Una oportunidad para que los niños crezcan: el norte de Argentina combate la desnutrición
La asociación Pata Pila acompaña a madres para cuidar la salud de sus hijos en el Chaco salteño, una de las regiones con más pobreza y falta de servicios básicos
Yamileth nació prematura con un peso de 1,6 kilos en un hospital público de la ciudad de Salta, capital de la provincia homónima en el noroeste argentino. Su casa se encuentra a 338 kilómetros de allí, donde su papá, su hermana, de seis años, y su abuela esperaban noticias sobre su nacimiento. Cuando su mamá, María Rosa Sardina, una mujer wichí de 30 años, necesitó ser atendida por el parto anticipado, estaba junto a ellos en su comunidad, Misión La Golondrina, ubicada en la localidad Hickmann en el Chaco Salteño.
María Rosa cuenta que ese día pasó por hospitales de distintas ciudades de la provincia (Embarcación, San Ramón de la Nueva Orán y finalmente Salta) para que pudieran atenderla para tener a su bebé. En los primeros dos hospitales no tenían el equipo adecuado para el parto. La mamá y la bebé estuvieron un mes internadas en el hospital de Salta sin recibir visitas por lo costoso que era para la familia llegar. “Yo estaba muy anémica y mi bebé estuvo en neonatología. Yo lloraba porque quería volver a mi comunidad. También estaba preocupada por mi otra hija. Todo el tiempo pensaba si le habían dado de comer o si la cuidaban bien”, relata. Si bien Maria Rosa habla wichi, ella aprendió castellano en la escuela. Eso le facilitó la comunicación con los médicos y las enfermeras.
Cuando Yamileth alcanzó los dos kilos, le dieron el alta. Al volver a su casa en la comunidad, María Rosa se puso en contacto con la Asociación Civil Franciscana Pata Pila para que incluyeran a su hija entre los beneficiarios de la organización. “Ellos me ayudaron con la leche de fórmula porque a mí no me alcanzaba para comprarla”, aclara.
Por su condición de prematura, Yamileth tenía que hacer controles mensuales en Salta, pero para María Rosa era muy difícil llevarla por el costo y la distancia. Llegar en auto particular lleva al menos cuatro horas y media. Y para tomar un colectivo, primero debe viajar 50 kilómetros hasta la terminal. Ella no cuenta con vehículo propio. A través de Pata Pila, logró que el municipio la llevara a los controles durante tres meses, algunas veces en camioneta, mientras que otras le subvencionaran el colectivo.
Unos 7.500 niños en riesgo
En la provincia de Salta residen aproximadamente 500 comunidades indígenas que pertenecen a más de 14 pueblos originarios y que viven en condiciones de pobreza estructural y discriminación, con fuertes restricciones en el acceso al sistema de salud y a servicios básicos como el agua potable. La situación es especialmente preocupante en Rivadavia, Orán y San Martín, ubicados en el norte. Allí, desde 2020 rige la emergencia sociosanitaria. Unos 7.500 niñas y niños de hasta cinco años se encuentran en riesgo nutricional.
Rivadavia, Orán y San Martín forman parte del Gran Chaco argentino, un territorio semiárido que se caracteriza por una altísima vulnerabilidad climática y los índices más acuciantes de pobreza del país pese a ser la segunda región más boscosa y extensa de América Latina y el Caribe, después de la selva amazónica.
Pata Pila comenzó a trabajar en la zona en 2015. Sus profesionales interdisciplinarios realizan recorridos semanales en el territorio para monitorear y atender casos de desnutrición aguda en niños y niñas de hasta cinco años y mujeres embarazadas. En la provincia de Salta, la organización cuenta con cuatro centros que atienden a unos 1434 niños y niñas.
La vicedirectora regional Pata Pila Virginia Zenteno cuenta que la organización se centra en la prevención: “Realizamos atenciones integrales para evitar que los niños lleguen a una situación de emergencia, como la internación hospitalaria. Cada centro ofrece atención nutricional, y el equipo interdisciplinario trabaja con las madres para mejorar los hábitos alimentarios de sus hijos”, explica. Cada semana, entregan bolsas de 400 gramos de leche a las madres y, cuando pueden, les ayudan con otros productos.
