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El cómic colombiano se reivindica en su centenario

Las historietas recuperan visibilidad en el panorama cultural a cien años de la publicación de ‘Mojicón’

Daniel Jiménez, cofundador del Festival Entre Viñetas, y Laura Valentina Álvarez, investigadora del proyecto de conmemoración del centenario del comic Mojicón, en Bogotá.
Daniel Jiménez, cofundador del Festival Entre Viñetas, y Laura Valentina Álvarez, investigadora del proyecto de conmemoración del centenario del comic Mojicón, en Bogotá.ANDRÉS GALEANO
Santiago Torrado

El cómic en Colombia ya no está proscrito. Se ha ganado a pulso un espacio. Liberado por fin de las barreras impositivas que lo lastraron por décadas, el sector celebra este año con un renovado impulso el centenario de la primera tira cómica colombiana, Mojicón, de Adolfo Samper Bernal, publicada por primera vez el 19 de enero de 1924 como una adaptación local de la historieta estadounidense Smitty.

Mojicón nació a pedido del editor del periódico Mundo al día para copiar la creación de Walter Berndt, muy popular en su tiempo. “Conmemoramos al primer personaje, no al primer cómic”, pues la caricatura política le precede, aclara de entrada Laura Valentina Álvarez, parte del equipo de artistas e investigadores que se han encargado de reconstruir esa historia. No se trata de un personaje enteramente colombiano, pues las primeras tiras son un calco de Smitty, que se publicaba en el Chicago Tribune.

Samper al comienzo cambió los textos, los tradujo y colombianizó, pero después se fue liberando. Nunca firmó las viñetas. Mojicón evolucionó como las historias graciosas de un niño bogotano de aquellos años. Los investigadores han rastreado una edición de aniversario en 1928 en la que el personaje visita la redacción de Mundo al día, e incluso interactúa con un dibujo del propio Samper –y de su editor–. La bautizaron como “la tira incalcable”, relata Álvarez mientras muestra en un café de Bogotá las fotos del archivo de la Biblioteca Nacional de ese número a color.

Fue el primer ladrillo del llamado noveno arte en Colombia. “Un caricaturista político no es capaz de hacer un cómic de la noche a la mañana. De ahí que Samper no lo calca porque sea un plagiario”, explica a su lado Daniel Jiménez, conocedor del género y cofundador del Festival Entreviñetas. “Lo que tiene interesante Mojicón cuando uno lo lee es que hay una apropiación, nos cuenta como en una Polaroid cómo es el lenguaje de esa Bogotá de los años 20″.

Mojicón es también el punto de partida para el repaso de las historietas colombianas que hace el veterano librero Felipe Ossa en su libro Cómic, la aventura infinita (Planeta, 2019). “Fue Copetín, la historieta de Ernesto Franco, la que abrió el camino al cómic en Colombia, pues cumplía con los cánones tradicionales del género: tira diaria en los periódicos, personajes emblemáticos y reconocibles, cotidianidad y permanencia”, escribe sobre otro hito, ese gamincito bogotano que se comenzó a publicar en los años sesenta.

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Ossa, un entusiasta promotor del género, valora por teléfono que “el cómic en Colombia es pobre con relación a lo que ha sido en otros países de América Latina, especialmente en Argentina, Chile y México. No se crearon grandes personajes de trascendencia internacional”. Señala que había difusión hasta que, a partir de los años 60, por una disposición gubernamental, se consideró que no era cultura y por lo tanto había que gravarlo fuertemente con impuestos. “Tan altos, que fue imposible que se siguieran trayendo cómics de afuera porque salían supremamente costosos. Y lo que se desarrolló aquí fue incipiente”, se lamenta.

