dejará sin nada”. Teme perder la magra pensión por discapacidad que recibe, de 40.000 pesos (unos 110 dólares), pero aun así no fue a votar porque ningún partido político le convence. Más de 11 millones de personas hicieron como él, el 31% del electorado, cifra récord de abstención para unas elecciones primarias desde que se implementaron, en 2011. Los principales rivales de Milei, la conservadora Patricia Bullrich y el peronista Sergio Massa, buscan convocar a ese electorado de cara a las generales del 22 de octubre. Las alianzas que representan —la opositora Juntos por el Cambio y la oficialista Unión por la Patria— quedaron a dos y tres puntos de distancia, respectivamente, de Milei.
El politólogo Javier Caches cree que es una interpretación insuficiente atribuir el triunfo de la ultraderecha al descontento acumulado por diez años de estancamiento económico y por el fracaso de dos gobiernos de distinto signo, el liderado por el conservador Mauricio Macri entre 2015 y 2019 y el de su sucesor, el peronista Alberto Fernández, desde entonces hasta la actualidad. “No explica por qué ese voto bronca lo capitaliza Milei y no otros emergentes, como [el líder social] Juan Grabois”, dice.
Milei forma parte de un fenómeno global vinculado a figuras como Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil, José Antonio Kast en Chile, Santiago Abascal en España y Giorgia Meloni en Italia, entre otros. Se parecen, pero cada escenario tiene sus particularidades. Mientras Trump, Abascal y Meloni centran sus ataques en los inmigrantes, el candidato argentino dirige sus dardos hacia el Estado y el kirchnerismo.
Cultura ‘online’ antiprogresista
El auge de Milei se ha visto favorecido por una cultura online antiprogresista, en clara disputa con los movimientos feministas. Internet fue la tierra fértil donde enraizó primero su semilla. Durante la pandemia creció entre varones jóvenes, disconformes con las restricciones sanitarias y atraídos por su discurso meritocrático, partidario de la libre portación de armas y contrario a las políticas de género. “No voy a pedir perdón por tener pene”, es una de las polémicas frases pronunciadas por un candidato que tampoco se opone a la venta de órganos y que ha anticipado que de llegar a la presidencia cerrará el Ministerio de la Mujer, el de Educación, el de Sanidad, el de Ciencia y el de Desarrollo Social, entre otros.
En menos de tres años, Milei se ha ramificado hacia todas las clases sociales, edades y géneros. Ganó en 16 de las 24 provincias del país. María Elena, jubilada de 61 años, lo conoció por sus nietos y lo votó porque es la única esperanza que ve para que sus hijos “no se vayan del país”; Gabriela, también jubilada, responde que le transmite un optimismo en el futuro del que ahora carece: “No quiero un país derrotado, no quiero un país triste, no quiero un país donde se vendió todo. Nuestro país es rico y lo quiero ver así“.
“Los votantes de Milei no comparten un mismo programa, es una identidad en construcción. Los une el enojo y la esperanza de un cambio”, resume la investigadora Valeria Brusco, integrante de la Red de Politólogas. Brusco, que ha seguido el crecimiento de Milei desde 2021, señala que a diferencia de la salida colectiva propuesta por la izquierda, la ultraderecha hace énfasis en soluciones individualistas: “Yo cuido mi casa, mi comida y que no me entren a robar”.
En la fórmula de la Libertad Avanza, Milei lleva como candidata a la vicepresidencia a Victoria Villarruel, negacionista de los crímenes de lesa humanidad perpetrados por la dictadura argentina por los que han sido condenados más de 1.100 represores y partidaria de derogar la legalización del aborto, una de las conquistas más recientes del feminismo en Argentina. “La rebeldía se volvió de derecha, como escribió [Pablo] Stefanoni, pero confiábamos mucho en los anticuerpos democráticos de Argentina, pensábamos que cualquier atisbo de un proyecto autoritario era una roja línea infranqueable”, señala Caches.
Faltan dos meses y medio para las elecciones generales del 22 de octubre. Si ningún candidato saca más del 45% de los votos o al menos un 40% y diez puntos de diferencia sobre el segundo, habrá segunda vuelta entre los dos más votados el 19 de noviembre. La irrupción de Milei ha sido un terremoto que ha resquebrajado el sistema bipartidista de Argentina. Ha obligado también a cambiar las estrategias de los candidatos derrotados para hacer frente a una ultraderecha más fuerte de lo que creían.
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