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Opinión
Elecciones Venezuela
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Maduro, una puñalada a la izquierda

La radicalización autoritaria del Gobierno de Maduro provoca una angustia creciente en la izquierda latinoamericana y mundial

Nicolás Maduro, elecciones Venezuela 2024
Nicolás Maduro en el palacio presidencial de Miraflores, en Caracas, Venezuela, el 2 de agosto de 2024.Cristian Hernandez (AP)
Carlos Pagni

Es difícil encontrar una expresión más elocuente de la angustia que provoca la radicalización autoritaria del gobierno de Nicolás Maduro en la izquierda internacional que el enfático reclamo que Cristina Kirchner lanzó el sábado pasado desde México: “En nombre del propio legado de Hugo Chávez, por favor, muestren las actas de la elección”. Esa súplica cobija mucho más que una demanda de corrección institucional. Deja traslucir una demanda compartida por muchos dirigentes que han simpatizado con el chavismo. Algo así como un “no nos sigan haciendo esto”, dirigido a los jerarcas del régimen venezolano. En las palabras de la expresidenta argentina está implícito el costo que están pagando frente a sus propios rivales, en cada país, quienes fueron aliados de Chávez. Lo que en Venezuela se está hundiendo en una degradación abominable fue para muchas fuerzas políticas un experimento promisorio: el renacimiento, en la inesperada geografía del Caribe, de un socialismo que parecía haber sido cancelado para siempre con la caída del Muro de Berlín. Esto es lo que vieron en la aventura bolivariana muchos dirigentes latinoamericanos. Es lo que vieron también muchos militantes europeos.

El pedido de la señora de Kirchner fue muy estilizado. Porque a estas alturas, lo que debe hacer la nomenklatura venezolana ya no es mostrar las actas. Debe dejar de reprimir a la dirigencia opositora, sometida a detenciones arbitrarias y una peligrosa agresividad retórica. Cuando Luiz Inacio Lula da Silva, Gustavo Petro y Andrés Manuel López Obrador, antiguos amigos de Maduro, estaban solicitando que se realice un escrutinio aceptable de los comicios, la respuesta del chavismo fue acentuar sus rasgos totalitarios. Lula, Petro y AMLO quedaron ya sin margen para un discurso negociador. La ilegitimidad de Maduro ya no proviene de la falta de transparencia electoral. Ahora tiene su raíz en la violencia del gobierno contra cualquier expresión de disidencia.

Los hechos tomaron un curso que fortalece la postura de los gobiernos más hostiles al chavismo. La Argentina, Panamá, Uruguay, Perú, Ecuador y Costa Rica reconocieron a Eduardo González Urrutia como el vencedor electoral del 28 de julio. Igual que los Estados Unidos. El domingo la Unión Europea, a través de un pronunciamiento de su canciller, Josep Borrell, también identificó a González Urrutia como vencedor. Borrell reclamó que cesen los ataques a la libertad de expresión y las detenciones ilegales. El último párrafo de la declaración es significativo: afirma que sólo respetando la voluntad del electorado venezolano “se restaurará la democracia”. Para Europa la venezolana es una autocracia.

Borrell emitió su declaración después de que, el sábado, los presidentes y jefes de gobierno de Alemania, Francia, España, Italia, los Países Bajos, Polonia y Portugal pidieron que se haga pública la documentación de los comicios y que cesen los ataques a la oposición. Borrell dio un paso más: dijo que, según la información suministrada por las fuerzas contrarias a Maduro, en coincidencia con organizaciones independientes, el ganador habría sido González Urrutia. El dictador le respondió de inmediato, acusándolo de “haber llevado a Ucrania a una guerra y ahora lavarse las manos”. Insólito homenaje a Vladimir Putin. Eso sí: sobre las elecciones venezolanas, ni una palabra.

