Aprender a morir: Colombia explora una nueva relación con la muerte

Dos colombianos han tomado decisiones sobre su muerte y han demostrado que, si bien el país ya tiene una de las jurisprudencias más progresistas del mundo frente al derecho a morir dignamente, ahora atraviesa un cambio cultural sobre el fin de la vida

Tatiana Andia, socióloga con cáncer terminal, en Bogotá, el 7 de diciembre del 2023.NATHALIA ANGARITA

Hay una canción en la que Natalia Lafourcade agradece a la muerte “por enseñarme a vivir”. Hay una columna de Tatiana Andia, una socióloga colombiana con cáncer terminal, que dice algo parecido en la dirección contraria. “Saber vivir es también saber morir, aunque la sociedad contemporánea nos enseñe muy poco de esto último”, escribió. En septiembre del 2023, en su primera columna publicada en el portal Razón Pública, contó que le habían diagnosticado un cáncer de pulmón que ya había hecho metástasis. En la siguiente columna agregó que, si bien hay formas de alargar sus años, no hay camino para curarse, y no está dispuesta a vivir a toda costa con medicinas y tratamientos. “Yo no le tengo miedo a la muerte pero sí le tengo mucho miedo a la mala vida, a la vida de sufrimiento”, explicó en un podcast. Andia, profesora universitaria, está aprendiendo, y al mismo tiempo enseñando a muchos colombianos, a morir. No solo morir dignamente, sino con levedad — o incluso, a veces, con alegría por la vida vivida.

Una gran paradoja de Colombia, un país donde miles han muerto de forma violenta e indigna, es ser a la vez uno de los más progresistas del mundo en el derecho a morir dignamente: uno de los siete donde la eutanasia está reglamentada, el único en América Latina con una detallada regulación al respecto. En el México de Lafourcade, donde la muerte es un icono cultural, la eutanasia sigue prohibida. Dicho esto, aún son muy pocas las personas en Colombia que toman la decisión de morir en sus términos: 271 personas accedieron a la eutanasia en el 2023, solo el 0,001% de las muertes del año. Desde 2015, año cuando se empezó a registrar la cifra, suman 692. En Bélgica, en cambio, la eutanasia representa el 3% de las muertes del 2023, 3423 personas accedieron a ella allí ese año. Colombia tiene una década con la jurisprudencia y los actos administrativos que permiten acceder a la eutanasia, pero solo ahora atraviesa un cambio cultural, y educativo, para aprender a tener una nueva relación con la muerte.

Por ello, quizás, las columnas de Tatiana Andia, que no hablan de un cambio de legislación sino de mentalidad, han tocado una fibra. Hablan de una muerte digna a la que pueden acceder no solo los viejos sino los jóvenes, porque la muerte no discrimina por edad. Andia tiene 45 años, y no es la única dando este paso cultural. Hace unas semanas fue viral el video de un joven bogotano de 36 años, llamado Javier Acosta, quien decidió acceder a la eutanasia tras quedar parapléjico por un accidente de tránsito y luego ser diagnosticado con cáncer de sangre. “Ya no hay tratamiento que valga”, explicó en un video en el que anunciaba el día que escogió para su muerte, el pasado 30 de agosto.

Saber vivir es saber morir

Tatiana Andia tiene un lugar privilegiado para ser la pedagoga de este tema, y no solo por su diagnóstico y su título. Su padre es un médico que ha tratado a población mayor, ella es socióloga especializada en el mercado de los medicamentos, y fue funcionaria del Ministerio de Salud. Todos son detalles de su vida que ha venido contando en sus columnas y entrevistas. Ha cuestionado los altos costos de la medicina oncológica que ella debe tomar, las desigualdades sociales en el sistema de salud o la arquitectura de un edificio clave para pacientes como ella, el Instituto Cancerológico. Las columnas se han vuelto cada vez más personales: habla de revolucionar su vida siendo feliz, de las delicias de insultar al cáncer, del duelo alegre a su madre, del miedo a la muerte de los otros. “No le tengo miedo a morirme, le tengo miedo a morírmele a alguien y de que alguien se me muera. Somos las relaciones que construimos”, dice en una de estas.

Tatiana Andia, el 7 de diciembre del 2023.NATHALIA ANGARITA

Andia recibe a El PAÍS en su casa la mañana de un domingo, poco después de anunciar que deja de escribir las columnas. “Creo que tuve una etapa muy expansiva, y eso se agota, y ahora estoy pasando a una etapa más espiritual, más pa’ dentro, menos enfocada en los demás y más en mi”, cuenta. En esa etapa, un amigo budista le habla de las conexiones lógicas de la vida que no controlamos, una monja le envía mensajes sobre cómo los tiempos de Dios son perfectos, un amigo jesuita le comparte enseñanzas de Cristo desde Ginebra. Andia no comulga con ninguna iglesia, prefiere encontrar respuestas en la literatura del argentino Patricio Pron o el cubano Reinaldo Arenas. “Al final todos estos mensajes religiosos se parecen mucho. Mi noción espiritual, en un sentido más hippie, entiende la vida como un ciclo, como parte de la tierra, de la naturaleza, y cómo uno no se muere sino se transforma”, añade. La vida se transforma en cenizas, en cadáver, en otra forma. Si ella pudiera escoger: “lo que quiero ser es un hongo”.

