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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Del articulito a una Constitución para los hampones

Ahora se busca de nuevo habilitar la reelección de presidente, pero esta vez indefinida

El expresidente de Colombia, Álvaro Uribe
El expresidente de Colombia Álvaro Uribe.Biel Aliño (EFE)

Pocas palabras bastan. Lo dice la Biblia. “Pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Eso es lo que inspira la obsesión constitucional de Colombia, en especial desde 2004, cuando a alguien se le ocurrió que cambiar la realidad era fácil si se cambiaban pocas palabras en un artículo de la Constitución Política; en particular, el que tenía que ver con la reelección del presidente. Desde ese momento hasta hoy, todo ha sido en cascada descendente, cambie aquí y cambie allá, cambie todo al acomodo del presidente y de un puñado de alcahuetas y congresistas, y otro puñado de bandidos.

La justicia se recreó del todo con nuevas cortes para la impunidad de muchos hampones; el Congreso se recreó para lo mismo. Se sumaron al texto constitucional, con un carácter difuso, opaco para los legos, casi trescientas páginas de un engorrosísimo proceso de paz, y se lo convirtió en el destino superior de la nación. Se volvió a prohibir la reelección, esa vez del todo. O del todo, hasta que a un nuevo presidente se le ocurra lo opuesto.

De hecho, ahora se busca de nuevo habilitar la reelección de presidente, pero esta vez indefinida, y sumarle otras trescientas páginas opacas de otros innumerables procesos de paz por firmar, incluso aún no negociados; cheques en blanco para ver si más hampones deciden dejar de matarnos y matonearnos.

Constituciones nuevas escritas por los débiles, a ver si aplacan la furia de los fuertes, los crueles y los desalmados. En la mitad aparecen los políticos alcahuetas, llenos de razones enredadas, raciocinios arrevesados para justificar lo injustificable.

Tanta exasperación y ofuscación les sirve a los escritores de artículitos y constituciones aéreas para construir sus casas en el aire donde puedan vivir sin que los toque la justicia, ni la ley ni las fuerzas del orden.

Hace 20 años abrimos la caja de Pandora y no paramos de sorprendernos de lo que sale de allí. Qué imaginación, creatividad y verborrea tienen los políticos cuando se trata de auto-favorecerse y ayudarle a los que los eligieron; qué abuso semántico, cuando la meta es permanecer en el poder.

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Los últimos 20 años son la fundación del caos. Se los atribuyó a la generación que aprendió en los años sesenta, cuando eran jóvenes y niños, que Cuba y las protestas estudiantiles de París y de las universidades norteamericanas demostraban que el caos valía más que el orden . Que la desorganización valía más que la organización. Que había que ser razonables y pedir lo imposible. Que podíamos vivir todos en la revolución de las flores.

Solo una generación que mamó de ese caos puede soportar este caos que generó cuando llegó al poder. El desquiciamiento constitucional que el actual presidente de Colombia plantea como salida institucional no le debiera caber a nadie en la cabeza.

Para sorpresa de muchos, ya le cabe en la cabeza a dos expresidentes, a un exvicepresidente, a un exministro del interior, y supuestamente un grupo ascendente de magistrados de la corte constitucional, que ahora se dedicarán a hacer realidad las ideas del actual presidente.

La cosa llega a tal frenesí que supuestamente hay que convocar a una asamblea constituyente para evitar que en 2025 el presidente de la República escriba un decreto. Lo primero no evita lo segundo. Pero la desproporción entre los dos alcanza el delirio.

Un grupo enorme de firmantes acaba de publicar una carta contra ese desquiciamiento y a favor de conservar la Constitución actual. Hemos descubierto el enorme valor de conservar algunas cosas fundamentales, cuando unos se arrogan la prerrogativa de cambiar todo, todo el tiempo.

Necesitamos un punto fijo. El maquiavelismo y la alcahuetería, la soledad y el miedo no pueden ser buenas consejeras para ordenar y reordenar continuamente un país donde hay 52 millones de almas.

Aprendamos de Chile, que escribió dos constituciones nuevas para finalmente aceptar la que venía del pasado, de procesos lentos y reposados de reformas. Las flores y los fusiles, la amapola y la coca no son buenos consejeros constitucionales.

Petro pasará, y no le podemos permitir el legado de haber destruido todo. Dejaría hojarasca y destrucción, y un país dominado por hampones y alcahuetas.

Empezamos con un libro podemos acabar con otro: si seguimos como vamos seremos dignos descendientes de la estirpe de los Buendía, y no tendremos una segunda oportunidad sobre la tierra.

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