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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La prohibición es un chiste

Muerte y corrupción. Mafias y fiesta. Todos viven y se reciclan gracias a la prohibición. ¿Hasta cuándo?

Los expertos recomiendan no esperar a que existan problemas para tratar de atajarlos, sino prevenirlos desde la infancia intensificando esfuerzos en la preadolescencia.
Los expertos recomiendan no esperar a que existan problemas para tratar de atajarlos, sino prevenirlos desde la infancia intensificando esfuerzos en la preadolescencia.Enric Cruz

Se siguen acumulando los años desde que empezó la guerra sin cuartel y la persecución de las autoridades a los fabricantes, vendedores y consumidores. El objetivo desde que se instaló la prohibición parecía loable: evitar que la humanidad se envenene, proteger a la juventud, sacar a los adictos de su laberinto, cerrarle la puerta al que se convirtió en un enemigo casi invisible.

Pero la prohibición no acabó con el consumo. Aquellos ávidos de ese magnífico subidón se dan las mañas para acceder al producto maldito. Qué importa si se ha de andar por callejones oscuros entre personas de dudosa calaña. Qué más da si toca tener contactos con el bajo mundo para poder comprar lo que se quiere. Ni las leyes del Estado, ni las plegarias de la Iglesia sirven para contener lo que es como un huracán. Ese deseo de escapar así sea por unos minutos de este mundo lleno de dificultades y tristezas gracias a un especial compuesto.

En las fiestas privadas y hasta en algunos lugares públicos se deja ver. A medida que avanza la noche se sirve más y más. Y los celebrantes no juzgan. Hay un cierto encanto en lo prohibido. Parece que hace a la música más fuerte. Parece que las risas son más sonoras. Parece que el amor es posible y que el angustiante mañana está muy muy lejos.

En contraste con tanta alegría, el camino que tuvo que recorrer lo prohibido para llegar a manos de sus consumidores no solo fue complejo, sino que se llevó por delante la tranquilidad de campos y ciudades. La prohibición se convirtió en suelo fértil para la aparición de mafias dedicadas a la fabricación, transporte y comercialización del producto. Las mafias empezaron a pelear entre ellas por el control de los territorios y ahí, como en un eterno reloj de arena, empezaron a desgranarse los muertos. Una masacre allí. Un asesinato acá. Amenazas van, amenazas vienen. Y mientras la fiesta sigue, el país se desangra.

¿Pero acaso la prohibición no iba a llevar, con el paso de los años, a la desaparición del producto y un cambio moral en quienes aún lo consumen?

Los años que han pasado demuestran que no. Que prohibir no es desaparecer, sino esconder. Y que esconder solo ha servido a los mafiosos para hacerse millonarios y poderosos y con ese dinero envenenar a la política y a los miembros de las fuerzas armadas con su corrupción.

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Muerte y corrupción. Mafias y fiesta. Todos viven y se reciclan gracias a la prohibición. ¿Hasta cuándo?

Los párrafos anteriores podrían haberse escrito en 1928, en los Estados Unidos, en tiempos de la prohibición a las bebidas alcohólicas promovida por sectores ultraconservadores. Fueron trece años durante los cuales la salud pública desmejoró por cuenta de la venta de licor adulterado y la amenaza constante del crimen organizado sembró terror en la población.

Los párrafos anteriores tienen todo el sentido hoy, en Colombia, a la hora de hablar de la cadena perpetua en que nos tiene sumidos la criminalización de un negocio que gústenos o no existe y existirá. De ahí que la prohibición sea un chiste.

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