Aunque ha optado por un camino firme y transparente frente a la muerte, no por eso ha escapado de emociones difíciles de transitar. “He tenido mucha ansiedad”, dice sobre las últimas semanas. Hace casi un mes tuvo una serie de convulsiones y, si bien su mente sigue lúcida, también siente que está empezando a atravesar nuevos portales, y desconoce lo que viene detrás de ellos: “esta ansiedad se parece a como cuando te subes a una montaña rusa y sientes un vacío”.

En lo burocrático, Andia ya firmó una voluntad anticipada en el que ha dejado explícito “no resucitar, no entubar, no quimioterapias”. Esto es lo que se llama, en jerga médica, “adecuación del esfuerzo terapéutico”: rechazar procedimientos. Luego cuenta que, si decide empezar la ruta de la eutanasia, dependerá de un comité conformado por un psiquiatra, un abogado y un médico especialista que no sea su médico tratante, quienes deben verificar que ella haya firmado los documentos estando lúcida y sin ser presionada. “Es muy lindo. Tú escoges la fecha, la hora, el lugar”, dice. Quisiera morir junto a su pareja, tomando su mano, y darle la libertad a su papá de hacer lo que quiera con sus cenizas. “El duelo es de los vivos”, resalta. La muerte es de ella.

La revolución cultural de la muerte

En otra esquina de internet está el viral video de Javier Acosta, el joven aficionado de Millonarios y de barrio popular que habla de su destino con la poesía de la calle. El cáncer que le diagnosticaron, dice, está relacionado a una bacteria cuya infección fue imposible de controlar. “Me iban a hacer una cirugía pa taparme eso y quedar bien, pero resulta y pasa que paila: la bacteria está tan fuerte, que es como el iPhone, viene el Iphone 10,11,12,13,14, 14 pro +.... Bueno, es una gonorrea, es una regonorrea”, cuenta. El microrganismo avanzaba tan rápido en sus piernas que los médicos le iban a amputar las dos para frenarlo. Pero, antes, le diagnosticaron un cáncer que no tiene tratamiento, y que desarrolló un tumor en su cerebro. “En cualquier momento esa gonorrea me deja sin poder hablar, sin poderme expresar, y pues más adelante no poder despedirme de todos”, dice en el video, con lágrimas en los ojos. Era su despedida.

Javier Acosta, en una imagen de sus redes sociales.Cortesía

“A todas las personas que siempre estuvieron en mi proceso: chimba”, dijo en agradecimiento. “Me voy a adelantar desde la lateral más alta”, añadió sobre el partido de fútbol de la vida. Fue miembro de las barras bravas del equipo bogotano, el fútbol fue su lenguaje y fueron sus compañeros quienes lo hicieron viral. Antes de su muerte, cientos de hinchas bloquearon la calle frente al hospital donde este se encontraba, unos pidiéndole que no se practicara la eutanasia, otros para despedirse. Tras la muerte hicieron una velatón, lanzaron pólvora, rodearon el carro fúnebre.

Al siguiente partido de Millonarios, Radamel Falcao García hizo su primer gol en la liga colombiana y se lo dedicó al joven: ‘Javier Acosta, Nunca Te Olvidaremos’, decía la camiseta que levantó el histórico goleador. En su cuenta de X, ‘El Tigre’ expresó su propia lección sobre la muerte y la vida: “Con gran tristeza me despido de Javier Acosta, un hombre cuya fortaleza y valentía frente a la adversidad nos dejó una profunda enseñanza. Su lucha constante nos inspira a todos a valorar cada momento y a enfrentar con coraje los desafíos de la vida”.

“Culturalmente, el hecho de que le dedicara un gol a Javier es un mensaje muy potente, sobre todo cuando Falcao es cristiano”, dice a EL PAÍS Lucas Correa, un abogado que dirige una firma dedicada a garantizar el derecho de las personas a una muerte digna, DescLAB. Muchos líderes religiosos, incluyendo evangélicos, se oponen a la eutanasia. Más allá de Falcao, Correa ve otros cambios culturales importantes en lo que han hecho Acosta y Andia.

