Diana Trujillo, la colombiana que lidera el regreso del ser humano a la Luna

El martes 18 de febrero de 2021, el Rover Perseverance por fin bordeó el cielo de Marte. La Sala Central de Operaciones del Centro Espacial Johnson de la NASA, en Houston, quedó en silencio, pues a pesar de que había recorrido 470,7 millones de kilómetros en el espacio, aún debía superar su prueba más difícil: los siete minutos del terror. Esto, porque la señal de radio tarda diez minutos en llegar desde el planeta rojo hasta la Tierra, por lo que el amartizaje no podía ser controlado.

Los científicos, pero también los televidentes y seguidores en las redes, vieron cómo el más moderno de los robots enviados por el hombre al espacio hasta ese momento atravesó la atmósfera marciana a una velocidad de 19.312 kilómetros por hora y soportó los más de 1.298 grados celsius a los que se sometió en la caída. A 2.000 metros del final se encendieron los ocho motores que apuntaban sus escapes a la superficie y redujeron la marcha a 0,75 metros por segundo, hasta que tocó el suelo sutilmente.

“¡Hemos llegado! Perseverance llegó ¡Hemos llegado, confirmado!”, dijo para la transmisión oficial de la NASA en español, sin ocultar su acento caleño, la ingeniera aeroespacial Diana Trujillo (45 años). Con ella celebraron sus 3.200 compañeros en la sala y millones de espectadores al ver cómo la humanidad conquistaba de nuevo el universo: con suspenso, con drama, pero con perseverancia, algo que ella conoce muy bien.

Su camino a las estrellas comenzó muy temprano. Cuando cumplió 17 años, en 1997, sus padres se separaron y su mundo se desmoronó. Se fue a vivir con su mamá, pero se dio cuenta de que los recursos eran insuficientes para las dos. Cali pasaba por una de las etapas más oscuras y violentas de su historia, a causa de la guerra generada por el narcotráfico, lo que limitaba su acceso a empleo. Ante un panorama sombrío y mirando con curiosidad en las noches las constelaciones para encontrar paz, decidió irse a Estados Unidos, con apenas 300 dólares y el deseo de buscar un mejor futuro. Llegó a Miami. Encontró rápidamente dónde quedarse y en qué trabajar para sobrevivir. Pasados unos meses empezó a tomar clases de inglés en la escuela comunitaria del Miami Dade College (MCD).

Durante tres años, trabajó de mesera y limpió casas en las noches para costearse sus estudios. A pesar de todo el esfuerzo, prefería no ver los resultados de sus exámenes académicos porque imaginaba que le iba mal, hasta que una profesora, al ver que sacaba las mejores calificaciones del grupo, le aconsejó inscribirse en otros cursos de la institución.

Trujillo se animó y buscó durante algunos días qué estudiar. Viendo que pocas opciones se ajustaban a su interés por las matemáticas, se enlistó en el currículo de Ciencias del Espacio. Su desempeño le permitió acceder a una beca para cursar una carrera, de su elección, en la Universidad de Florida. Quería inscribirse en la más difícil y, mientras analizaba la oferta de programas, vio una revista que tenía en la portada una foto de la Tierra mezclada con imágenes de las mujeres destacadas en la historia de los vuelos espaciales. Sin pensarlo mucho más, sintió el llamado y se matriculó en Ingeniería Aeroespacial.

Cuando estaba terminando su formación, a finales de 2006, recibió un aviso del Centro de Vuelo Espacial Goddard, en Maryland, ofreciéndole una pasantía académica en la NASA. Trujillo diligenció el formulario de registro sin mucha confianza, pues apenas había 18 cupos abiertos y más de 3.200 postulaciones.

Más tarde, ese día, un amigo le pidió que le mostrará su aplicación para compararla con la de él, pues aparentemente tenía dudas del proceso. Trujillo le prestó el computador y él, sabiendo de las dudas de su compañera, le dio clic en enviar por ella. Semanas después llegó un mensaje: era, oficialmente, parte de la NASA. De esta manera, Diana aseguró su sostenibilidad económica y tuvo tiempo para enfocarse de lleno en sus estudios, lo que le permitió graduarse con honores y ser seleccionada para trabajar en el Departamento de Educación, como gerente operativa del Programa de Pasantes de la NASA.

De Constellation a Artemis

Pasados varios meses, nuevamente por su amor a la ingeniería y las matemáticas, su sobresaliente trabajo y los contactos que logró, fue convocada a trabajar en el proyecto Constellation, encargado de la construcción de las naves espaciales que iban a usarse para los viajes a la Luna y Marte, planeados para 2020. Con esta experiencia, pudo participar en la construcción del vehículo robótico Rover Curiosity, del Mars Science Laboratory, destinado a desarrollar misiones de exploración no tripulada en el planeta rojo.

Su aporte consistió en diseñar la pieza que se encargaría de limpiar automáticamente el polvo del pedazo del suelo marciano del que el Rover tomaría las muestras para el análisis. Impulsada por su capacidad y buenos resultados en esa tarea, Trujillo se convirtió en directora del Laboratorio de Propulsión a Chorro en California, responsable de la operación de los brazos mecánicos de los dispositivos exploradores. De ahí su emoción desbordada con la llegada del Rover Perseverance, tanto por haber sido la encargada de la creación del brazo de ese robot como por haber sido la primera mujer, y de hecho la primera persona, en transmitir y relatar en vivo, en español, un viaje espacial de la NASA.

Pero Trujillo buscaba más retos. Todos esos años trabajando en ingeniería aeroespacial le generaban ruido mental cuando pensaba que quien había ido a Marte no era un humano. En las instalaciones del Laboratorio de Propulsión a Chorro vio un cartel que anunciaba la convocatoria para la misión Artemis, cuyo fin es llevar a la humanidad de nuevo a la Luna. Se inscribió, pasó el proceso de admisión, pero iba por más: no quería ser una pieza más de la planeación, anhelaba participar en la ejecución.

De esta forma puso a prueba, otra vez, su capacidad de reinventarse y su tenacidad. En 2023 se graduó como directora de vuelo en el Centro Espacial Johnson, cargo que ocupa actualmente. Su labor consiste en coordinar el trabajo de los más de 80 funcionarios encargados de las misiones de exploración del universo. Ella debe resolver todos los problemas que se presenten y tomar las decisiones que involucren el desarrollo de esos proyectos.

Esa tarea no es fácil. Desde las primeras misiones Apolo solo ha habido 108 directores de vuelo, menos de la mitad de los astronautas existentes (360). Consciente de la dificultad de su trabajo y recordando a quienes la apoyan (o apoyaron), escogió Somos Flight como su insignia, su llamado distintivo dentro de las operaciones del Centro de Control.

Trujillo, quien creó la Fundación Brooke Owens Fellowship para animar a estudiantes jóvenes, latinas y afrodescendientes a perseguir sus sueños en la industria aeroespacial, sabe que llevar de nuevo al hombre y por primera vez a la mujer a la Luna requerirá de todo su esfuerzo. De hecho lo disfruta. Está tranquila, confía en sí misma y entendió, después de muchos años y pruebas, que no está sola. Así lo ha hecho saber en múltiples entrevistas que ha dado, eso significa para ella Somos Flight, porque como ha dicho: “Nadie llega a Marte solo”.