Daniela Córdoba: “En América Latina tenemos en la sangre la economía circular”
La ingeniera ecuatoriana habla, en entrevista con EL PAÍS, de los esfuerzos de la región para obligar a las empresas a hacerse responsables de los residuos que sus productos generan
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El cambio es lento, pero cada vez más los consumidores en todo el mundo, hartos de contribuir a los problemas ambientales, están dispuestos a pagar más por productos hechos con recursos naturales que escasean. Esto lo comprobó una encuesta hecha el año pasado en 28 países, en la que el 71% de los encuestados dijo que las empresas que utilizan estos recursos deben de pagar más impuestos, aún cuando el precio al consumidor incremente. Este sentimiento fue particularmente fuerte en países en desarrollo como los latinoamericanos.
Quizás sin saberlo, los consumidores están apuntando hacia un modelo económico que, por años, ha sido impulsado desde la academia y los organismos multilaterales: la economía circular. El modelo actual es linear, explica Daniela Córdoba, consultora del Banco Mundial y experta en la materia, quien se sentó con EL PAÍS en entrevista. Si el modelo linear es extraer, producir y desechar, el modelo circular es reutilizar, reproducir y recuperar.
Las grandes empresas textiles, petroleras, productoras de plásticos y de químicos son las que mayor resistencia ponen, dice la especialista, vía videoconferencia, desde su oficina en Quito, Ecuador. Pero el potencial es enorme. Se estima que en la región se pueden crear cinco millones de empleos nuevos para transitar hacia la economía circular para 2030.
Pregunta. ¿Qué es exactamente la economía circular?
Respuesta. Es un modelo productivo y económico en donde se analiza ya sea un producto o un servicio con un primer objetivo de extender el tiempo de vida útil del producto y un objetivo final de recuperar, de manera que no se generen residuos o basura. Esa es la clave. Al final de la vida útil de este producto lo mandas nuevamente al ciclo productivo o al ciclo biológico, como es el caso, por ejemplo, de los alimentos que pueden ir a un compostaje. La economía circular analiza todas las entradas y salidas de agua, materia y energía. Se analizan todos los procesos, las eficiencias y va de la mano con la producción de diferentes productos y servicios.
P. Esto suena muy bien, especialmente cuando consideramos los efectos del cambio climático en la región, pero, ¿qué tan realista es que los países pasen a este modelo?
R. Muchos países, sobre todo en la Unión Europea, tienen ya un plan de economía circular enfocado a los distintos sectores estratégicos, en donde primero se tiene que sensibilizar y educar a las micro, pequeñas y medianas empresas y al Gobierno. Una vez logrado esto, se enfoca en el consumidor. Las nueves leyes se están diseñando para que las cumplan los productores, fabricantes o importadores. Si ellos quieren vender muchísimo, de manera acelerada y poco sostenible, que lo hagan, pero tendrán que recuperar, digamos, el 35% de los residuos que generan. Un ejemplo de esto es la estrategia que está implementando Colombia con su decreto de Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos que es progresivo y extiende la responsabilidad del productor. En Perú también hay una directiva general que salió este año que aborda una producción más limpia, la cual también está enfocada en la economía circular y le permite a las empresas generar compromisos con el Gobierno, de manera que dicen, por ejemplo, ‘Vamos a reducir nuestro consumo de agua en 15% para 2023′. Al principio estos son voluntarios, pero se entiende que en un futuro próximo serán obligatorios. Ahora mismo, México está discutiendo su ley de economía circular. Los Gobiernos, la academia y las empresas tienen que sensibilizar al consumidor, quien es el talón de Aquiles de la economía circular. Digamos que una empresa adopta un modelo circular, trabajando de la mano del Gobierno. Si el consumidor tira a la basura el producto sin entregarlo a su pepenador o reciclador, se rompe el modelo. Europa también ahora ha declarado que todos tienen el derecho a reparar. Esto quiere decir que las grandes empresas como Apple, Samsung, Huawei, esos tienen que literalmente darte un folleto y videos y darte un destornillador para que tú mismo tengas la oportunidad de cambiar tu batería, cambiar la pantalla, etcétera. En Japón hay una cultura muy fuerte de “las tres erres”: reducir, reciclar y recuperar.
