Los pictogramas de Soacha, una ciudad que devora su memoria

Un ataque contra el Varón del Sol, una pintura rupestre símbolo de la ciudad, cuestiona la expansión desbocada de la periferia de Bogotá y los conflictos de tierras que conlleva

El pictograma de Soacha, dañado con pintura negra, en Bogotá.CORTESÍA

Desde lo alto de una loma de Fusungá, la disputa entre la montaña y la ciudad es evidente. Es la periferia de la periferia en una vereda de Soacha, un municipio al sur de Bogotá de casi 800.000 habitantes. Quieto, en la frontera que separa al ladrillo del verde, hay alguien que lo ha visto todo suceder: el Varón del Sol. Pero desde hace tres meses está ciego.

Es un pictograma de más de dos mil años de antigüedad. Tiene rostro, algo parecido a unas alas y una corona de rayos alrededor de la cabeza. Cuando se catalogó por primera vez hace décadas, se asimiló al nombre de la ciudad: Xuacha, origen de Soacha, significa sol (Xua) y Cha (varón) en lengua muisca, el pueblo indígena que vivió (y vive) en la región. Pero la roca que ha sido hogar del Varón durante siglos ahora está cubierta de una espesa pintura negra y tres siglas: FCR. Amaneció así a inicios de mayo y todavía no hay claridad sobre la autoría del ataque.

“Es una sensación muy fea, como si hubieran atentado contra el abuelito. Un sentimiento de que están hiriendo a la familia”, dice Jonathan Ángel, del colectivo Repatriacción. Antes de acercarse a la roca, Jonathan y su compañero Breydi Rivas ofrendan a la tierra y mascan hojas de coca. Para ellos es un espacio sagrado. Con la fundación Fihizhká y la Veeduría de Protección Ambiental y Animal de Soacha (PAYAS), ellos mantienen un registro minucioso del patrimonio arqueológico de la ciudad, hacen pedagogía sobre su valor y, en la medida de lo posible, lo protegen. “Llevamos muchos años cuidando este sitio, verlo así fue una impotencia brutal”, recuerda Rivas.

Ninguno quiere quedarse mucho rato: las misteriosas siglas estampadas en las rocas intimidan. Han surtido su efecto. No se sabe a qué o quién corresponden, aunque una de las hipótesis es que fue una retaliación de un desalojo de construcciones ilegales en la zona. El terreno, en manos privadas, es un área en conservación. Sin embargo, eso no suele ser obstáculo para las ocupaciones ilegales, habituales en estas zonas limítrofes de Soacha. “La modalidad en la que ocurre la urbanización informal en Soacha es que se empiezan a crear bandas que empiezan a tomar terrenos de manera ilegal para venderlos a precios más accesibles a personas de escasos recursos necesitadas de vivienda”, explica Iris Medellín Pérez, historiadora suachuna. “Es lo que conocemos como tierreros”, agrega, “bandas que ejercen un control territorial en la expansión urbana”.

Rocas cercanas al pictograma del Varón del Sol, marcadas también con las siglas FCR, en la vereda Fusungá, en Soacha. MAR ROMERO SALA

Pero el desbocado crecimiento de Soacha no solo se constituye de ocupaciones ilegales. También de construcciones legales de grandes empresas que han urbanizado la ciudad durante décadas. Medellín cuenta que, desde los años 50, la capital colombiana empezó a expandirse hacia sus periferias “de una forma más bien desorganizada” a raíz de “la agudización de la violencia en los campos”. “Soacha se convirtió en una alternativa para las personas trabajadoras de escasos recursos para tener vivienda cerca de Bogotá”, añade, una dinámica que se mantiene a la fecha. La consecuencia: cada vez más casas trepan las lomas de las montañas y cada vez más bloques de apartamentos les disputan las alturas.

