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Gobierno de Colombia
Columna
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Del populismo conservador al socialista

Veamos cómo ha rimado el populismo en Colombia desde Rojas Pinilla hasta Gustavo Petro

A Mark Twain, el genial escritor norteamericano, se atribuye la frase: “La historia no se repite, pero con frecuencia rima”. Veamos cómo ha rimado el populismo en Colombia desde Rojas Pinilla hasta Gustavo Petro, mutando del conservatismo al socialismo, pero fiel a la misma base poética.

Los eventos vividos en los años cincuenta en Colombia, con la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla, fueron 1) el populismo estatal que desbordó gasto público, 2) obras de infraestructura y el asistencialismo social, consistente en entregar prebendas en dinero o en especie a los más necesitados; 3) una crisis fiscal y cambiaria de grandes proporciones que requirió de varios años para resolver.

Los hechos no se repiten exactamente después en Colombia, pero riman bastante bien con los dos primeros años de Belisario Betancur (1982-1984), el Gobierno del Salto Social de Ernesto Samper (1994-1998) y con el populismo de corte socialista del siglo XXI de Gustavo Petro (2022-2026).

A lo largo de 75 años, los discursos de estos cuatro tipos de populismo han sido justificar el mantenimiento de un alto nivel de gasto público en temas sociales o de infraestructura, incluso al costo de desconocer que los ingresos tributarios se han mermado.

En los años cincuenta, el gasto se dirigió a programas como SENDAS, dirigido por la hija del dictador, que repartió víveres en los tugurios de las grandes ciudades. En los ochentas, Betancur mantuvo un exceso de gasto que venía de Turbay Ayala; en los noventa, Samper justificó financiar el salto social como compensación contra el neoliberalismo aperturista de César Gaviria. Si bien el origen del desbalance fiscal partió del populismo de la Constitución de 1991, con compromisos de gastos y transferencias sin respaldo de ingresos.

Finalmente, Petro ha aumentado el empleo público en casi medio millón de personas y ha incrementado el gasto del gobierno, a pesar de pobres resultados en ingresos, para desandar dos décadas de neoliberalismo.

Esos cuatro presidentes, Rojas, Betancur, Samper y Petro, han sentido que su gesta social justificaba un relajamiento de la prudencia y el control fiscal, tradicional en la historia económica del país.

Se debe resaltar que a tres de ellos no les tocó la destorcida ni las dolorosas consecuencias de la crisis fiscal que desencadenaron. Betancur no corrió con tanta suerte. En su caso, el exceso de gasto público financiado con emisión (la Cuenta Especial de Cambios le daba al Gobierno las utilidades de la compraventa de divisas del Emisor), puso en manos del público un exceso de pesos que dedicaron a comprar dólares. Se agotaron las reservas internacionales, se devaluó el peso y hubo problemas con los acreedores y con el FMI, justo a mitad de su Gobierno, lo que lo obligó a cambiar de ministro de Hacienda y de enfoque.

En el caso de Betancur, lo que detuvo el populismo fue la onda explosiva mundial desatada por la subida de las tasas de interés de la Reserva Federal, bajo Paul Volcker, para controlar la inflación americana, y la concomitante crisis de la deuda latinoamericana, que estalló en México en 1984.

En ausencia de eso, es posible pensar en que los mercados internacionales hubieran seguido prestando generosamente a Colombia, como sucedió en los gobiernos de Samper y Petro, y que Betancur hubiese podido acabar su periodo con un populismo fiscal de cuatro, y no de dos años.

Las tres crisis macroeconómicas más grandes de estos últimos 75 años estuvieron, pues, ligadas e infladas por la actitud de gasto público excesivo de los gobiernos. Esa es una rima identificable. Naturalmente, hay particularidades que las diferencian.

En los años cincuenta, el diferenciador fue el colapso del precio del café ocurrido en 1955, que se prolongaría durante una década. En los ochenta, la diferencia se debió a la acumulación de deuda de las economías latinoamericanas, desatada a raíz de la abundancia de eurodólares provenientes de los países árabes, que reventó con el aumento de las tasas de interés. En el caso de Samper, la crisis internacional de Rusia, el sudeste asiático y Argentina se dio justo a mediados de 1998, con lo cual inauguraron las dificultades justo al inicio del siguiente Gobierno.

Finalmente, el Gobierno de Petro ha sido favorecido por el hecho de que en 2024 y 2025 los capitales internacionales han fluido hacia países emergentes, financiando los inmensos déficits de Brasil, Argentina y Colombia, y apreciando sus monedas. Los mercados locales de deuda también han absorbido cantidades crecientes de títulos del Gobierno colombiano (TES), liderados por los bancos y los fondos de pensiones (AFP). Esas generosas fuentes de financiación han relajado la restricción fiscal al Gobierno Petro, y pospuesto, probablemente hasta las elecciones de 2026, reconocer que el ritmo de gasto y acumulación de deuda es sencillamente insostenible.

Es lo que han advertido una y otra vez los economistas más serios del país, el Banco de la República y el FMI. El Emisor, en contraste con los periodos de Rojas, Betancur y Samper, en esta ocasión ha actuado como verdadera ancla de la economía, ha mantenido las tasas de interés altas y se ha resistido a financiar el déficit fiscal.

Ojalá no suceda. Pero puede que una crisis internacional de grandes proporciones venga a imponer a Colombia un duro periodo de austeridad fiscal. Se la anuncia en el posible reventón de la burbuja de la Inteligencia Artificial, de la que se habla cada vez más. Sería otra rima de los últimos 75 años.

En suma, la historia no se repite, pero, si se pone cuidado a la historia, claramente rima. En diez o veinte años vendrá otro populista a repetir las justificaciones de sus predecesores, rimar su discurso con el de ellos y tirar de nuevo la sanidad fiscal de Colombia por el desfiladero. Tendrá un ministro de Hacienda que justifique su irresponsabilidad, y financiadores que con poca memoria y miopía frente al futuro, compren su deuda.

Las familias colombianas asumirán el sufrimiento de la crisis, tal como lo hicieron en los años cincuenta con Rojas Pinilla, en los ochenta con Belisario Betancur y en los noventa con Samper. También puede pasarles en esta década con Petro. Pero esas familias olvidarán, echarán las culpas adonde no están, se dejarán seducir por los populistas, y les volverán a votar.

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