Martin von Hildebrand: “El blanco tiene que tomar en serio el pensamiento indígena, no solo darles recursos”
Uno de los mayores conocedores de la Amazonía colombiana reflexiona sobre el Gobierno de Petro, el colonialismo y sus cuatro décadas estudiando la selva
EL PAÍS ofrece en abierto la sección América Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
Llegó por primera vez a la Amazonia colombiana en 1969, con un grupo de científicos que buscaba al pueblo tanimuka. Desde entonces, explica Martin Von Hildebrand (Nueva York, 80 años), la selva nunca salió de él. “Me hizo”, cuenta durante el evento Actuar Por Lo Vivo, celebrado en Medellín y organizado por Comfama a principios de mayo. Creador de la reconocida Fundación Gaia Amazonas y responsable de que más de 20 millones de hectáreas se blindaran ante el título de resguardo indígena, el etnólogo se ha convertido en una de las voces más respetadas del sector ambiental y uno de los que mejor conoce la selva; el territorio más afectado por la deforestación del país, que solo en 2021 fulminó tres millones de hectáreas.
Tras más de cinco décadas estudiándola y visitándola, el que también fue director nacional de Asuntos Indígenas durante el mandato de Virgilio Barco (1986-1990) habla de las comunidades indígenas con mucha dignidad y admiración. “El pensamiento indígena es pensamiento de futuro”, afirma. “Yo espero haberles dejado la confianza de que no todos los no-indígenas los quieren explotar”. Su trabajo con 17 organizaciones de pueblos originarios y su implicación para servir de “puente entre ellos y los blancos”, le ha hecho merecedor del Premio Nobel Alternativo en Suecia; el Premio Nacional Ambiental de Colombia y The Order of the Golden Ark, en Países Bajos.
Minutos antes de empezar la entrevista, Von Hildebrand despliega el folleto del acto y lee en alto los panelistas que participarán en la siguiente charla Activismo ciudadano por la transformación social, que comienza en 13 minutos. “Juliette Rousseau, Evelyn Zuluaga, Carolina Moreno… Es que hay veces que los nombres que les ponen a estos conversatorios no son tan buenos, pero los que participan sí”, dice riéndose. “¿Será que alcanzamos a hacer la entrevista rápido? Quiero escucharlos”, se pregunta mirando al reloj. “Bueno, ¿sabe qué? No se puede hacer bien todo a la vez. Conversemos…”
Pregunta. Usted llega por primera vez a Colombia con 6 años, porque su familia huye del nazismo. Su abuelo le habla de Mario Laserna [cofundador de la Universidad de los Andes], “un hombre que tiene cara de bobo pero es inteligentísimo”...
Respuesta. Nunca se lo dice a él. (Risas). Sí, mi abuelo me dice: “Tiene cara de bobo y mira por la ventana y está siempre distraído, pero le preguntas cualquier cosa y te contesta con precisión”. También me dijo que era un tipo muy joven con la idea loca de montar una universidad... Yo recuerdo mi infancia algo difícil; no hablaba el idioma, tardé un tiempo hasta ingresar al colegio… Y veníamos con dificultades económicas, porque todo lo europeo se quedó en Europa. Pero en otro sentido, llegamos al campo y eso me encantó. Jugar en los cerros, en el bosque…
P. La respuesta de los indígenas cuando les explicaba sus derechos le pareció sorprendente. Le decían: “Esto no es nuestro, es de los animales, de los ríos...”. ¿Existen hoy políticas públicas con esta cosmovisión?
R. Como soy blanco, les empecé pidiendo el papelito (ríe). Pero, mire… Lo importante de las leyes sobre el derecho de los pueblos indígenas no es tanto que tengamos nosotros la visión incorporada en nuestras normas. Lo importante es que tengamos la claridad de que ellos tienen el derecho a lo suyo. Es decir, cuando se reconoce un resguardo, se habla de la propiedad colectiva e inalienable, imprescriptible e inembargable del terreno. Pero otra manera de mirarlo es decirle a los no indígenas: ‘Miren, ustedes hasta aquí llegan’. Porque aquí hay un espacio donde los indígenas tienen el derecho a ser y seguir siendo ellos mismos, a construir su propio presente y futuro y a invitar al mundo de afuera en qué condiciones entra y para qué viene. Es decir, es reconocerles lo que es de ellos. Para el blanco, eso es la propiedad. Para ellos, es tener su propio espacio y convivir con él. Las leyes sobre educación, lo importante no es decidir qué deben aprender según su cultura, sino abrir un espacio y que ellos lo definan. Las normas tienen que abrirles espacios. Nada más.
