“Me siento más animal que persona”: la argentina que convive con 17 pumas rescatados
Pumakawa es un centro de rescate que recibe felinos lastimados o criados para cotos de caza. Su fundadora, Kai Pacha, es la hija de un cazador arrepentido que convive ahora con estos animales, entre ellos uno ciego
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Kai Pacha siempre se ha sentido más cómoda y feliz con los animales que entre los humanos o, al menos, se entiende mejor con ellos. Le ocurría de niña, cuando se percibía diferente a los demás. Y le sigue sucediendo ahora, a sus 54 años, y después de casi tres décadas al frente de una reserva de protección y conservación de pumas. “No quiero ser peyorativa con el ser humano, pero en mi caso soy más fuerte reconociéndome como animal, porque la intuición, el instinto, el cuerpo y lo que imagino de la tierra me sirve mucho más que pensar, prejuzgar o tener conceptos porque ahí me siento más limitada”, asegura.
Desde hace 27 años, Kai dirige Pumakawa (en aymara, “el que cuida con sigilo del puma”) en Villa Rumipal, en la provincia de Córdoba, Argentina, una organización no gubernamental que protege a estos felinos americanos que habían sido condenados al encierro como mascotas o rescatados de criaderos ilegales que proveen ejemplares a los cotos de caza. A su refugio también llegan ejemplares accidentados o lastimados en los campos sembrados.
La reserva funciona en un predio de 25 hectáreas con bosque nativo reforestado y actualmente alberga a 17 pumas, entre ellos uno ciego, y a otros animales rescatados. Todos ellos viven en unos terrenos que en el pasado el padre de Kai, un cazador arrepentido, explotaba con fines turísticos sin saber que algún día se convertiría en un santuario de pumas y tendría un propósito educativo.
La mamá de “Cacu”
Pumakawa nació con Cacu, una pumita huérfana que Kai crió como si fuera su hija. “Fue un giro en mi trabajo”, asegura. La cachorra estaba descalcificada por falta de leche materna y tenía complicaciones de salud. Hasta los 2 años tuvo seis diagnósticos de eutanasia, pero su cuidadora se oponía. “Yo hablaba con la Cacu y le preguntaba si quería vivir o no. En los animales se ve en los ojos cuando se entregan o quieren la vida; pienso que en los humanos también, pero yo decodifico mejor a los animales”, asegura.
Guiándose por esa mirada y contra todos los pronósticos, la puma sobrevivió. Murió de vejez a los 22 años. “Fue mi maestra principal porque aprendí a criarla. Cacu reforzó mi habilidad para entender y estar”, dice Kai. “Con Cacu recordé cuando era chica y confirmé mi verdad: acepté ser rara, que es lo más lindo que me pasa”, piensa.
En la sequía del invierno de 2009, un incendio forestal provocado por la quema intencional de ramas en un pueblo vecino amenazó con arrasar la reserva. “Saqué los candados de las jaulas de los pumas porque, si el fuego se acercaba, los iba a liberar”, recuerda. Las llamas eran lengüetazos de 15 metros que lo devoraban todo.
“Corrí hacia los pumas y los fui liberando, sacando el candado que estaba abierto. Yo pensé que se irían y que no los iba a ver más. Lloraba por la estupidez humana”, asegura. “Cuando volví, la gente se asustaba al verme, pero yo no entendía lo que pasaba”. Lo que atemorizaba a sus vecinos es que Kai apareció rodeada de nueve animales salvajes. En lugar de huir en medio del caos, los pumas liberados habían corrido detrás de ella cuando se alejó de las llamas. “Me miraban, sabían claramente que yo los iba a guiar. Ahí fue mi renacimiento, me invadió una fuerza que es la que tengo hasta ahora. Me pidieron que hiciera algo por ellos y me lo tomé en serio; supe que me decían: ‘Confiamos en vos, te elegimos’”, dice.
La mujer recuerda ese día como el que nació Kai Pacha, el nombre que adoptó que en aymara significa “puma protector del aquí y ahora”, y desapareció Karina Maschio, como sus padres le habían llamado al nacer. El nuevo nombre se lo debe a sus amigos, que la bautizaron con unas palabras que representan su misión en la tierra. Ella aceptó la nueva identidad y logró el cambio legal en su DNI. “Que me nombren muchas veces al día como Kai me recuerda para qué nací”, dice.
Trofeos de sangre
La reserva recibe animales lastimados, presas de caza recuperadas, provenientes del mascotismo o delegados por autoridades que los atrapan y deben darles un destino. Recibe fondos de la Fundación Brigitte Bardot y otras instituciones internacionales y donantes. Con ese dinero, construye jaulas geodésicas que intentan hacer más llevadero un cautiverio que los felinos no eligieron.
Los últimos cuatro pumas que llegaron provienen de criaderos clandestinos de la provincia de La Pampa que surtían a los cazadores. “Cuando los trajeron caminaban como si les quemara la tierra porque vivían en jaulas de dos metros por tres, sobre cemento y techo de chapa de zinc. No conocían los árboles, olían los troncos. Los machos no salían del cubil y cuando te asomabas, bajaban las orejitas con miedo, como diciendo: ‘Ahora me toca a mí”, relata Kai.
En Argentina, el puma no está en peligro de extinción, pero se encuentra en calidad de vulnerable en algunas zonas donde recibe más amenazas por parte de la civilización. Es el mayor depredador en el país, ya que el yaguareté (jaguar), que ostentaba esa categoría, casi está extinto.
