Noboa reduce drásticamente los homicidios en Ecuador, aunque continúa el desafío criminal
Los secuestros y las extorsiones han crecido en el estado de excepción que decretó el presidente para poder sacar los militares a las calles
El Gobierno de Daniel Noboa ha reducido drásticamente los homicidios en el país, lo que explica en parte la alta popularidad de la que goza (más del 80%). Ecuador ha pasado de tener 40 homicidios al día a 12, lo que supone una reducción de más del 60%. Sin embargo, han repuntado las extorsiones y los secuestros. El pago de extorsiones se ha duplicado y en todo el 2023 se registraron 138 raptos, y solo entre enero y marzo de 2024 ya suman 38. La mayoría ocurrieron en Guayaquil, según las cifras de la policía, la que es la ciudad más violenta del país.
Noboa, un joven empresario heredero de un imperio del banano, llegó al Gobierno sin que nadie lo esperase, venciendo al correísmo. Pronto dijo que aplicaría las exitosas recetas de Nayib Bukele contra el crimen en El Salvador. Después de una arremetida del crimen organizado en enero, sacó el ejército a la calle y a la luz de los datos sobre homicidios el shock provocado ha funcionado. Además, su Gobierno realiza en las cárceles un registro de ADN de presos a los que no se les proporciona suficiente información sobre lo eso supone, como reveló el sábado EL PAÍS. Ese mismo día, el Gobierno reconoció mediante un comunicado que estaba realizando esas pruebas, pero según su versión cumple con el protocolo e informa a los internos. Sin embargo, este periódico ha documentado que esto no es así.
Por el aumento del secuestro se están produciendo historias como las de Francisco, que con el rostro tapado, con su camiseta y las manos atadas se dio cuenta que no estaba solo en el pequeño cuarto destartalado, de madera y caña donde lo habían dejado sentado en el piso. Estaba secuestrado, en algún barrio de Guayaquil, donde rige un estado de excepción para que miles de militares patrullen las calles. Dos horas antes había sido detenido mientras iba en su carro en una avenida principal del sur. “Dos tipos en una moto se pusieron al lado de mi ventana y me apuntaron, me pedían que me baje, y cuando intenté tomar el teléfono para alertar a mi esposa, otros dos me estaban apuntando del lado del copiloto”, recuerda Francisco con detalle ese día. Encerrado en aquel cuarto, sin poder ver a su alrededor, escuchaba la respiración de otros dos hombres a su lado sentados en el piso cerca de él. Nadie se atrevía a hablar por temor a enojar a su custodio, un muchacho con un arma que estaba en la puerta.
Francisco intentaba no perder la noción del tiempo, cuando los sujetos, con toda clase de armas, entraron al cuarto a hacerle grabar un video al hombre que estaba a su derecha. Podía sentir lo nervioso que estaba por cómo gemía y respiraba agitadamente, como quien camina a la guillotina. Lo primero que hizo cuando habló, fue pedir perdón a la familia, relata Francisco, que reconoció por la voz que se trataba de un joven de unos veinte años. “Al parecer estaba metido en la venta de droga”, añade, porque lo último que dijo el muchacho fue que se llevó una droga, y resignado del final que iba a tener, se despidió. “Sentí cómo lo apuñalaron varias veces y después lo arrastraron para sacarlo del cuarto”, narra el hombre que sobrevivió por suerte. Luego conoció que el muchacho llevaba cerca de tres semanas secuestrado, y el otro hombre en la habitación tenía más de un mes en ese lugar. “Era un comerciante de avanzada edad al que estaban extorsionando a la familia para depositarles dinero a cambio de soltarlo con vida”, dice Francisco. El hombre fue liberado mientras él seguía esperando.
Hasta que llegó su turno. Habían pasado unas cinco horas desde que lo secuestraron, cuando entraron nuevamente los sujetos armados. Le quitaron la camiseta que cubría el rostro y al frente tenía un teléfono celular. Estaba en una videollamada. “¡Él no es!”, gritó el que estaba en la línea. “Se habían equivocado. Buscaban a un tipo con el mismo modelo y color de carro, pero con los vidrios azules, y el mío no tiene los vidrios azules”, dice Francisco. El error podía empeorar la situación o librarlo del secuestro. “Les dije, mírenme bien, no soy el que buscan, yo soy un trabajador”, intentaba negociar Francisco, “me quitaron la ropa para revisarme si tenía tatuajes y si pertenecía a alguna banda y me dejaron de nuevo en el piso”, cuenta el hombre, al que le dijeron que si se portaba bien le perdonarían la vida. Por la noche lo sacaron del cuarto, lo subieron a una tricimoto (una moto al que le adaptan unos asientos y lo cubren con lona) y lo dejaron en el filo de la avenida Perimetral, que bordea la periferia de Guayaquil y donde botan a los secuestrados y a los muertos. Francisco estaba con vida.
Las extorsiones suman 1.518 casos en lo que va el 2024, frente a los 787 en el mismo periodo del año pasado. Estas cifras son solo las que han sido denunciadas. Hay barrios enteros, negocios y personas que no denuncian por temor a las represalias y la falta de confianza en la justicia y en la Policía, ya que algunos de sus miembros han sido detenidos por estar implicados con las bandas que se dedican a estos delitos. Del secuestro de Francisco, la policía no se enteró. Después de ser liberado, los secuestradores lo extorsionaron, le pidieron 2.500 dólares para devolverle su vehículo que había sido desmantelado. Él pagó a los criminales, le entregaron el carro y no denunció.
En las calles de Guayaquil hay una relativa calma. “No escuchamos tantas balaceras, ni muertos”, dice José que vive en el sector de Flor de Bastión, uno de los barrios más peligrosos de la ciudad. La percepción es que no hay tantos muertos por la presencia de los militares. Pero “el crimen organizado tiene tres décadas incrustado en el país y es difícil destruirlo solo con acciones militares”, explica Mario Pazmiño, exdirector de Inteligencia, quien analiza que lo que ha ocurrido en Ecuador es solo una pequeña parte de lo que puede hacer el crimen organizado, que tiene el poder de mutar y reorganizarse con rapidez. “Porque en todo estos años ha tenido una penetración en el estamento gubernamental, de control, en el sistema financiero, en el judicial y social. Eso es difícil cambiarlo en poco tiempo”, añade, aunque cree que pueden sembrarse políticas públicas de largo plazo. El problema es que el Gobierno todavía no habla de eso. Para la Policía, los delitos de secuestro y extorsión son problemas que no solo ocurren en Ecuador sino en toda la región. “Las organizaciones criminales vieron en este delito una posibilidad para fortalecer las economías ilegales para mantener estas bandas terroristas dentro del país”, dijo Byron Ramos, jefe de la Dinased en una entrevista en el medio Teleamazonas. Pero salir a la calle sigue siendo un acto de valentía en Guayaquil, donde se vive con la incertidumbre de ser secuestrado, extorsionado o asaltado.
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