P. La selva se sostiene por las mujeres y su forma de organizarse. Pero, ¿cuál ha sido el papel político de las mujeres?
R. Si hoy en día tenemos culturas indígenas fue porque las mujeres, en los momentos difíciles de la cauchería y la llegada de las misiones, las mantuvieron. Eso no se les reconoce de las comunidades hacia afuera. Internamente, sí. Solo que de la forma que responde a su cultura. Es el occidental el que concluye que el hombre es el que manda y ellas quedan relegadas. Hay una lucha importante de empoderamiento, en coordinación con los hombres, evidentemente, para que recuperen el espacio real que han tenido en tiempos anteriores. Pero no podemos proyectar nuestra visión, nuestra problemática.
P. Usted ha hablado mucho de la capacidad de la tierra de autorregularse y de la interconexión de ecosistemas. ¿Qué son los ríos voladores y qué nos enseñan sobre esto?
R. Eso es muy interesante. Una hectárea de árboles evaporan y transpiran siete veces más que una hectárea de mar. Retienen mucha más agua porque la sacan del subsuelo. Entonces, el agua que se evapora y va para las nubes, viajando hasta llegar a la selva, donde llueve y se evapora de nuevo… Va en un ciclo, como dando saltos de sapo. Si usted mira Manaos, el 80% del agua viene de la selva y el 20% del mar. Si nosotros no tuviéramos estos árboles que traen el agua, si cortamos todos los árboles, perderíamos entre el 30% y el 70% del agua del mundo. Un punto clave es el Amazonas y, aunque la mayoría de su territorio está bajo alguna figura de protección, queda por proteger alrededor del 20%. Y es perfectamente viable. Pero no es suficiente apenas con la protección del territorio indígena, hace falta ampliar la franja en Venezuela, Ecuador y el norte de Perú para que se garantice el flujo del agua.
P. En las cuatro décadas que lleva trabajando en Colombia, ha habido Gobiernos más reticentes que otros a reconocer estos derechos de los pueblos indígenas. ¿Cómo de prioritario es este tema en el Gobierno de Petro?
R. Estamos en una crisis y una transición del modelo económico liberal. Hemos puesto la ganancia económica en descenso y hemos visto la naturaleza como una colección de objetos, que tenemos que explotar para nuestro beneficio económico. Esa visión sigue predominando, pero está colapsando. Hay un sistema económico que colapsa y otro que nace. Petro está buscando el segundo. Vamos hacia un mundo que vuelve a la naturaleza, a la misión comunitaria, a la cooperación… pero utilizando tecnologías modernas. [...] Y el pensamiento indígena es pensamiento de futuro. Por eso, si queremos volver a la naturaleza, los indígenas tienen una respuesta válida y comprobada.
P. Durante su gira en España, Petro fue muy criticado por hablar del “yugo colonialista” de los pueblos latinoamericanos durante un discurso. ¿Cómo se manifiesta ese yugo en las comunidades indígenas?
R. Depende del concepto. ¿Me hablan de dominación? ¿Implica fuerza? Sin lugar a dudas, en el modelo económico del capitalismo predomina la idea de desarrollo que tenemos y el extractivismo. Cuando un Gobierno coopera con ellos [los pueblos originarios], van a llevar unos programas que reflejan la visión dominante del país. No sé si eso es un yugo o una falta de reflexión profunda de resolver las necesidades sin perder sus valores fundamentales. La gente se olvida de que la naturaleza es una creación cultural. Cada uno ve la naturaleza a su manera, pero lo que hay afuera es mucho más. Si perdemos los conocimientos indígenas, perdemos una capacidad brutal de convivir con la naturaleza, inclusive económicamente. Cuando los aborígenes australianos dicen que somos actores de un sueño de seres superiores, se toma como algo exótico. Pero, ¿acaso nosotros no somos actores del sueño del Banco Mundial?
P. Y usted, en lo personal, aunque lleve toda una vida en Colombia, ¿cómo se lidia con ser un hombre blanco que trabaja para las comunidades indígenas?
R. Creo que por mi constancia; por escuchar y no ser paternalista. Yo he tenido una formación interna de una madre irlandesa a la que le tocó luchar por la independencia. Y mi abuelo se opuso al nazismo. Yo viví ese mundo y creo que cuando llegué y vi que estaban siendo explotados por los caucheros y maltratados por los curas, pensé: “Los acompaño un ratico”. Y se volvieron 50 años. Intenté servir de puente entre los Gobiernos propios que ya tenían estos pueblos y el blanco. El blanco tiene que tomarse en serio el pensamiento indígena, no solo darles recursos. Tiene que meterlos en las mesas de negociaciones.