Kai piensa que es hora de trabajar para la conservación del puma en Argentina. “La creencia popular es que los pumas son perjudiciales, pero desde Pumakawa consideramos que son indispensables para el ambiente, son fusibles que saltan antes de que pase algo peor”, dice. Para ella, la aparición de ejemplares en campos o zonas urbanas es un símbolo de alerta de que el monte está castigado y las especies silvestres, en peligro.
Otra gran amenaza para el felino son los criaderos para abastecer los cotos de caza. En este sentido, hay nuevas normas esperanzadoras. A mediados del año pasado, una resolución del Ministerio de Ambiente prohibió la producción de ejemplares para cazar, al igual que la importación y exportación de trofeos de sangre de animales autóctonos. Aerolíneas Argentinas también restringió el traslado de esos botines.
Según los datos de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites), Argentina estuvo entre los diez países con mayor nivel de exportación de piezas de caza entre 2014 y 2018. Y el negocio continúa. Hasta hace poco, los extranjeros pagaban hasta 9.000 euros por lo que se conoce como ‘cacería enlatada’, el tiro cierto garantizado, con pumas sedados, con las patas lastimadas o sedientos en jaulas escondidas cerca del tirador que se ubicaba en un mirador calefaccionado.
“Es un show armado; el peón abre la jaula y el puma sale lento, dolorido, en busca de agua y ahí lo matan. Muchas veces no queda muerto, pero ya el cazador se la da de Rambo”, relata Kai. Luego, se toman una selfie y, hasta hace poco, se llevaban a su casa la cabeza, las garras, la patas, el cuero o todo el cuerpo embalsamado.
Pumakawa recibe 5.000 visitas al año, compra 700 kilos de carne al mes para alimentar a los animales y tiene un banco de 2,5 millones de semillas de 53 especies autóctonas con las que reforestó la reserva después del incendio de 2009. Para Kai, defender al puma es también defender el monte. Según un estudio de la Universidad Nacional de Córdoba, en las sierras cordobesas sólo queda en pie el 5,5% de bosque nativo. Por eso, su intención es que se expanda un modelo de convivencia entre la vida silvestre y la producción agrícola en tiempos de crisis climática, además de desmitificar que el puma es el problema.
La propuesta Maíz+puma, impulsada por la reserva y asumida por las autoridades gubernamentales, insta a los productores a observar el terreno antes de la cosecha por si hay crías escondidas y así evitar accidentes. El “proyecto Cacu” plantea prácticas simples para proteger al ganado de ataques de felinos sin lastimarlos como incorporar mulas, burros o perros Maremmano Abruzzese al rebaño, colocar sistemas de luces intermitentes para ahuyentarlos o reintroducir presas silvestres.
Estanislao del Monte, un viejo sabio
Kai sabe bien los efectos que los accidentes con maquinaria agrícola pueden tener en los felinos. Uno de sus pupilos, Estanislao del Monte, quizás el más cercano a la cuidadora, es un puma ciego que vive en la casa ecológica de su reserva desde 2017. Estanislao perdió la visión de manera irreversible tras ser atropellado por una cosechadora en un campo de maíz cuando era un cachorro. El accidente le dañó para siempre el sistema nervioso central, por lo que necesita ayuda humana para sobrevivir. “Cuando supimos que era ciego, empezamos a ver qué podíamos hacer para crear confianza, a usar el tacto, a hacer que camine por los mismos lugares, darle comida y agua con ciertos sonidos”, cuenta.
El cachorro caminaba para atrás por miedo y ahora domina un espacio grande. “Es muy débil, tiene fácilmente gastroenteritis y convulsiones cada tanto, se asusta muchísimo con la lluvia y hay que contenerlo. Depende totalmente de mí y de otra persona del equipo, que es mi suplente”, cuenta.
Estanislao llegó con el nombre que le puso el ingeniero agrónomo que lo atropelló, sin saber que significaba “el que permanece en pie”. Kai le agregó el apellido “Del monte”. Y, aunque conviven, Kai remarca que el puma no es una mascota. “Sin mí, su vida sería inviable. Así como fui mamá de la Cacu, de Estanislao soy su lazarillo; soy su perro cuidador”, asegura.
Aunque el animal no está en exhibición, lo dan a conocer a través de las redes sociales para difundir el mensaje a favor de la protección y conservación silvestre. “A través de él tratamos de transmitir lo que creemos que los pumas dirían; les damos voces”, apunta Kai. ¿Qué proclamarían? Que hay vivir el presente, disfrutar del ahora, del sol, del lugar, de vivir con lo propio sin apropiarse de otra cosa, comer lo necesario, dar y recibir, ser fiel. Eso piensan en Pumakawa.
“Siento que Estanislao es el alma vieja de un sabio que reencarnó y transita su última etapa de vida; es un poderoso animal que elige la mayor de las debilidades y, sin embargo, se sostiene para dar una enseñanza”, comparte Kai. Ella lo trata como ese erudito que siente que es, como alguien que le permite ver a través de su ceguera. “A veces, cuando tengo momentos de debilidad, estoy un rato con él, tomo unos mates cerca de él, me acuesto con él y respiro como respira él. Así bajo a tierra y me cargo de energía”, cuenta.
Y sigue: “El ronroneo de los pumas te ayuda a no pensar, te hace volver al cuerpo, que es lo más cercano y amalgamado con la tierra, y desde ahí podés arrancar de nuevo, no desde el pensamiento”, sentencia. En esos momentos, dice, se vuelve animal y agradece que los pumas le hayan dado sentido a su vida porque le permitieron transformar su debilidad en fortaleza, dejar algo positivo para la posterioridad, inspirar a “personas cualquiera” como ella a buscar su rol en el mundo. “Las misiones no solo son para Gandhi o gente especial, sino para todos nosotros, los cualquiera”.