Por décadas estuvo casi prohibido de facto en un país que puede ser al mismo tiempo elitista y provinciano. La ley del libro de 1993, que eximía de impuestos a un amplio rango de publicaciones, excluía de esos beneficios a las tiras cómicas, a las que agrupaba junto al tarot, los horóscopos y la pornografía. Tras una ola de iniciativas para acabar con esa exclusión, un fallo de la Corte Constitucional le dio la razón a una demanda para corregir esa injusticia en 2012. “En el cómic colombiano, liberado del impuesto que después de más de 30 años se quitó, han surgido una serie de historietistas, dibujantes e ilustradores bastante buenos”, dice Ossa. Sin embargo, añade, “debido a esa abstinencia que hubo, no se creó un público”.

El camino ha estado repleto de baches, obstáculos y prejuicios para una industria cultural ahora vibrante que ansía crecer y consolidarse. Ha sido una historia de resistencia, de lucha, “de sostener el derecho a explorar y apropiarse de una forma que nos es foránea a punta de la pasión, del amor, de la curiosidad, del interés, de las ganas de gente que ha decidido jugársela por ahí”, dice Pablo Guerra, editor de Cohete Cómics y parte del equipo que realizó la investigación del centenario. “No es el estado ideal, falta mucho por lograr”, concede sobre el momento actual.

A pesar de las adversidades, el cómic colombiano acumula hitos en los últimos años. Como la aparición de Virus tropical (2008), la novela gráfica de la historietista Paola Gaviria, mejor conocida como Power Paola, que una década después fue adaptada al cine. Otro gran fenómeno ha sido Gabo: memorias de una vida mágica, la nóvela gráfica de la vida de Gabriel García Márquez que publicó Rey Naranjo. Es parte de una serie inspirada en las biografías de escritores latinoamericanos.

“La historia del cómic es muy de contracultura. Siempre ha sido visto por encima del hombro, pero crear y producir cómic es un esfuerzo muy grande”, apunta John Naranjo, director de Rey Naranjo, mientras muestra algunas de las ediciones de Gabo en chino, francés y coreano en las oficinas de la editorial. “La vida para los autores de cómic es muy dura, incluso en Francia o Estados Unidos, pues las cosas que llegan a ser masivas y populares son muy pocas”, advierte. “Los creadores empiezan a diversificar en su forma de escritura, en eso sí hemos avanzado en el paisaje de estos cien años de cómic, en poder contar historias complejas”, lo complementa Óscar Pantoja, coautor de Gabo y uno de los pioneros.

Otro hito más se puede anotar en la decidida apuesta por la novela gráfica de Mario Mendoza, un escritor que congrega multitudes para sus sesiones de firmas en la Feria del Libro de Bogotá. Su novela Satanás, que aborda la masacre en el restaurante Pozzetto de Bogotá, primero ganó el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral, después fue adaptada al cine y más recientemente convertida en una novela gráfica, como parte de la serie de proyectos que firmó en conjunto con el artista gráfico Keco Olano. El novelista bogotano ha explicado que, desde entonces, descubrió en el cómic la posibilidad de hacer cine en un libro.

Ese listado arbitrario e incompleto de señales esperanzadoras también incluye el propio Festival Entreviñetas, un espacio dedicado al cómic y sus artes afines surgido en 2010 que ya cumple una decena de ediciones. El año pasado recibió un premio de la UNESCO gracias a que su trabajo contribuye a la Convención 2005 de Protección de la Diversidad de las Expresiones Artísticas. Con ese estímulo, se proponen un proyecto de dos años para impulsar el cómic y consolidar a Colombia como un referente regional. Jiménez lo ve claro: “Hay futuro y hay talento”.

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Santiago Torrado
Corresponsal de EL PAÍS en Colombia, donde cubre temas de política, posconflicto y la migración venezolana en la región. Periodista de la Universidad Javeriana y becario del Programa Balboa, ha trabajado con AP y AFP. Ha cubierto eventos y elecciones sobre el terreno en México, Brasil, Venezuela, Ecuador y Haití, así como el Mundial de Fútbol 2014.
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