Lorena Aguilar: “Muchas comunidades venden a sus hijas por diez dólares para adaptarse a la sequía”
La experta en género para la ONU señala tres asuntos pendientes contra la desertificación: titularidad de tierras equitativas, valorar los saberes ancestrales y reducir la brecha de género
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Hasta el 40% de las tierras del mundo están degradadas. Estos suelos deteriorados amenazan la soberanía alimentaria de la mitad del planeta y ponen en jaque el clima y la biodiversidad. De acuerdo con la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (Cnuld), de mantenerse estas tendencias, será necesario restaurar 1.500 millones de hectáreas de tierra de aquí a 2030 para conseguir la neutralidad en la degradación. Se trata de unas dimensiones similares a dos veces el tamaño de Brasil. Aunque estas cifras parecen inabarcables, para Lorena Aguilar (San José, 64 años) una sola acción puede achicar esta enorme crisis global: reducir la brecha de género.
Aguilar es la autora del informe Las mujeres en la vanguardia de la lucha contra la sequía que desglosa estos datos. Experta en género y medio ambiente de la Convención, ex viceministra de asuntos exteriores de Costa Rica y directora ejecutiva del Instituto Kaschak para niñas y mujeres, también es una mujer a la que casaron con 17 años. Es por ello que se emociona al referirse a las uniones tempranas, los lentos avances en materia de titularidad de tierras equitativas y la falta de representatividad. “Sin tenencia de la tierra no existe igualdad de género”, explica por videollamada desde Binghamton, Nueva York. “Hay mujeres inoculando plantas con hongos para hacerlas más resistentes, bomberas combatiendo incendios forestales… Cosas loquísimas. No está el mundo para perderse eso”. Pocos días antes de que comience la Conferencia de las Partes (COP16) de la Cnuld que se celebrará en Riad, Arabia Saudí, del 2 al 13 de diciembre, Aguilar pide cambiar el tono paternalista: “Me gustaría salir del término de vulnerabilidad que se asocia a las mujeres y empezar a hablar de agentes de cambio”.
Pregunta. Las mujeres producen hasta el 80% de los alimentos en los países en desarrollo, pero menos del 20% de los propietarios de tierras son mujeres. ¿En qué se traduce?
Respuesta. Hay que entender los nudos de desigualdad y cómo esto hace a las mujeres en el mundo en general mucho más vulnerables y las ponen en un alto riesgo. No tiene que ver con nuestros genes, sino con los procesos que socialmente se han construido. En el tema de la tierra, lo que muestran estos datos es que ellas no tienen capacidad de decisión. Al no ser ellas dueñas, no pueden acceder a créditos, ni a pagos por servicios ambientales, ni capacitaciones sobre nuevas semillas. Esto las limita en su accionar. Sin tenencia de la tierra no existe igualdad de género.
P. ¿Cómo cambiaría la forma de trabajar el suelo si la propiedad estuviera repartida equitativamente?
R. Hay estudios en América Latina que demuestran que cuando esa plata entra al bolsillo de las mujeres, las ganancias del uso por lo general se invierten mejor. Se invierten en aumentar la calidad de vida de la familia, mejorar la alimentación, la educación, la vivienda… Mientras, los hombres reinvierten apenas un 15% porque el dinero se va a otros lados.
P. ¿De qué manera se están mezclando conocimiento ancestral y actual en la lucha contra la sequía en América Latina?
R. No siempre sucede que, quien se forme, vea atractivo quedarse en el territorio. Un ejemplo de éxito es el caso de las hermanas indígenas Machaca, en Perú. Ellas se fueron a estudiar agronomía, y su comunidad les dio permiso, pero para que luego vuelvan. Y cuando lo hacen se dan cuenta de que para poner en práctica un mejor manejo hídrico en momentos de sequía, hace falta una combinación de ambos saberes, también del ancestral.