Radamel Falcao celebra su primer gol con el equipo Millonarios FC sosteniendo una camiseta con un mensaje en honor a Javier Acosta, en Bogotá, el 1 de septiembre de 2024.DIMAYOR

En el caso del hincha bogotano, por ejemplo, ve un tema de clase social. La mayoría de quienes habían hecho público su proceso al acceder a la eutanasia en Colombia eran mayores y de clases acomodadas, señala. “Acá fue un joven de origen humilde, de un segmento muy popular de Bogotá, quien rompió un estereotipo: él no es un abuelo con muchos medios económicos” dice Correa. Acosta dejó constancia que escoger morir no es un privilegio para unos pocos sino un derecho de todos. En los años que lleva en el tema, dice Correa, solo un cliente ha buscado acceder a la eutanasia desde el régimen subsidiado de salud, el que usan los más pobres.

En el caso de Andia, Correa valora algo más allá de la eutanasia. “Rechazar medicamentos o tratamientos, como hizo ella, se encuadra en el derecho a morir dignamente, y no es igual a la eutanasia. En Colombia eso no siempre se respeta, hay casos donde se hacen muchos tratamientos sin la voluntad del paciente, sobre todo en urgencias o en cuidados intensivos”, cuenta el experto. Es lo que llaman el “ensañamiento terapéutico”: por ego del médico, por motivaciones económicas o por la idea de hacer todo lo posible, se hacen intubaciones, cirugías u otros procedimientos, a pesar de que la persona no lo quería. Aunque expresara su deseo a la familia, no es posible frenar los procedimientos a menos de que, como Andia, haya firmado un documento desde antes.

“Pensamos que tenemos tiempo, pero no sabes cuando lo vas a necesitar”, añade Correa. “Creo que Tatiana Andia tiene el poder de transformar imaginarios al tomar sus decisiones sobre sus tratamientos, y en el caso de ella hubo algo positivo es que sus médicos respetaron su decisión. Las personas que toman estas decisiones experimentan algo que yo veo en ellos dos, en Tatiana y Javier: una especie de libertad total porque la vida les dió un privilegio único, la opción de cerrar su vida”, añade.

Curiosamente, si bien el número de personas que accede a la eutanasia sigue siendo diminuto en Colombia, las encuestas de opinión muestran una aprobación masiva a la posibilidad de acceder en casos de enfermedades graves: encuestas hechas entre 2020 y 2022 muestran una favorabilidad que va del 64% en ciudades no capitales a 74% en las ciudades. Por ello, Correa cree que las cifras bajas para acceder a la eutanasia se explican porque la mayoría de la población no sabe cuáles son sus derechos para morir dignamente.

“La sociedad fue muy madura en el caso de la muerte de Javier, y eso lo celebro”, opina Alejandro Gaviria, amigo de Andia y ministro de Salud durante el Gobierno de Juan Manuel Santos. El economista también tiene un punto de vista privilegiado en este tema, porque él también fue paciente de cáncer y, como ministro, fue el encargado de regular la eutanasia. “Hubo muy poca oposición entonces”, cuenta Gaviria, a excepción de ultraconservador que estaba a cargo de la Procuraduría, Alejandro Ordóñez. “Él era de la corriente que decía que, con la eutanasia, la gente se vuelve desechable, que desecharían a una persona con alzheimer. Hablaban de eugenesia”, recuerda Gaviria. Estos años han demostrado que eso no ocurrió. “Algunas cosas no quedaron reguladas. Hubo una discusión interesante con los hospitales católicos, que querían poder hacer una objeción de conciencia institucional”, añade.

Hoy en día hospitales religiosos de Bogotá, como el San Ignacio de los jesuitas, o el de la Universidad La Sabana del Opus Dei, prefieren redirigir a los pacientes a otros centros de salud o a sus casas, antes que practicar una eutanasia en sus instalaciones. “Hubo otros debates difíciles, como la eutanasia para los niños”, añade Gaviria. (Aún así, está regulado para niños de 6 a 14 años, explica desLAB). “Siempre habrá vacíos, porque cuando se habla de la muerte se habla de muchos temas éticos”, dice quien valora las columnas de su amiga. “Han sido muy valiosas, sobre todo muy bien recibidas por los médicos que también deben recuperar ese tipo de debates sobre la buena muerte. Tatiana tiene el súper poder de la palabra: lo que ella habla lo siente todo el mundo, pero ella fue la que lo dijo primero”.

La buena muerte, la muerte elegida, sin embargo, no es obligatoriamente alegre. “Yo al menos no puedo aceptar la muerte como una fiesta, no puedo, y no lo voy a aceptar así”, añade el exministro de Salud. Pero puede ser libre, leve, reflexiva, espiritual, motivar un mensaje de Falcao. Esa muerte no trágica, la que no llega con la guerra ni los accidentes en moto. Esa muerte elegida que los colombianos están, columna a columna, video a video, empezando a mirar con otros ojos.

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