Un ‘boom’ de huertos urbanos para pintar de verde el gris Santiago de Chile
Aunque Chile está lejos del promedio ideal de áreas verdes por persona, estas iniciativas han crecido a tasas del 15% anual generando espacios comunitarios y reconstruyendo el tejido social
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Para María José Sepúlveda, tener un huerto es una forma de cuidarse. Es lo primero que dice cuando comienza a recordar cómo surgió la idea de crear un lugar donde sembrar y cosechar vegetales en un pequeño espacio de tierra rodeado de torres de hasta 27 pisos y mucho cemento.
–Para mí es súper importante el huerto en términos materiales e inmateriales– dice acompañada por una media docena de miembros de la comunidad de las Torres Tajamar, un histórico conjunto de edificios junto al río Mapocho, en la comuna de Providencia.
La idea se gestó en un contexto complejo: en medio del estallido social chileno y el inicio de la pandemia de la covid-19. “En ese momento en que estábamos todos encerrados era súper necesario para mi mente y para mi cuerpo meter las manos al barro. Estábamos entre cuatro paredes hostiles por lo que concretarlo fue muy rápido desde que planteamos la idea del huerto en la asamblea”, dice Sepúlveda.
A simple vista, Santiago parece una ciudad más bien gris, con escasa vegetación. Según un estudio realizado por el Observatorio de Ciudades de la Universidad Católica de Chile, la mayoría de las áreas verdes en las ciudades chilenas son privadas. Incluso, dentro de la lista de países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), Chile está lejos de lo esperado: mientras otras urbes promedian 20 metros cuadrados por habitante, Santiago alcanza solo 3,46. El entusiasmo de las comunidades de tener un espacio verde propio donde plantar su propio alimento ha generado entusiasmo y se ha ido multiplicando cada año.
El caso de los vecinos de las torres Tajamar es uno entre cientos que han surgido desde la pandemia. Hoy parece ser una tendencia que prolifera en espacios tan diversos como juntas vecinales y sociales, centros culturales, municipalidades, espacios privados e, incluso, Centros Médicos Familiares (Cesfam) que han creado los propios con plantas medicinales que la comunidad utiliza como complemento para sus tratamientos.
El entusiasmo en la capital chilena ha sido tal que los huertos urbanos han crecido a tasas del 15% anual, según cifras del ministerio de Agricultura, aunque según admitió el ministro Esteban Valenzuela, el país sigue estando al debe. Por esa misma razón, en julio de 2022 anunció que impulsaría la Primera Comunidad Metropolitana de Huertos Urbanos y Rurales para el Buen Vivir, con la que pretenden abarcar toda la región Metropolitana e incentivar la horticultura familiar y la agricultura urbana.
Los vecinos de Torres Tajamar tuvieron un primer acercamiento en un cabildo que conformaron para discutir la situación política que vivía Chile en 2019, en pleno estallido social. En esa reunión surgió por primera vez la idea, pero lo concretaron meses después, para el We Tripantu de 2020, la celebración del año nuevo mapuche y solsticio de invierno donde se da inicio a las cosechas.
Eligieron esa fecha simbólica para darle inicio a su proyecto y a partir de entonces comenzaron a reunirse cada fin de semana para darle forma a un espacio de tierra y piedras que estaba abandonado a los pies de la explanada que se extiende en medio de las torres donde habitan. Primero crearon un huerto vertical con un palet y a partir de ese momento comenzaron a proyectar lo que querían hasta terminar en lo que es hoy: un punto verde con seis bancales, esas superficies horizontales que se utilizan para labores agrícolas, por donde hoy se asoman tomates, choclos, lechugas, frutas y hierbas medicinales.
El proceso ha sido un recorrido de aprendizaje y alianzas con otras comunidades para intercambiar conocimientos, semillas y experiencias. Entre ensayo y error se encontraron con talleres que ofrecía el Centro Cultural de España (CCE), ubicado al otro lado de la calle, lo que les permitió mejorar el sistema de riego y composteras.
Francisca Santamaria dice que el huerto ha sido un espacio de encuentro y una apuesta por la soberanía alimentaria. “Es súper importante hacerse consciente de dónde viene la comida, cómo viene y cómo se transporta”, explica Santamaria. Y agrega que este proceso de consciencia ha sido importante sobre todo para los niños del barrio, quienes han comenzado a relacionarse de manera distinta con la tierra.
Gabriel Ilabaca es otro de los 12 miembros activos de Tajamar y fue quien llevó la primera compostera. Para él, se trata de integrar una economía circular “y evitar que los nutrientes terminen en un vertedero, que se mezclen con otros tóxicos y químicos”, dice. “Yo siento además que sirve para que el huerto circule en sí mismo, pues los desechos no van a la basura, sino que se reintegran a la tierra”.
Esteli Slachevsky participa junto a su hijo Amaru de 2 años desde los inicios del proyecto y dice que ha sido un desafío gestionar su funcionamiento, pues la comunidad en la que viven es muy grande y diversa. No todo ha sido color de rosa: también ha habido conflictos y rechazo de parte de algunos vecinos que no ven con buenos ojos la iniciativa. “Hay gente que dice que el huerto es poblacional [una forma despectiva de aludir a las villas de la periferia] y que no lo quieren acá”, dice Slachevsky para explicar lo que considera comentarios clasistas de algunos vecinos de Providencia.
Del campo a la ciudad
Rosa Guzmán se siente extraña rodeada de concreto. Esta tarde de verano, acompaña el recorrido del pequeño huerto de Torres de Tajamar maravillada por lo que ve: un espacio verde y vivo en medio de la gran ciudad. Guzmán, directora nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (Anamuri), una organización con presencia en todo el país, está a cargo del departamento de productoras y de huertos urbanos agroecológicos. “Es una ciudad tan gris, llena de cemento, aquí no se respeta nada”, dice Guzmán mientras mira a su alrededor y se angustia al pensar que los niños juegan así, sin espacios verdes, con el calor que irradia del suelo de hormigón. Luego mira el huerto y sonríe, recuperando el entusiasmo.
Guzmán cree que la pandemia generó una oportunidad para la proliferación de huertos urbanos, pues la gente se preguntó qué podía hacer en medio del encierro. Pero no sólo eso: también había hambre. “En Anamuri vimos lo que estaba pasando en algunas poblaciones de Santiago: la gente no tenía alimento”, dice Rosa Guzmán para explicar por qué en Anamuri decidieron impartir talleres por Zoom.
Fue un trabajo de logística y coordinación a varios kilómetros de distancia. Se organizaron entre las miembros de su organización para hacer llegar los insumos desde el banco de semillas de Anamuri hasta los huertos de la capital. Ante esa realidad, la organización decidió que lo más productivo sería crear una escuela a la que llamaron Acercando el campo a la ciudad.
La directora de Anamuri cree que el aumento y desarrollo de huertos urbanos puede ser un aporte para reconstruir el tejido social. “La gente queda muy motivada y entusiasmada al reunirse para hacer una huerta. Ahí suceden muchas cosas: se empiezan a conocer los vecinos, porque aunque vivimos en el mismo espacio físico, no nos saludamos, no nos conocemos ni sabemos qué le pasa al otro. Pero con el huerto se construyen estos vínculos”, explica Guzmán.
Para esta mujer que ha vivido toda su vida trabajando la tierra, la esperanza está en las nuevas generaciones, quienes harán los cambios y educarán a sus hijos en contacto con la naturaleza. “Así esos niños sabrán de dónde viene cada cosa. Que el alimento no viene de una caja, sino de la tierra”.