El día a día en el centro de Fortín Dragones
Jueves a las 9.30. Pata Pila recibe a las madres de la comunidad wichi en Centro de Desarrollo Humano Integral Fortín Dragones. Algunas llevan a sus hijos en brazos y otras ven cómo ellos se adelantan a ingresar a la sala, donde se reparten tazas plásticas con leche y pan para desayunar. El director, Marcelo Ruiz, las saluda y señala a una mujer a la que espera la trabajadora social, Berta Colina, que aborda temas de violencias y todo tipo de consumo. “Tengo herramientas para acompañar y hacer red con otras organizaciones y profesionales”, desde gobiernos a hospitales, escuelas, y asesorías legales, explica. “Esto permite que lo que no podemos abordar nosotros, lo hagan otras entidades”.
En el centro hay dos turnos de tres horas cada uno. Uno por la mañana y otro por la tarde. En general, participan unas 80 madres. Algunas de ellas vienen de las comunidades de Hickmann, que se encuentran a unos 25 kilómetros. El director reconoce que, especialmente en los días de mucho calor de verano, donde la temperatura puede superar los 48 grados, a algunas de estas mujeres les resulta difícil llegar.
Hernán Rivero ayuda a distribuir el desayuno entre un grupo de niños que juegan mientras esperan sentados. El joven de 25 años forma parte de la comunidad wichi Asamblea de Dios y es el traductor del centro para las madres que no hablan castellano. “Me gusta ser traductor, porque siento que puedo ayudar a las mamás a entender mejor las cosas, como los temas de nutrición”, expresa.
Uno de los mayores desafíos es el acceso a servicios de salud. Aunque hay un hospital cercano, muchas veces los pacientes deben ser derivados a otro que está a 90 kilómetros. El acceso a trámites básicos como un documento de identidad también es complicado debido a las distancias y la falta de transporte adecuado.
Hanna Montes, brasileña de 27 años, es la nutricionista del centro. Ella migró a Argentina hace seis años y este año se mudó de Buenos Aires al Chaco para trabajar con Pata Pila. “Es muy difícil dar un plan de alimentación a alguien que no tiene opciones en la casa”, reconoce. Un caso que la marcó fue el de un niño que tenía diarrea constantemente y no entendían por qué hasta que, en una visita domiciliaria, se dio de que estaba tomando agua de un tanque que no estaba bien cuidado. “El problema se solucionaba con agua potable”, relata.
Dentro del equipo también hay una psicopedagoga, Paula Villarreal, de 27 años , que trabaja con Pata Pila desde febrero de este año. Acompaña a los chicos y chicas en la estimulación temprana para ayudarlos en el desarrollo de la motricidad y lo cognitivo.
Entre los turnos y antes de terminar la jornada, todo el equipo se reúne para conversar sobre casos específicos de madres y niños que requieren atención. “Nos aseguramos de que todos los profesionales estén al tanto de cada situación para coordinar mejor las acciones”, señala Ruiz. Además, tienen digitalizadas las fichas de todos los niños para seguir sus casos.
El impacto del trabajo integral
A las 11.30, como todas las semanas, la acompañante familiar de Pata Pila Nilda Cardozo se acerca al hogar de María Rosa, que la espera sentada en una sillas plásticas para conversar en el terreno donde merodean un cerdo, algunos perros y una gallina. Tanto en Fortín Dragones como en Hickmann, donde trabaja Cardozo, las calles son de tierra. Cuando hay viento, se forma una polvareda.
María Rosa se crió con su abuela, que la criaba con el poco dinero que conseguía lavando ropa. “Los chicos wichí no usábamos mochila para ir a la escuela porque no nos la podían comprar. Yo usaba una bolsita de mercado para llevar mis cosas e iba descalza. Hoy mi hija de seis años va con su mochila bonita”, relata. Además de a Yamilet tiene a otra hija mayor, Victoria. La familia sale adelante gracias al dinero que gana su marido vendiendo leña y las artesanías que ella hace, unos ingresos que complementan con subsidios estatales.
Yamileth ya tiene un año y medio y mientras su madre cuenta su experiencia, ella juega inquieta alrededor. Enseguida, abraza a María Rosa, quien comienza a amamantarla. Este mes tiene que sacar turno en el hospital de Salta para llevar a su hija al control. Cuando viaja, con la ayuda del municipio, se hospeda en una casa del Instituto Provincial de Pueblos Indígenas de Salta (IPPIS). Allí puede quedarse para los controles médicos.
Pero mirando atrás, puede ver el efecto que el programa en el desarrollo de la niña: “Mi hija sigue yendo al programa de Pata Pila, aunque ya no toma leche de fórmula. Ya no tiene bajo peso y está hermosa”, dice.