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Conflicto armado en Colombia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

“Hay futuro si hay verdad”

La guerra no se hace solamente con balas y bombas

Activistas colocan los nombres de militantes de izquierda asesinados en la Plaza Bolívar, en el centro de Bogotá, en 2019.
Activistas colocan los nombres de militantes de izquierda asesinados en la Plaza Bolívar, en el centro de Bogotá, en 2019.IVAN VALENCIA (AP)

Pasará mucho tiempo, tal vez varios años, antes de que acabemos de entender y asimilar lo que significa en toda su dimensión el informe de la Comisión de la Verdad. Son demasiados testimonios, demasiado dolor, demasiada verdad acumulada y enquistada. Una violencia infinita con la que nos acostumbramos a vivir como si no pasara nada. En una primera mirada, y sin conocerlo todo a fondo, encuentro que hay dos aportes inmensos que hace el informe en el camino para superar la guerra: obligarnos a reconocer el conflicto y ponernos a todos de frente ante lo que hicimos o permitimos hacer. La guerra no se hace solamente con balas y bombas.

Ante los miles de testimonios de personas reales resulta imposible negar que en Colombia vivimos una guerra,UN CONFLICTO ARMADO, para usar las palabras que algunos quisieron borrar de la historia. El tal conflicto existe y está ahí relatado por víctimas y victimarios de carne y hueso, con sus duelos y arrepentimientos a cuestas. Aunque suene difícil de creer, en este país que lleva varias generaciones de desangre, se ha intentado negar la existencia de un conflicto armado y se han desconocido sus causas, sus múltiples aristas. No hemos reconocido como sociedad que la guerra se sostuvo y se sostiene no solamente por las armas y el dinero del narcotráfico y de todas las economías ilegales, sino también por la acción o la omisión de muchos sectores y personas que no empuñan las armas, pero han contribuido a perpetuar la barbarie. Por eso la Comisión de la Verdad toca fibras que duelen y sacuden. Por eso a muchos incomoda lo que dice. Al final cada quien ha inventado una historia para justificar los muertos que carga o los que aplaude y para seguir sobreviviendo mientras la violencia pasa delante de los ojos alimentada por la inequidad, la corrupción y el “sálvese quien pueda”. Estas verdades nos interpelan a todos.

Durante años se pretendió reescribir la historia para hacernos creer que todo lo que aquí pasaba no pasó o no era grave. Nos dijeron unos, y nos dicen todavía, que hay “buenos muertos” y que el problema es de unos cuantos “criminales” a los que toca matar aunque la Constitución no tenga la pena de muerte. Nos dijeron otros que tocaba secuestrar para “financiar " una revolución. Reclutaron niños y niñas para la guerra, sembraron minas, lanzaron bombas, torturaron… Todos los armados violaron mujeres, todos mataron con sevicia, todos violaron leyes y perdieron su humanidad como la pierden siempre los guerreros. En todos los bandos convirtieron a jóvenes pobres en un insumo de guerra vestidos de civil o de uniforme. Y a pesar de que esos combatientes pusieron muchos muertos, 80 por ciento de las víctimas fueron civiles desarmados.

Esa guerra se quiso negar y ese intento de borrar la historia se convirtió en semilla de más violencia. Ahora, el informe de la Comisión de la Verdad nos cuenta lo que sabíamos y no queríamos ver ni entender. Ahí está el retrato de la guerra con todos sus ingredientes: muerte, sevicia, deshumanización, degradación, vulneración a la población civil, violencia social, racial, de género. “Una nación vulnerada y rota” como señaló el informe en su presentación inicial.

Hay que valorar los espacios abiertos por la Comisión para que víctimas y victimarios se encontraran y se miraran a los ojos. Había que llorar y maldecir. Había que tener esta catarsis colectiva. Hablaron y se dijeron verdades también los jefes de bandos enfrentados. La paradoja es que mientras algunos de esos responsables directos de la guerra hablaron, reconocieron sus crímenes y pidieron perdón a las víctimas, hay otros, los que han hecho de la guerra un insumo para hacer política, que prefieren seguir en el discurso del odio y culpabilizar a los otros sin aceptar que la polìtica también se manchó las manos de sangre. Como se mancharon sectores de la economía, del Estado y de los medios. En cada uno de ellos hay duelos y hay culpas porque todos tienen víctimas y tienen también victimarios sin fusil. En esta colcha tejida de mil retazos cada quien reclama que se conozca su verdad y así debe ser porque son muchos y distintos los golpes recibidos y mucha la necesidad de reparación. Lo que falta con mayor claridad es que colectivamente aceptemos el grado de responsabilidad que tenemos por permitir que esto pasara. Lo que falta es entender que una guerra tan larga y cruenta no responde solamente a los armados. Este país tendrá que desmovilizarse en algún momento si no quiere seguir repitiendo su historia.

Es un informe llamado a generar debate que debe ser estudiado con calma y rigor por quienes quieran relatar para la historia esto que ha golpeado a todos. Los periodistas, desde nuestro rincón, tendremos que reclamar verdad y justicia para nuestros muertos, amenazados y exiliados que fueron víctimas por relatar el conflicto. Y tendremos también que aceptar las culpas: reconocer que encontramos fórmulas para decir sin decir, para contar y no contar, para llenar cuartillas y horas de radio y televisión de relatos de guerra que muchas veces justificaron o exacerbaron la tragedia. El horror se volvió parte del paisaje en el relato. Y luego, en los últimos años, cuando se quiso desterrar de la historia la verdad del conflicto, muchos compraron una versión oficial porque era más fácil eso que tratar de entender lo que estaba pasando para poder contarlo. Es más sencillo convertir en monstruo al otro para poder aplaudir su muerte que vernos reflejados en el espejo de nuestra propia humanidad degradada por la guerra… Con la verdad al frente llegó el momento de mirarnos por dentro para salir del “modo guerra” como plantea el informe de la Comisión y para entender que “si hay verdad hay futuro”.

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