P. ¿Crees que esta cultura pueda generarse en nuestra región?
R. En América Latina tenemos en la sangre la economía circular porque siempre queremos abaratar costos. Al comprar un celular nuevo, vendo el viejo en el mercado de segunda mano, o se lo doy a mi pariente, por ejemplo. Siempre vemos el beneficio económico y emocional de la reparación y lo vemos en las tiendas de Apple y Samsung que ofrecen servicios de reparación. Lo que vieron en Europa es que no es suficiente ofrecer este servicio, porque es una especie de obsolescencia programada que el consumidor no pueda abrir o reparar el producto él mismo porque ya no se le respeta la garantía. Eso no es correcto. Hace unas semanas vimos el anuncio de que Europa obligará a todas las empresas fabricantes de teléfonos celulares a usar el mismo tipo de cable, para dejar de generar tantos residuos. Si un cable de Apple puede servir para un producto Samsung se optimizan los recursos y se evitan extracciones en minerías. La idea es dejar de extraer de nuestro planeta.
P. A pesar de que los latinoamericanos buscamos extender la vida útil de productos caros, los plásticos de un solo uso dominan el mercado.
R. Es cierto. Nos hemos vuelto una cultura muy facilista en la que, por ejemplo, preferimos los desechables para una fiesta que lavar la vajilla. El plástico de un solo uso es muy barato, no te cuesta lo que te cuesta, por ejemplo, un pantalón de mezclilla. Lo que hace falta es un Gobierno que te ofrezca facilidades para entregar todos esos plásticos de un solo uso o te diga en dónde está la reciclada que los acopia. Vale la pena mencionar que este tipo de plásticos se va degradando entre 10% y 15% con cada proceso y se puede utilizar para un número de productos más limitado porque va perdiendo resistencia. El pantalón de mezclilla, en nuestra región, pasa a ser un short y después hasta una bolsa. Todo depende del costo. Si te cuesta, te duele en el bolsillo, buscas alternativas para que otra persona lo pueda aprovechar.
P. La moda, especialmente el concepto de fast fashion, es conocido por ser altamente contaminante. ¿La economía circular no ha alcanzado a estas empresas de textiles?
R. Estas empresas siguen sacando hasta tres colecciones de ropa por semana. Están incorporando ahora una colección que etiquetan como sustentable. C&A, por ejemplo, sacó una certificación muy cara y muy difícil que se llama cradle to cradle en la que utilizan la ropa que no se vendió y se quedó en bodegas. Pero, hasta ahora, esto es más un greenwashing, una acción que se toma para dar la impresión de sostenibilidad. H&M está ofreciendo descuentos a cambio de ropa usada, indistintamente la marca. Esta ropa después la aprovechan para hacer nuevos diseños. Pero siguen produciendo de manera desmedida porque, claro, para ellos esto representa ventas. El problema es que la responsabilidad extendida del productor no está cayendo en la industria textil. Lo mismo pasa con las grandes embotelladoras y empresas de alimentos.
P. ¿Quiénes son los que se resisten con mayor fuerza a este modelo?
R. Además de las empresas de textiles, embotelladoras y de alimentos, hay mucha resistencia en la industria de plásticos y químicos. La industria química es la más fuerte, es la que manda a lobbistas a pedirle a los congresistas que cambien las leyes, que las hagan más laxas, que sean progresivas, de manera que puedan cumplir haciendo cambios mínimos. Hay países en los que se imponen multas, pero las multas cuestan menos que hacer un cambio estructural en el proceso de la empresa. A la industria petrolera y la minera, la economía circular no les conviene porque a ellos les conviene seguir extrayendo. A la industria de la construcción también a pesar de que es el sector que más fácilmente puede transitar hacia modelos de economía circular utilizando acero, piedra, cemento o aluminio de edificaciones anteriores. Pero, repito, si no les cuesta a las grandes empresas, no van a cambiar. Tenemos la oportunidad de generar aproximadamente cinco millones de empleos, en toda Latinoamérica, en reparación, re manufactura, etcétera, para 2030. La economía circular tiene un potencial enorme. Las empresas tienen que empezar a pensar cómo generar simbiosis industriales, en donde su residuo puede convertirse en materia prima para otra empresa, incluso en otra industria.