Petro, el presidente tuitero

El mandatario colombiano quedará en la historia como aquel que gobernó para Twitter, una red en la que ha revelado información delicada y a través de la cual rompió relaciones con su mayor socio comercial

Gustavo Petro durante una entrevista en Bogotá, el 31 de enero.Ovidio Gonzalez S (gobierno de la república)

Cada día se escribe o se perfecciona el relato que quedará para la historia de Colombia sobre lo que representó el Gobierno de Gustavo Petro. Tal vez los textos sobre la historia política empezarán por contar que Petro fue aquel hombre de izquierda que se hizo elegir para cambiar al país y romper con décadas y más décadas de olvido al que estaban sometidos hombres y mujeres en los campos y regiones más apartadas...

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Cada día se escribe o se perfecciona el relato que quedará para la historia de Colombia sobre lo que representó el Gobierno de Gustavo Petro. Tal vez los textos sobre la historia política empezarán por contar que Petro fue aquel hombre de izquierda que se hizo elegir para cambiar al país y romper con décadas y más décadas de olvido al que estaban sometidos hombres y mujeres en los campos y regiones más apartadas de los grandes centros urbanos. Dirán que fue aquel candidato que, antes de llegar a la presidencia, era abanderado de la lucha contra la corrupción y que agitando ese estandarte llegó al palacio presidencial. Describirán que él, con su origen guerrillero, representaba la esperanza de dignidad para un país repleto de pobres sin esperanza. Pero luego vendrá la descripción de su gobierno.

Petro gobernó para Twitter, dirá el texto. Y luego continuará señalando que gastó una gran cantidad de horas de su mandato escribiendo textos breves (y otros muy extensos) a través de una red social muy famosa en aquella época para así hablarle al país a pesar de que las zonas más apartadas no tenían internet. De esta forma, su perfil populista dotó al Estado de una particular forma de gobernar ayudado por una especie de herramienta de contacto directo y unidireccional con un cierto público que Petro llegó a confundir con la totalidad del país.

Su grado de adicción por aquella red social era tal que, a pesar de su constante discurso antifascista y de rechazo a los ultrarricos, se mantenía constantemente presente con comentarios y, algunas veces, mentiras en dicha plataforma, sin importar que en aquellos tiempos esta era propiedad de un empresario multimillonario dedicado a promover ideas de extrema derecha.

A través de Twitter, relatarán los historiadores, llegó a revelar información delicada y secreta que con su publicación podía poner en riesgo la seguridad nacional. Pero es que los dedos le hormigueaban si no lo hacía, justificarán. Él tenía que mostrar algo a su país: la República de Twitter. Por eso mismo a través de esa red casi rompe relaciones con el mayor socio comercial y militar que tenía Colombia en esa época: los Estados Unidos de América. En realidad, matizarán aquellos que relaten la historia, sí las rompió. Otra cosa es que el equipo diplomático de su Gobierno hizo hasta lo imposible para evitar una debacle económica que el mismo Petro fue incapaz de reconocer. Twitter lo tenía hipnotizado, dirán.

Así como recordarán aquel día en que obligó a todos los canales de televisión a transmitir un encuentro con sus ministros en el que se suponía iban a hablar de la seguridad en una zona olvidada durante décadas por el Estado y ahogada desde hace varias semanas por una repugnante espiral de violencia. Los profesores contarán que ese episodio mostró la descomposición de un Gobierno lleno de promesas, pero pobre en resultados, en el que todos se odian con todos y donde hasta al presidente le faltan al respeto.

El colofón será la frase que el mismo Gustavo Petro lanzó en dicho encuentro audiovisual: “Me da vergüenza, el presidente es revolucionario, pero el Gobierno no”. Pero se equivocaba, pues el presidente ES el jefe de gobierno. Así que si el Gobierno no ha sido revolucionario es por su culpa. Afortunadamente, dirán, le quedaba Twitter, para desde allí armar guerras y librar batallas, soñar con golpes de Estado y hasta con su propio asesinato mientras era aplaudido por bodegas y amigos, quienes a veces lo hacían sobre todo por quedar bien, más que por convicción.

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