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puerto rico
Columna
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El Conejo habló

La anticipada participación de Bad Bunny en el cierre de campaña del candidato a la gobernación de Puerto Rico Juan Dalmau, líder de una alianza entre dos fuerzas políticas, marcó un punto de inflexión en la política puertorriqueña

Bad Bunny canta durante el cierre de campaña de Juan Dalmau, en San Juan, en 2024.
Bad Bunny canta durante el cierre de campaña de Juan Dalmau, en San Juan, en 2024.Thais Llorca (EFE)
Ana Teresa Toro

Nos mirábamos incrédulos. No estamos acostumbrados a ser tantos, pero el estribillo que se repetía una y otra vez entre la multitud confirmaba lo contrario: somos más y no tenemos miedo. Las más de 50.000 personas (sin contar las que trataron de llegar) que llegaron hasta el cierre de campaña del candidato a la gobernación Juan Dalmau —líder de una alianza de fuerzas políticas y del Partido Independentista Puertorriqueño— lo coreaba como se corean los mantras y las oraciones cuando vienen desde el estómago: con esperanza y fe. ¿Suena romántico? Lo es. Si la política es poder y el poder es una cuestión de acceder a aquello que se quiere y que se desea, hablar de poder, irremediablemente, es hablar de todas las pasiones humanas, desde las más bajas hasta las más altas. Es decir, es también hablar de amor.

Y el amor fue un tema recurrente en esta campaña política por la gobernación de Puerto Rico, así como por los puestos electivos de la legislatura y las alcaldías que hoy martes se decidirán en las urnas. Para algunos, esta elección es un ejercicio que, más bien, es un simulacro que una elección verdaderamente democrática pues, en esta isla debido al estatus de subordinación política a los Estados Unidos (colonia moderna), las decisiones finales bien es sabido que ocurren en Washington D.C. A su vez, para otros, se trata de una demostración más de que el déficit democrático que existe en Puerto Rico o la impostura de una democracia, en nada coarta una realidad social innegable: en el país hay una cultura democrática fuerte y un deseo de expresar la voluntad por medio del derecho al voto. Independientemente de la perspectiva que se tenga en torno al proceso, el ambiente en la calle confirma que hay ganas de salir a votar.

Volvamos al amor. Hace unos meses comenzaron a aparecer una serie de billboards con mensajes como “Quien vota PNP no ama a Puerto Rico”. Esas son las siglas del Partido Nuevo Progresista, de ideología anexionista (aspiran a convertir a Puerto Rico en el estado 51 de los Estados Unidos y usan el color azul) y uno de los dos partidos que, junto al Partido Popular Democrático (PPD, que usa el color rojo y fue el promotor del estatus actual de un Estado Libre Asociado) se han dividido la administración del país durante las últimas décadas. Contrario a como sucede en la mayoría de las democracias, pero a tono con la realidad de cualquier colonia, en Puerto Rico se disputan las elecciones no por fuerzas conservadoras o liberales, derechas o izquierdas, sino más bien por la relación que cada partido aspira a tener con la metrópoli. En tercer lugar por décadas ha quedado el Partido Independentista Puertorriqueño (el PIP, identificado con el color verde).

Juan Dalmau habla durante el cierre de campaña en Puerto Rico.
Juan Dalmau habla durante el cierre de campaña en Puerto Rico. Thais Llorca (EFE)

Sin embargo, en las últimas elecciones candidatos independientes y partidos emergentes han ido arando el camino hacia una nueva fuerza política en la que las ideologías en torno al estatus político comienzan a ponerse en pausa, para atender con urgencia los asuntos prioritarios del país. Fruto de ese camino es el nacimiento del Movimiento Victoria Ciudadana (MVC, que utiliza el amarillo y el negro) el cual junto al Partido Independentista Puertorriqueño se dieron a la tarea de juntos superar uno de los males más complejos de los movimientos liberales: la mezquindad de la pureza. Esa insistencia en estar de acuerdo en 99 cosas, pero esa una que separa obliga a crear un movimiento distinto. Pusieron en pausa divisiones ideológicas, mantuvieron las más urgentes, debatieron por largos meses —años, la verdad— y lograron acuerdos que redundaron en una alianza estratégica con la esperanza de aglutinar en una sola fuerza el crecimiento que ambos partidos experimentaron en las pasadas elecciones.

Razones de sobra hubo para ello. Lo que va del siglo XXI ha sido el siglo del desengaño para Puerto Rico: quiebra económica, imposición de una Junta de Control Fiscal, huracanes devastadores, pandemia, revuelta política, migración masiva, precariedad, crisis tras crisis tras crisis. Mientras todo eso pasaba, niños y niñas —cada vez menos— nacían y crecían en la ruina del país que Puerto Rico creyó ser: la vitrina del progreso a la americana, un cristal agrietado del que hoy queda poco menos que el polvo y un par de filos que todavía cortan. Y esos jóvenes, adultos hoy, tienen ganas de salir a votar.

A esa generación pertenece Bad Bunny, el artista puertorriqueño hoy por hoy, más reconocido mundialmente y con un poder de influencia que trasciende el de cualquier político, movimiento o crisis social. Guste o no, así siempre ha sido la cultura, puede más que aquellos que la protagonizan y si hay una cultura que refleja —e históricamente ha reflejado— el hartazgo de la juventud ante la realidad precaria de su condición social es la música, en este caso, el reguetón, el trap, y en sus orígenes el underground.

