Cecilia López, la tradicional
No logro entender por qué Petro le dio el ministerio de agricultura
No logro entender por qué Petro le dio el ministerio de agricultura ––en el que está afincado, nada más y nada menos, que el conflicto sobre la tierra, su uso y propiedad–– a Cecilia López: una mujer capaz, sin duda, y hábil en política, pero forjada en la clase política tradicional e íntima amiga de quienes han mantenido y construido su poder sobre el acaparamiento y la explotación de la tierra y los animales. Los de siempre, están felices con ella; saben, quizás, que nada cambiará.
López es una mujer que ha hecho su carrera política en las toldas de los partidos que, durante años, se turnaron el poder. Basta con ver su hoja de vida para darse cuenta de que no cuadra en el esquema de cambio que prometió Petro. De Turbay a Betancur, de Betancur a Gaviria, de Gaviria a Samper: su trayectoria ha estado marcada por quienes han gobernado desde siempre, manteniendo ricos a los ricos y pobres a los pobres ¿Por qué darle ese ministerio a quien fue viceministra de agricultura (Betancur), ministra de ambiente y ministra de agricultura (gobierno Samper) y no lideró procesos de cambio profundo en estos sectores? Tal vez no era el momento de grandes revoluciones y por eso encajaba, puede ser. Pero ya no estamos en la lógica de hace quince o veinte años, y las transformaciones que propone Petro requieren, además de gallardía, nuevas ideas y sintonía con el anhelo de cambio social que le dio la presidencia.
El mismo día en el que Petro daba tremendo discurso en la Asamblea de la ONU sobre la crisis climática, cuyas causas incluyen, en primer renglón, la ganadería, la ministra hablaba en el Senado, en contravía de este discurso, de expansión agropecuaria, y se refería con desdén a la observación que hice sobre los peligros de seguir ampliando la frontera ganadera por razones ambientales y de soberanía alimentaria. ¿Será que ella no ha leído los llamados de la FAO y del IPCC a reducir el consumo de animales y a transitar hacia una alimentación basada en vegetales? ¿Tendrá idea de los brutales impactos ambientales de la ganadería que fragilizan las posibilidades de la agricultura? ¿Sabrá que, según la UPRA, del suelo cultivable colombiano, donde está su vocación, solo se aprovecha el 35 por ciento, mientras que el suelo pecuario está sobreexplotado en 30 millones de hectáreas, por lo cual el país importa más del 28 por ciento de los alimentos que consumimos? Pero no. Su respuesta, lapidaria, a mi observación, fue: “no podemos acabar con la ganadería”, como si el debate se redujera a eso, y como si cambiar el paradigma sobre el uso de la tierra y nuestra forma de producir y consumir, que nos ha llevado al borde de un precipicio, fuera un capricho y no una urgencia, o una sensatez.
Otro asunto al que la ministra le ha cerrado la puerta es la prohibición de las exportaciones marítimas de animales vivos: el negocio más cruel y repugnante del que participan cinco empresas exportadoras y unos cuantos ganaderos poderosos, concentrados en cuatro departamentos. Pese a ser este uno de los compromisos del acuerdo que suscribió el presidente Petro, ella ni siquiera se ha dado la posibilidad de asomar la nariz al infierno que padecen millones de animales en los “barcos de la muerte”. Repite los argumentos y las cifras de Lafaurie ––quien tampoco ha escatimado en halagos a la ministra––, y afirma, con desconocimiento, que la cruel actividad no se puede prohibir por disposiciones del GATT (Acuerdo General de Aranceles y Comercio), cuando, según abundante literatura legal, las restricciones sobre el comercio por razones de protección y bienestar animal estarían justificadas en el artículo XX del Acuerdo, por ser necesarias para proteger la moral pública. De hecho, esta es la razón por la que Nueva Zelanda prohibirá esta práctica desde 2023.
En cambio, su discurso, de aranceles y divisas, con el que se relamen los gremios que siempre han mandado en el ICA y en el mismo Ministerio, es más de lo mismo: la rentabilidad económica a cualquier costo, aún si esa misma rentabilidad puede generarse con actividades que no destruyan a los animales de manera tan despiadada. Por ejemplo, exportando la carne congelada o refrigerada, lo que se hace ya a más de veinte países y aporta al PIB el 0.73%, en contraste con el 0.054% que deja la exportación de las pobres criaturas vivas. Toca hablar de economía, pues a eso se reducen las tragedias de este mundo y el daño infinito que les causamos a los animales. “Esas son las cosas del poder, de la injusticia y de la irracionalidad”, como dijo Petro en la Asamblea de la ONU.
Pero, claro, hacer estas transformaciones en favor de quienes nunca han sido escuchados ––los campesinos que cultivan la tierra y los animales violentados–– implicaría asumir el riesgo del desamor y las amenazas ––como la de crear “grupos de ganaderos de reacción inmediata”–– de quienes siempre han tenido el poder en Colombia y en el Ministerio.
Francamente, no sé cómo piensa avanzar Petro con ese palo en la rueda. Pero si no es este gobierno el que haga la anhelada reforma rural y agraria o, más bien, agroecológica, y le ponga límite a la ambición de los grandes ganaderos que ya se metieron en la Amazonía, en los parques naturales, e insisten en abrir nuevos mercados de sufrimiento animal ––desinfectados por el ICA con cursitos de bienestar animal––, me temo que no tendremos una nueva oportunidad.
Ojalá Petro quisiera en ministerio de agricultura a una ambientalista ––mujer u hombre––, como acertadamente la quiso en el de minas, para darle a esa cartera una vocación agrícola, con justicia social y ambiental, compasión e independencia. Alguien capaz de materializar su deseo de que los campos se llenen de nutrientes para convertir a Colombia en la despensa de alimentos provenientes de la tierra. ¿Acaso él habló de proveerle carne al mundo o de abrir nuevos mercados para exportar a animales en medio de suciedad y agonías? Confío en que Petro recompondrá el rumbo de ese ministerio.
**Andrea Padilla Villarraga es Senadora y activista por los derechos de los animales.
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