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Es precisamente allí, en las alturas, donde Soacha tiene la mayoría de su vasto patrimonio arqueológico: más de noventa lugares de conservación y más de doscientos sitios con arte rupestre. Hace siglos, fue un transitado lugar de paso entre el altiplano de la sabana de Bogotá y tierras más cálidas. La historiadora explica que, además, la zona cuenta con unos “abrigos rocosos” que daban “posibilidad de refugio”, y una riqueza hídrica excepcional por estar ubicada en un lugar de transición de ecosistemas.

De hecho, a pocos metros de la roca negra que esconde el Varón del Sol, hay otro pictograma que pasó desapercibido. “Soacha tiene esta fortuna, que mires donde mires, cualquiera de estas montañas tiene arte rupestre”, comenta Rivas. A la vez, mires donde mires hay una construcción o una mina.

Un ejemplo es la Piedra del Infinito, una masiva roca con una franja de más de seis metros de pictogramas. Precedida de un cartel con un escueto párrafo de información y rodeada de postes que lucen indefensos ante la magnitud de la piedra, este vestigio arqueológico se encuentra dentro del predio de una explotación minera que bombea arena de la montaña para las construcciones de la ciudad. Para Rivas y Ángel, es irónico que la empresa pretenda dejar la roca intacta mientras destruye su entorno natural. “El arte rupestre no solo es la roca, como lo quiere hacer ver la constructora o la mina (...) La información que está ahí plasmada se encuentra en el paisaje, en el entorno”, apunta Rivas. Su compañero apostilla: “Es como un libro abierto en una biblioteca, la biblioteca de nosotros es la montaña, y nosotros vamos a la montaña a consultarla”.

Piedra del Infinito, en Soacha.MAR ROMERO SALA

La restauración del Varón del Sol es todavía una incógnita, pero una pregunta apremia: ¿cómo evitar que esto se repita? La respuesta inmediata se remite a una herramienta de 2020: el Plan de Manejo Arqueológico (PMA), activo desde entonces y elaborado por el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), la entidad pública encargada de proteger el patrimonio arqueológico. Anny López, su coordinadora de patrimonio, explica que el plan identificó las zonas de interés y su riesgo y propuso varias medidas de educación e investigación. “Si hay una obra de infraestructura que se proyecta en un área de alto potencial arqueológico, desde el Instituto damos una alerta y se dice que no se puede hacer”, cuenta. Pero “si bien esto es una hoja de ruta para trabajar en torno a la protección del patrimonio arqueológico, su fuerte va a ser durante la implementación”.

No obstante, el plan solo se ha implementado “parcialmente”, según el ICANH. “Hay cambios recurrentes dentro de las alcaldías y las contrataciones son muy demoradas”, lamenta López. La Alcaldía, responsable de efectuar el PMA, cambió de administración en 2023, y su nuevo secretario de Cultura, Mario Fonseca, comenta que el gobierno municipal está “implementando las acciones iniciales de socialización y concientización de la ciudadanía”. Además, resalta que hay un Plan de Ordenamiento Territorial en revisión donde “se han dispuesto zonas de protección que incluyen gran parte de las áreas donde encontramos riqueza arqueológica”.

Este plan lleva en revisión desde la Administración anterior. Y la comunidad se impacienta. La frustración se mezcla con la desconfianza hacia unas instituciones que no han sido capaces de dar respuestas efectivas. “Siempre se echan la pelota el uno al otro”, lamenta Ángel.

Tampoco hay soluciones rápidas para un problema complejo. “Un escenario ideal para cuidar el patrimonio cultural implica una transformación en la forma en la que se proyecta la ciudad y en relación con las periferias, que viven una profunda segregación”, reflexiona Medellín.

También apunta hacia un “trabajo profundo de divulgación para la apropiación del patrimonio arqueológico” de Soacha, una población cuyas dinámicas urbanísticas y migratorias han dificultado la creación de una “identidad colectiva” en la ciudad. “Una comunidad bien organizada, con acceso a recursos para potenciar esos trabajos de divulgación del patrimonio, me parece un escenario ideal”, agrega. Solo el futuro dirá si los ojos ahora negros del Varón del Sol lo podrán ver.

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