El chavismo está expuesto en esta oportunidad a circunstancias inéditas. Sus opositores se unificaron detrás de una sola candidatura. Las proscripciones del régimen no derivaron en convocatorias a la abstención, como en otras ocasiones. Además, los comicios fueron fiscalizados por los rivales de Maduro. Lo habitual en procesos anteriores había sido un déficit enorme de control sobre el voto. El gobierno se las ingeniaba para intimidar a quienes quisieran desempeñarse como “testigos”, que es el nombre de quienes supervisan la elección en nombre de cada fuerza en competencia. Esta vez fue distinto. Hubo una tendencia masiva a participar en la fiscalización del sufragio. Es una novedad relevante, porque gracias a ella los seguidores de González Urrutia pudieron relevar los resultados del 80% de las mesas. Y ese resultado indica, como consigna Borrell, que Maduro fue derrotado.

La vida pública venezolana ingresó en un callejón sin salida. El régimen decidió robarse la elección y respaldar ese fraude con métodos violentos. Lula, Petro, AMLO, el propio Gabriel Boric, que siempre fue crítico del chavismo, quedaron descolocados. Ellos podrían recurrir a China y Rusia para contener la inercia dictatorial de Maduro. Pero a los rusos y los chinos esa desviación les interesa poco. Les conviene una Venezuela más aislada y, por lo tanto, más dependiente. Si se confía en la denuncia de Volodomir Zelensky, el juego de Putin sería el menos conciliador: el presidente de Ucrania denunció la participación de mercenarios del comando Wagner, participando de la represión en el Caribe.

La encerrona para Lula, Petro, AMLO y Boric es comprensible. Una inclinación ancestral antinorteamericana les impide quedar asociados a las posiciones de Washington. Pero lo más importante es que el agravamiento de la pesadilla venezolana fortalece del discurso antichavista de sus opositores internos, que se alinean con el bloque de países que dictaminaron la victoria de González Urrutia. Estas prevenciones tenderían a volverse más inquietantes si en la impredecible elección presidencial de los Estados Unidos termina ganando Donald Trump. Frente a ese resultado, el endurecimiento del régimen chavista ofrecería una oportunidad para una presencia más visible de Washington en la región. No debe olvidarse que, en su momento, Trump imaginó una invasión multinacional sobre Venezuela. Era otro Trump. Era otro mundo.

La tragedia venezolana sirve como excusa para otros movimientos diplomáticos. Lula da Silva, por ejemplo, aceptó hacerse cargo de los intereses argentinos en Caracas. La embajada de la Argentina era la única que cobijaba refugiados políticos. Y Javier Milei estuvo entre los primeros jefes de Estado que desconocieron el resultado comunicado por el ministro de Defensa, el general Vladimir Padrino López. Obligada a retirar al personal diplomático de Venezuela, la cancillería argentina solicitó a Brasil que asuma la responsabilidad por los asuntos del país. Se repetía lo ocurrido en 1982, durante la guerra con el Reino Unidos por las Islas Malvinas: también los brasileños representaron a la Argentina en Londres.

Sin embargo, en este caso, hubo un entrevero de los que caracterizan a diario al gobierno de Milei. Apenas Lula aceptó la propuesta, Milei reprodujo un mensaje publicado en la red X insultando al presidente de Brasil, igual que a Petro y AMLO, por ser tolerantes con Maduro. Al día siguiente, el jueves por la mañana, Milei emitió un largo comunicado agradeciendo a Brasil por su solidaridad. Un detalle significativo: María Corina Machado también aplaudió a Brasil, lo que demuestra que ese país mantiene una línea abierta con el régimen y con sus rivales.

El gesto demuestra el interés brasileño en coordinarse con la Argentina, a pesar de la enemistad de los dos presidentes. La agenda bilateral es muy densa, e incluye la negociación con la Unión Europea para que se establezca el Tratado de Libre Comercio con Mercosur. Es un acuerdo cada vez más relevante para el ajedrez global por una razón sencilla: China está ofreciendo a ese bloque un acuerdo del mismo tipo. Una presión que acaso rompa el bloqueo que ejerce sobre esa transacción el proteccionismo agrícola francés. Derivaciones misteriosas que llegan desde el Caribe hasta el Río de la Plata.

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