La pregunta de los 300.000 millones
Estamos ante una situación sin precedentes. Nunca antes se habían juntado el presidente del país más poderoso con el hombre más rico del planeta, a reformar entre los dos el Gobierno a su antojo
Es ya famosa la anécdota de Elon Musk, descrita en la excelente biografía escrita por Walter Isaacson, según la cual cuando Musk compró Twitter decidió trasladar unos servidores ubicados en Sacramento, California, a las instalaciones de su compañía X en Portland, Oregón, para bajar costos. Cuando en una reunión el 22 de diciembre de 2022 los ejecutivos de Twitter le dijeron que tomaría entre seis y nueve meses hacerlo, Musk advirtió que si no se hacía en 90 días, sus renuncias estaban aceptadas.
Al día siguiente, Musk —cuya fortuna de $300.000 millones lo hace el hombre más rico del planeta— iba en su avión privado a casa a celebrar la Navidad con otras personas, incluido su primo James Musk. En pleno vuelo, James le propuso desconectar ellos mismos los servidores, por lo que desviaron el avión hacia Sacramento inmediatamente. Allí entraron furtivamente a la bodega donde estaban los servidores y simplemente cortaron los cables, dejándolos fuera de funcionamiento y listos para ser trasladados. Musk cumplió lo que quería aunque, según testimonios posteriores, incluido el del propio Musk, fue un error hacerlo así.
Es el mismo Elon Musk, visionario que quiere crear colonias de la humanidad en Marte para preservar la especie en caso de un cataclismo, convirtiéndonos en una civilización interplanetaria. Hoy, SpaceX, su compañía espacial que trabaja en esto, es uno de los fabricantes de cohetes para la NASA y espera enviar su primera nave a Marte en los próximos dos años. Sin contar con que —entre otros— puso de moda los carros eléctricos a través de Tesla y creó la mayor constelación de satélites, con más de 7.200 en órbita, buscando llevar internet de bajo costo hasta los lugares más remotos.
Una de sus grandes preocupaciones es que la inteligencia artificial (IA) se vuelva tan inteligente, que cree versiones cada vez mejores de sí misma, hasta terminar haciendo irrelevante y subyugando o aniquilando a la humanidad: “Es nuestra mayor amenaza existencial”. Fue esto lo que acabó su cercana amistad con Larry Page, el fundador de Google, para quien si somos capaces de replicar la conciencia humana en una máquina, ese es sencillamente el siguiente paso de la evolución. Esto llevó a Musk a asociarse con Sam Altman, uno de los empresarios y desarrolladores de software más importantes del mundo para crear OpenAI, un laboratorio de investigación para crear un software de IA al que tuviera acceso cualquiera, de forma que se crearan muchos sistemas que se hicieran contrapeso entre sí y mantuvieran la IA alineada con los intereses humanos.
Es el mismo Musk al que muchos critican por su vida personal, con 12 hijos con su esposa, su novia posteriormente y una de sus ejecutivas, incluyendo embarazos simultáneos. O el que duerme y trabaja en sus oficinas o sus plantas y exige lo mismo de sus empleados, despreciando su vida familiar; el que no tuvo problema en despedir sin contemplaciones a más de 6.000 empleados de Twitter apenas adquirió esa compañía.
Pocos discuten que Musk es un visionario y empresario excepcional; pero ser el encargado de reformar el Gobierno de Estados Unidos, con todas las implicaciones económicas, sociales y políticas que ello puede tener nacional e internacionalmente, es algo diferente y genera muchas preguntas. No ayudan sus múltiples negocios, los inmensos proyectos en que se ha embarcado, y los intricados lazos e influencia del Gobierno en sus empresas y viceversa, lo que será fuente inagotable de conflictos de interés.
SpaceX fabrica cohetes para la NASA y el Departamento de Defensa y de acuerdo con un reporte publicado recientemente, ha recibido casi $20.000 millones en contratos federales; al igual que Tesla, también contratista, y Starlink, que trabaja con el Departamento de Defensa y otras agencias por todo el país. Tesla, el mayor productor de vehículos eléctricos de Estados Unidos, recibe subsidios federales que Trump dice querer quitar. De acuerdo con el mismo Musk, esto afectaría poco o beneficiaría a Tesla, pero sería demoledor para sus competidores.
La pregunta de los 300.000 millones es entonces: ¿qué esperar de Elon Musk en el Gobierno?
¿Qué forma va a tomar el Departamento para la Eficiencia Gubernamental? El Gobierno puede proponerla, pero la creación de un departamento nuevo, con su estructura y presupuesto, así como la ratificación del secretario, son decisiones del Congreso. Como dato curioso, la sigla del Departamento de Eficiencia Gubernamental, o Department of Government Efficiency, DOGE, es igual al nombre de la criptomoneda de Musk, DOGE.
¿Qué estructura y —sobre todo— qué nivel de poderes va a tener? Si interviene en los departamentos y agencias con los que Musk o sus empresas tienen negocios, se tendrá que declarar impedido. ¿Está Musk en capacidad de revelar toda la información pertinente para esto?
En cuanto a las agencias reguladoras, ¿podrá intervenir reformando las que supervisan sus negocios? La Securities and Exchange Commission, (SEC, cuya función es regular el mercado de valores y proteger a los inversionistas), la NASA, la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, que regula las comunicaciones por radio, televisión, cable, satélite y cable) y el Departamento del Tesoro en todo lo que tiene que ver con criptomonedas, son solo algunos ejemplos.
¿Podrá el DOGE intervenir en el Departamento de Defensa involucrándose en el gasto militar del país o tomando decisiones sobre sus casi 3 millones de empleados, incluyendo el personal militar? ¿Qué efecto puede tener esto en la geopolítica mundial?
¿Con la obsesión de Trump por la lealtad ciega, cómo evitar que se use la “eficiencia gubernamental” como retaliación contra empleados públicos no trumpistas? La ley protege a los empleados públicos que sean parte del “servicio civil”, por lo que un mal manejo generará miles de demandas contra el Estado.
¿Podría el DOGE reformar las ramas judicial y legislativa? ¿Cómo afectará esto la independencia entre las ramas del poder público, esencia de la democracia?
¿Cuánto se demorará el Congreso en aprobar la creación del DOGE? ¿Cuánto en aprobar la nominación del (¿los?) secretario(s) Musk y Vivek Ramaswamy?
¿Al ser el hombre más rico del mundo, con el nivel de influencia que esto le da, tendrá Musk la capacidad para “obligar” a su futuro jefe Donald Trump a tomar ciertas decisiones?
¿Terminará el paso de Musk por el Gobierno Trump —como ha sucedido con tantos otros nombramientos del presidente en el pasado— en una aparatosa pelea, especialmente con dos personalidades volátiles a las que el cumplimiento de las normas les importa muy poco?
Estamos ante una situación sin precedentes. Nunca antes se habían juntado el presidente del país más poderoso con el hombre más rico del planeta, a reformar entre los dos el Gobierno a su antojo.
Nadie discute el talento de Musk y es posible que no le falte razón a Trump en querer hacer más eficiente el aparato gubernamental. Pero poner a Musk como funcionario público en su Gabinete, le va a generar más problemas y dilaciones que soluciones. ¿No sería mejor crear un grupo asesor, presidido por Elon Musk, que puede empezar a trabajar inmediatamente y le recomiende acciones y lo apoye?
Porque, como se ve la situación, el papel de Musk como cabeza del DOGE no es la pregunta de los 300.000 millones, sino que más bien genera 300.000 millones de preguntas.
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