La terapia del abrazo: voluntarios estimulan el desarrollo de bebés prematuros en Argentina
La iniciativa de una maternidad pública de Córdoba busca bajar el estrés de vivir en una incubadora a recién nacidos cuyas madres están ausentes por diversas razones
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Irma Castro, de 60 años, se sienta en la pulcra sala de neonatología de la Maternidad provincial de Córdoba, en Argentina, con un bebé prematuro apretado a su pecho. La carita del niño toca la piel de la mujer que lo mira en silencio y lo acompaña mientras el pequeño escucha el latido de su corazón y suspira dejando escapar el estrés que le produce vivir en una incubadora. Permanecerá así, en calma, las próximas dos horas sintiendo el calor sanador de Irma hasta que sea la hora de regresar al habitáculo donde recibe cuidados intensivos.
Irma es una de las “abrazadoras” voluntarias del hospital. Ofrece su piel para potenciar el neurodesarrollo de bebés prematuros o de bajo peso, cuyas madres están ausentes porque son de bajos recursos económicos, viven lejos de la maternidad, tienen otros hijos, están privadas de la libertad, son víctimas de violencia o consumidoras de sustancias adictivas.
Son 50 los voluntarios ―49 mujeres y un varón― que donan su tiempo para acompañar a los recién nacidos y hay más de 200 aspirantes en lista de espera. “Quiero que tengan la certeza de que desde que nacieron han sido amados, aceptados. Una se asombra de lo guerreros que son, del anhelo de esas criaturas por vivir”, sostiene Castro, docente jubilada y voluntaria desde hace más de dos años.
Nancy Sánchez Zanón, jefa del departamento de Neonatología de la Maternidad, explica que el promedio de cuidados intensivos en incubadora ronda los 12 días, pero pueden extenderse por meses, según la patología y la prematurez. En este hospital, unos 1.500 bebés de los 5.200 que nacen aproximadamente al año requieren cuidados intensivos. Alrededor del 15% necesita que los abracen.
Ana María Rognone, jefa de cuidados intermedios de la Maternidad y coordinadora del programa, explica que el proyecto nació en el marco de un voluntariado en “maternidades seguras y centradas en la familia”, un paradigma de atención perinatal en las maternidades públicas de Córdoba. Se inició en 2010 replicando una estrategia que impulsaba en Buenos Aires el Hospital Materno Infantil Ramón Sardá junto a Unicef.
Este enfoque busca una atención humanizada con la mira puesta en los derechos de la madre y del niño, a través de la mejora de la calidad de la atención y la reducción de la morbilidad y la mortalidad materna y neonatal. En este escenario, se intenta que los padres y la familia asuman un papel protagónico en el cuidado y conozcan los beneficios de la lactancia materna. Por su parte, las instituciones ofrecen residencias para que las madres permanezcan cerca de sus bebés y convocan a miembros de la comunidad a involucrarse en actividades de voluntariado.
“El equipo de salud no puede solo; con las familias suma y con la comunidad suma mucho más”, piensa Rognone. En 2017, se incorporaron las “abrazadoras” gracias a la información que aportó una voluntaria sobre el programa Baby Cuddler que desarrollan en Canadá con hijos de madres heroinómanas. A partir de allí, se adaptó a la realidad argentina.
Una estrategia sanitaria
Los voluntarios son un sostén para el equipo de salud: detectan si un bebé no recibe visitas, conocen las dificultades, carencias o problemas de las madres y suplantan la ausencia materna con su propio cuerpo. Para ello se pide el consentimiento por escrito de la mamá.
El abrazo los ayuda a crecer más rápido y a ganar peso. “No prestamos personas para abrazar. Esto es una estrategia de salud, con un equipo sanitario que apoya, con fundamento científico y con un proceso de capacitación para el ingreso al voluntariado”, subraya Rognone.
Para ser voluntario sólo basta con ser mayor de 18 años, certificar buena conducta y tener una hoja intachable respecto a delitos contra la integridad sexual. Luego, la selección depende de la disponibilidad de tiempo y de las expectativas. Lo que busca el programa no es cubrir las necesidades personales de quienes ayudan, sino las de los otros.
Nancy Sánchez Zanón insiste en que la función de las “abrazadoras” es estar al servicio de las madres y ser el nexo con el equipo de salud. Pero, sin duda, el valor del contacto piel a piel es grande. “Es muy bueno saber que por dos horas ese bebé va a estar en contacto con una persona y no asistido en una incubadora. El abrazo alivia tensiones y calma angustias”, apunta Paula Yacante, traductora de inglés de 50 años, una de las primeras voluntarias.
