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Cenicafé o la ciencia que ha salvado al café colombiano

Hace más de ocho décadas, la Federación Nacional de Cafeteros creó el Centro Nacional de Investigaciones de Café. De sus laboratorios han salido las variedades que resistieron la roya, la broca y el cambio climático

Cenicafé.

En la década de 1960, el miedo se apoderó de los cultivadores de café en todo el mundo. Desde África, la roya comenzó una rápida expansión global. Este hongo, que provoca la caída prematura de frutos y hojas en los cafetos, logró algo que pocos creían posible: impulsado por los vientos, hizo un viaje transatlántico y llegó a Brasil en la década de 1970; desde allí, se extendió a todos los países productores de café en América. En Colombia, el primer caso se registró el 27 de septiembre de 1983, en una finca del departamento de Caldas.

Un año antes, el Centro Nacional de Investigaciones de Café (Cenicafé) había presentado al país una variedad de café resistente a la roya, bautizada Variedad Colombia. Era la culminación de casi dos décadas de investigación. Desde entonces, Cenicafé ha desarrollado otras variedades, como Castillo (2005) y Cenicafé 1 (2016), resistentes a esa y otras plagas.

Gracias a su trayectoria investigativa, hoy cerca del 88% del área cafetera de Colombia está sembrada con variedades resistentes a la roya. Según datos de la Federación Nacional de Cafeteros, en este tipo de cultivos la probabilidad de infección por el hongo es inferior al 6%. Cenicafé, sin embargo, no se ha limitado a la creación de nuevas variedades: también ha avanzado en investigaciones sobre el genoma de la roya, con el fin de comprender sus transformaciones y anticipar su evolución.

Este avance es el resultado de un esfuerzo que comenzó hace más de ocho décadas. En 1938, con visión de futuro, la Federación Nacional de Cafeteros decidió invertir parte de sus ingresos en la creación de Cenicafé, con el propósito de fortalecer la producción del grano a partir del conocimiento científico. El instituto arrancó con un pequeño grupo de investigadores instalados en una finca en Chinchiná, Caldas. Hoy cuenta con ocho estaciones experimentales y un equipo de 52 investigadores de 12 disciplinas distintas, la mitad de ellos con doctorado. En palabras de la investigadora Claudia Patricia Flórez Ramos, la historia del centro puede resumirse en una frase: “Convertir una caficultura rústica y tradicional en una altamente competitiva, como la que tenemos hoy”.

Su principio fundamental consiste en adelantarse a las posibles amenazas que puedan poner en riesgo al café colombiano. Por ejemplo, en 2016 presentó la variedad Cenicafé 1, tolerante no solo a la roya, sino a la Enfermedad de las Cerezas del Café (CBD), un hongo que ha devastado millones de hectáreas en África y que no ha llegado al país. Esta capacidad de desarrollar variedades resistentes a enfermedades que no existen en Colombia, se explica porque en la década de 1950 empezó a armar una colección de germoplasma con variedades de distintas regiones del mundo. Hoy, reúne más de 3.000 materiales genéticos y es considerada una de las más completas y mejor conservadas del planeta.

Fruto de estas investigaciones, explica Álvaro Gaitán Bustamante, director de Cenicafé, ha sido posible desarrollar un programa de distribución de semillas a bajo costo “que no tiene parangón en ninguna parte del mundo”. Cada año, agrega, le entregan a los caficultores entre 80 y 100 toneladas de semilla mejorada, lo que significa que sumar al parque productor del país entre 200 y 220 millones de plantas nuevas.

Cenicafé no solo se ha dedicado a producir variedades mejoradas, más resistentes y con mayor productividad, sino también a hacer que todo el proceso de cultivo sea más eficiente, sostenible y responsable con el medioambiente. Ha trabajado en prácticas para evitar la degradación del suelo, en estrategias que promueven cultivos en los que conviven cafetos, arvenses (hierbas invasoras) e insectos, y en el mejoramiento de las técnicas de descascaramiento, despulpado y secado. En los últimos años, ha incursionado en la economía circular, poniendo la mirada en los desechos que generan las distintas etapas de la producción. Por ejemplo, con la pula o mucílago se está produciendo proteína destinada a la alimentación animal.

¿En qué ha beneficiado esta investigación a los cafeteros colombianos? Por un lado, las variedades resistentes a enfermedades han reducido el uso de fungicidas, haciendo que el cultivo sea más amigable con la naturaleza y con el ser humano. Por otro, han contribuido a reducir el consumo de agua en el procesamiento del grano, pasando de 40 litros por kilo a medio litro. Y, finalmente, “ha elevado la calidad del café colombiano de manera considerable frente a otros lugares del mundo”, como lo explica Valentina Osorio, investigadora de Cenicafé.

En los últimos 35 años, la caficultura colombiana ha atravesado momentos difíciles: la caída del régimen de cuotas; la roya y la broca; la ola invernal de 2010 y 2011. Todas estas crisis habrían sido casi imposibles de remontar sin Cenicafé y sus investigadores, que por décadas se han dedicado a mejorar y hacer más competitiva nuestra caficultura. Sin ellos, posiblemente Colombia habría dejado de ser un país cafetero. En ese compromiso radica el liderazgo de Cenicafé: un trabajo silencioso, hecho de ciencia y paciencia, que ha permitido que el café colombiano siga siendo uno de los mejores del mundo.

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