P. Usted ha dicho que las niñas son las ‘novias’ de la sequía. ¿A qué se refiere?
R. Las comunidades más pobres tratan de adaptarse a estos cambios en el clima sin precedentes. Pero algunas de las medidas de adaptación son perversas, no todas toman en cuenta el ambiente o las personas. Estas novias de la sequía las vemos cada vez más en el cono sur de África o Asia. La sequía allá es tan, tan, extrema que lo único que les queda a las comunidades es vender a sus hijas. Muchas venden a niñas de ocho o nueve años por 10, 15 o 20 dólares. Muchas son devueltas a sus comunidades con daños en sus cuerpos o enfermedades venéreas y las comunidades las tachan de brujas. Pasa también con los matrimonios tempranos, esto alarma mucho con la sequía. A mí me ha tocado ver cómo se les corta la vida.
P. Usted habla de África o Asia, ¿sucede también en América Latina?
R. Sí, existe. A veces, los Gobiernos no lo aceptan, pero conforme el cambio climático avance y las familias no puedan hacer frente a sus necesidades básicas, el tema de los niños y niñas que se venden por matrimonios o por órganos va a crecer. El matrimonio temprano aquí se sigue dando. A mí me casaron con 17 años cuando era una niña, no por las razones de las que hablamos pero sé lo que se siente. Es un tema que me llega al alma y es una de las situaciones de vulnerabilidad más difíciles de enfrentar como mujer.
P. ¿Cómo se termina con las uniones tempranas?
R. Con educación. Hay que seguir desarrollando la capacidad propia para automantenerte. Aunque sea solo aprender inglés, o aprender matemáticas para trabajar en una pulpería (tienda). Una vez le preguntaron a un presidente del Banco Mundial que en qué invertiría él el dinero si solo tuviera una opción. Y él dijo que en la educación de las mujeres y niñas. Eso es un abrelatas para seguir.
P. Y también educarlos a ellos, ¿no?
R. El tema de la masculinidad responsable se tiene que abordar. Recuerdo que cuando empezamos a trabajar en eso hace 30 años, nos decían que malgastábamos la plata en los hombres. Pero es que ellos son los que tienen la capacidad de decidir y de hacer cambios. Cuando trabajas con mujeres en la ruralidad te dicen: mira, por favor, convéncelos a ellos.
P. El 2 de diciembre arranca la 16ª Conferencia de las Partes de la Cnuld en Riad. ¿Qué se puede esperar de ella?
R. La convención tiene un plan de género un poco viejito y hay que adaptarla a las nuevas necesidades y a nuevos estudios que existen. Hay que pasar de ver a las mujeres como las pobrecitas, embarazadas, descalzas en países pobres, a ver mujeres agentes de cambio. Es absurdo dejar fuera los saberes de la mitad de la población. Me gustaría salir del término de vulnerabilidad y hablar de resiliencia.
P. La Cumbre se celebra en un país que no garantiza muchos de los derechos humanos más básicos de las mujeres. ¿Qué tan viable será hablar de equidad de género?
R. Sí… Lo veremos. Sin embargo, creo que el proceso hacia la igualdad de género es un tren del cual nadie puede bajarse. Poco a poco, los países caminan hacia eso. Y aunque se siguen retrocediendo en materia de derechos, no queda más que convencer de que no es una buena inversión despreciar ese 50% de la población. Es absurdo.
P. Las sequías contribuyen al 15% de las pérdidas económicas relacionadas con catástrofes en todo el mundo. ¿Es la deuda la razón por la que no se invierte lo suficiente en la prevención en el sur global?
R. Ese es un gran reto. No sólo para la sequía, sino el desarrollo en general. A veces, no sólo es la deuda sino los intereses de esta. Los países recortan la inversión social que es el capital que necesitas para reducir tus vulnerabilidades y tus riesgos. Es la rueda que está sumiendo a muchos países de la región, afecta al sur global principalmente. Y es que un desastre se chupa toda la plata de los fondos de emergencias. El problema es el mal tino de los políticos. Pensar en cuatro años para hablar de erradicar la sequía es muy perverso.