La vía latinoamericana para la acción climática
La región puede convertirse en un actor determinante en la lucha global contra el cambio climático. Pero es imprescindible el apoyo internacional, los consensos regionales y la integración de todas las voces
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Cumbres climáticas como la que inició esta semana en Sharm el-Seij, Egipto, representan una nueva oportunidad para echarle un pulso al cambio climático. Vista desde el lente latinoamericano, la COP27 es también un espacio idóneo para hacer oír nuestra voz e integrar nuestras demandas, soluciones y perspectivas en el debate global sobre crecimiento verde y desarrollo ambiental. No solo porque América Latina y el Caribe tiene necesidades que difieren de los países industrializados, sino porque el planeta no podrá solucionar la crisis climática sin la región.
La situación actual es preocupante: si el mundo no reduce en un 30% el ritmo de emisiones, la temperatura aumentará más de 2 grados, algo que traerá consecuencias irreversibles, como el derretimiento de casi el 50% del permafrost del Ártico, el aumento del nivel de los océanos y la consecuente desaparición de zonas costeras, la disminución de existencias de alimentos o la mayor intensidad de los desastres naturales.
La carrera contrarreloj para reducir emisiones se corre a diferentes velocidades. Por ejemplo, en América Latina y el Caribe, una región que contribuye poco al cambio climático (solo es responsable del 8% de las emisiones globales), el objetivo es reducir la vulnerabilidad de personas y territorios a los efectos del calentamiento global. Necesitamos transitar hacia modelos productivos sostenibles, inclusivos y más limpios, y también que las economías más avanzadas migren lo antes posible hacia economías más limpias. No olvidemos que los desastres naturales le generan a la región pérdidas de hasta un 3% del PIB.
Por otra parte, si tomamos en cuenta que América Latina alberga alrededor del 60% de la biodiversidad, el 50% de los bosques primarios y el 28% de la tierra con potencial para la agricultura, se hace evidente que nuestro privilegio natural es clave para preservar la estabilidad climática global. El planeta necesita del liderazgo de la región para garantizar su propia supervivencia, y la región deberá aprovechar esta posición para lograr un crecimiento económico sostenido que le ayude a superar las brechas estructurales en pobreza, competitividad e inclusión.
Por todo esto, América Latina puede convertirse en un actor determinante en la lucha global contra el cambio climático. Pero es imprescindible el apoyo internacional, los consensos regionales y la integración de todas las voces, incluyendo las de las comunidades indígenas, cuyos modos de vida constituyen un referente del respeto al entorno, decisión política y trabajo conjunto para impulsar medidas basadas en la naturaleza que contribuyan a preservar los ecosistemas naturales.
Esta es la vía latinoamericana que debe plasmarse en la COP27, y que estamos impulsando desde CAF -banco de desarrollo de América Latina- a través de una agenda de crecimiento verde que recabe nuevas fuentes de financiamiento de proyectos en temas ambientales, forestales, de agua, climáticos, gestión de residuos, eficiencia energética y agricultura sostenible. Como anunciamos en la COP26 de Glasgow, en los próximos cinco años destinaremos 25.000 millones de dólares para proyectos ambientales, y nuestras operaciones verdes pasarán del 26% actual al 40% en 2026.
Desde que se aprobara el Acuerdo de París en 2015, hemos avanzado tímidamente hacia la carbono neutralidad. Ha llegado el momento de ejercer un papel más protagónico en la transición energética justa, en la protección de la biodiversidad y en el impulso de las soluciones basadas en la naturaleza. El calentamiento global no da tregua.