Generaciones previas se escandalizan con las letras “vulgares” pero olvidan que el papel del arte nunca ha sido únicamente el de idealizar la realidad, sino el de mostrarla tal cual es. No querían escuchar el underground del mismo modo en que no querían escuchar acerca de la fallida guerra contra las drogas en cuyo corazón nacieron esas letras. No quieren escuchar la sexualidad y la mirada desafiante a las estructuras de las letras de Bad Bunny del mismo modo en que no quieren ver que, cuando todo ha fracasado, el único retorno posible es al cuerpo, a la casa primaria, a hacer con lo que sí podemos controlar lo que nos dé la gana. O, quizás, aferrarse al placer de un verano en el que nos anestesiamos de nostalgia y del placer que sabemos inalcanzable por la vía de la esperanza pero el cual reclamamos como propio por la vía del desprecio a las instituciones que tanto han fallado.

Simpatizantes asisten al cierre de campaña de la alianza entre el Partido Independentista y Victoria Ciudadana.
Simpatizantes asisten al cierre de campaña de la alianza entre el Partido Independentista y Victoria Ciudadana.Thais Llorca (EFE)

Continuaron apareciendo mensajes similares al de aquel billboard por la ciudad y, al poco tiempo se supo que el auspiciador era Benito Antonio Martínez Ocasio, Bad Bunny. Los mensajes continuaron ahora con su firma y la expectativa de un endoso del cantante al candidato de la Alianza creció con cada expresión. Expectativa compartida por la campaña de Kamala Harris en los Estados Unidos que anhelaba ese endoso con particular interés. Ambos endosos se dieron, a través de Instagram, el día después de que un comediante se refirió a Puerto Rico como una isla basura. Hay quien a estas alturas cuestiona el valor del endoso de una figura como él en una elección o lo que dice acerca de una sociedad el papel —en términos de influencia— que tienen las figuras públicas. Pero recordemos que en una democracia se busca sobre todo representación y pocas figuras representan mejor a una persona que aquellos que son capaces de darle voz a sus emociones, a sus ideas, sentires y sentimientos. Subestimarlos o descartarlos se presenta como una mezcla de elitismo e ignorancia disfrazada de superioridad intelectual.

Entonces Benito habló. Llegó al cierre de campaña de la Alianza, realizado en una explanada inmensa en la cual miles de personas caminamos —como suele ocurrir en el Caribe antillano— entre el fango y la esperanza. El Conejo contó acerca de sus motivos para estar ahí: que vivió como niño y joven criado en una familia trabajadora el descoserse de la versión puertorriqueña del sueño americano al que nunca despertamos del todo. Confesó que siendo adolescente celebró la victoria de un alcalde que terminó acusado por corrupción, que su primer voto fue para un gobernador PNP, el mismo que sacó del gobierno —en una ronda de despidos masivos— a miles de empleados públicos, incluyendo a miembros de su familia. Explicó cómo el discurso del terror que se fundamenta en perder los fondos federales —que terminan costando mucho más de lo que generan— y advertir que la isla terminaría en la peor de las precariedades o en una ruta política dictatorial, no asusta a su generación que vive en un país en el que todos los días se va la luz en algún lugar y que ha conocido la temida precariedad bajo el estatus actual y bajo la promesa ya agotada de la estadidad para Puerto Rico. ¿Cómo asustar a una generación que se hizo gente en medio de la ruina?

Residente canta durante el cierre de campaña de Juan Dalmau.
Residente canta durante el cierre de campaña de Juan Dalmau.Thais Llorca (EFE)

Ni rojo, ni azul, insiste, y como él piensan tantos jóvenes y no tan jóvenes que quieren darle un turno al bate a los que nunca lo han tenido y arrebatarle la administración del país a los que han confesado anhelar un Puerto Rico sin puertorriqueños o a los que insisten en prometer cambios únicamente para que nada cambie. Pero quizás su momento más contundente fue cuando afirmó que no había llegado hasta allí a decirle a nadie por quién votar, sino que había sido la misma gente la que le había indicado quién era la alternativa. Un endoso elegante, sin más. Cantó Una velita. Antes, Residente y Kany García, acompañados de prodigios boricuas de la música, habían cantado Hijos del cañaveral vestidos de blanco y negro, los colores de la bandera de luto que ha definido los últimos años de crisis en el país. La noche terminó con Jowell y Randy, reguetoneros de los que van “hasta abajo”, bien abajo y se quedan ahí sin miedo.

En los mensajes del Facebook LIVE y entre la gente se hacían bromas acerca de lo que podía significar que el perreo hubiese llegado a las filas del independentismo; un movimiento marcado por la nueva canción de protesta latinoamericana y, para qué negarlo, un cierto aire de superioridad que poco a poco se fue desconectando en algunas instancias del país y su realidad. Pero si la pureza puede ser profundamente mezquina, la Alianza, pero sobre todo la apertura que ha tenido el Partido Independentista Puertorriqueño a la diversidad de miradas para poder atender lo urgente y crear el espacio para lo importante, ha sido un acto de profunda generosidad. El rostro de dicha posibilidad es el de Juan Dalmau. El sonido es la voz de una generación representada en gran escala por Bad Bunny. La textura es la del fango, el barro, agua y tierra para construir algo nuevo, lo que sea, pero distinto. Y el color, como si hiciera falta la metáfora, es el de la verde luz del himno espontáneo de nuestra isla, es el amarillo de la luz eléctrica que tanto nos falta y del sol saliente que tanto nos sobra. En ese balance amanece hoy.

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