La jefa de Neonatología explica que está comprobado científicamente que los bebés evolucionan mejor y más rápido cuando tienen contacto físico con su madre. En el caso de que la progenitora esté ausente, también es efectiva la vinculación con una tercera persona. “El contacto piel a piel ayuda a que el niño crezca y recupere peso más rápido, favorece el neurodesarrollo, la protección, el cuidado, el crecimiento. Al estar menos estresado, porque está en brazos y sostenido emocionalmente, regula mejor la temperatura, hace menos apneas, gana más rápido peso que si no está vinculado con nadie”, detalla.
La voluntaria Pierina Vans, diseñadora de interiores de 52 años, agrega que, al momento de sentirse abrazado, el bebé despliega su instinto primario de supervivencia: se relaja y se siente protegido; deja de consumir su propia energía. “Cuando uno lo abraza y el bebé tiene contacto piel a piel, se siente que suspira y que empieza a cambiar el color de su piel”, indica.
“Cuando lo tomás, ves que está con las manitos apretadas, luego se relaja y baja la frecuencia cardíaca”, agrega la médica. En el caso de que los bebés no puedan ser abrazados por la imposibilidad de desconectar sus vías intravenosas o sondas, los voluntarios introducen la mano en la incubadora y le toman la manito o apoyan la suya en las piernas o el pecho del pequeño.
“A veces uno piensa que les da, pero en realidad uno se va llena al sentir cómo en ese cuerpito tan pequeño hay tantas ganas de vivir, hay apego a lo hermoso que es la vida”, dice Irma Castro. Ella cree que ayudar a un niño a que sus inicios sean mejores es contribuir con la humanidad.
María Cristina Nieva, psicopedagoga de 45 años, se siente privilegiada de cumplir esta tarea como voluntaria. “Se siente paz, amor, satisfacción. Cuando se les da de alta es una gran alegría, sobre todo los que han estado mucho tiempo y han pasado por los brazos de todas. Lo festejamos”, remarca.
La palabra amor vibra en el voluntariado. Las mujeres lo repiten con los ojos húmedos. “Le ofrecemos al bebé un momento de fusión emocional, tranquilidad, seguridad, confort, calor. Siento que le estoy dando un granito de arena y sumándole el camino del bien”, sostiene la voluntaria Paula Otto, de 52 años, coordinadora de un ropero comunitario.
Curar con el afecto
El abrazo a los bebés durante un par de horas inicia después de que han sido cambiados y alimentados. “Las enfermeras son nuestras guías porque no siempre los bebés están en condiciones de ser abrazados. A veces tienen que ser sometidos a una práctica médica; nos orientan”, apunta Pierina.
Los sacan de la incubadora siguiendo un protocolo y lo apoyan sobre el pecho intentado estar lo más tranquilas posibles para que el bebé esté relajado. Si en ese momento se presenta la madre o el padre, se lo entregan inmediatamente. “Somos una suplencia de esa ausencia”, dice Vans. Después llegan los recorridos por las salas de internación, donde advierten las necesidades de las madres. La voluntaria Marcela Mancardo, ama de casa de 59 años, relata que el primer bebé que abrazó no había tenido contacto con su mamá por un problema de salud. La bebé pasó de la sala de partos a la incubadora. “Fui la primera que la abrazó en mi primera vez como voluntaria. Fue una explosión de amor. Lloré en mi casa”, asegura.
La voluntaria Susana Sassy, arquitecta jubilada de 82 años, dice que cuando alza a un recién nacido, toca el cielo con las manos. “Es maravilloso escuchar ese corazoncito que está latiendo. Muchas hemos sido mamás, pero esto es distinto; estás comprometida con un amor diferente. Es dar luz, vida y amor”, piensa.
Verónica Conci, acompañante terapéutica de 52 años y una de las últimas en incorporarse al voluntariado, recuerda que en las capacitaciones le impactó una frase de Ana Rognone citando al ginecólogo francés Michel Oddent: “Para cambiar el mundo es necesario cambiar la forma de nacer”. “Podemos cambiar la forma en que llega un bebé a este mundo, más humano, más contenido, más amado; que sienta que es importante. Que no es lo mismo estar en una incubadora 24 horas, tres días, a que alguien te recoja, te abrace y te de el corazón y la piel, que es lo que damos nosotras”, remarca. Piensa que, tal vez, cuando presta el pecho y los brazos a un niño, incide en su futuro.
La labor de las “abrazadoras” se hizo más conocida en los últimos tiempos. A fines del año pasado fueron elegidas como Personalidad Cordobesa 2023. “Creo que fue la frutilla del postre mostrar que desde afuera se puede estar en una sala de neonatología y la importancia de cubrir a cierta población vulnerable que no puede estar en ese momento con su bebé”, opina Rognone. Para ella, todas las maternidades deberían incorporar a la comunidad para acompañar a las familias. “No se cura solo con medicina sino con afecto”.