Tu inmigrante se ha comido a mi perro, dice la derecha ‘gore’

Como en ‘Braindead’, la grotesca película de zombis que firmó un joven Peter Jackson, Donald Trump imagina a extranjeros devorando mascotas de los vecinos. Pero él es más de Hannibal Lecter

Elizabeth Moody, en una escena de la película 'Braindead: tu madre se ha comido a mi perro', de Peter Jackson.

Antes de realizar sus monumentales trilogías de El señor de los anillos y de El hobbit, mucho antes de firmar King Kong o Get Back, Peter Jackson se había iniciado como director de cine en un género con menos prestigio: ...

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Antes de realizar sus monumentales trilogías de El señor de los anillos y de El hobbit, mucho antes de firmar King Kong o Get Back, Peter Jackson se había iniciado como director de cine en un género con menos prestigio: el gore. El término define las películas de violencia extrema en las que abundan la sangre, las vísceras y las amputaciones, pero que recurren a ese horror para el humor. El debut de Jackson fue Mal gusto, y su primer gran éxito, convertido en fenómeno de culto, fue Braindead: tu madre se ha comido a mi perro. No tenía ese subtítulo en la versión original (sino un nombre alternativo: Dead Alive), pero alude a una de sus escenas más populares. La dirigió con 30 años.

Braindead, tan desagradable como divertida, se estrenó en 1992 y se convirtió en viral, cuando nadie tenía internet, mediante un trasiego de cintas de VHS de mano en mano (y hoy puede verse en YouTube). Tenemos en Nueva Zelanda a un hombre tímido atrapado entre su tiránica madre y su inocente novia (española). La madre es mordida por un extraño bicho, un mono-rata de Sumatra, y se va convirtiendo en una zombi. El hijo es paciente con ella, incluso cuando se come su propia oreja. En la escena más famosa, llega la novia a la casa y su perro sube al cuarto de la señora. La pareja solo logra recuperar de su boca los huesos y pellejos del animal. “¡Tu madre se ha comido a mi perro!”, dice ella. “No todo”, responde él. Seguirá una extensión del virus zombi y una orgía sangrienta.

Peter Jackson no cree en los zombis, sino que se ríe de ellos. No pretende que temamos que alguien se coma a nuestro perro. Pero en esta época en que se vuelven virales los relatos paranoicos, Donald Trump ha jugado una extravagante carta xenófoba en su debate con Kamala Harris del martes. Ha dado lugar a muchos memes pero aspiraba a ser creíble. Dijo Trump que en Springfield, Ohio, los inmigrantes irregulares, se supone que haitianos, hacen esto: “Se están comiendo a los perros, la gente que llega se están comiendo a los gatos. Se están comiendo a las mascotas de la gente que vive allí, y esto es lo que está sucediendo en nuestro país, y es una vergüenza”. Harris puso cara de perplejidad y solo dijo: “Eso es muy extremo”. Los moderadores aclararon enseguida que las autoridades de Springfield no dan ninguna credibilidad a ese bulo.

Tienen cierta fijación con las mascotas en la candidatura republicana, porque el aspirante a vicepresidente J. D. Vance ya se metió con las mujeres que tienen gatos en vez de hijos, esas son unas “desgraciadas” y “quieren que el resto del país también se sienta desgraciado”. Esta vez Trump llega a lo grotesco dando vueltas al gran eje de su discurso: la deshumanización del inmigrante. En el debate dijo también que ha bajado la delincuencia en todo el mundo, hasta en Venezuela, porque han vaciado sus cárceles y centros psiquiátricos enviando a EE UU a todos los asesinos, violadores y psicópatas. Otro bulo.

A Trump le gusta más otra película de miedo: El silencio de los corderos. Cita a menudo a Hannibal Lecter, el caníbal que tan bien interpretó Anthony Hopkins. Lo usó de referencia para alertar de que están llegando a la frontera peligrosos enfermos mentales: “El gran Hannibal Lecter, ya fallecido, es un hombre encantador, le encantaría invitarte a cenar”. Por cierto, no murió Lecter, que es un personaje de ficción; tampoco Robert Maudsley, el preso británico en el que se inspiró.

Allí como aquí, va imponiendo sus mensajes una derecha gore, patológicamente mentirosa, que alienta la división social y el odio al extraño. Como hacía la propaganda más siniestra de la historia reciente.

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