‘El rey del invierno’: Arturo, caudillo guerrero sin trono pero con Merlín en una Edad Oscura violenta y misteriosa
La adaptación a serie de la primera novela de las espléndidas ‘Crónicas del señor de la guerra’ de Bernard Cornwell no llega a la altura del original ,pero tiene su interés
El rey Arturo, o Arturo a secas si nos referimos al posible personaje histórico sobre el que se forjó la leyenda y que no habría sido un monarca sino un caudillo militar que peleaba bajo la enseña de un oso (se ha hecho derivar su nombre de arth, oso, en galés), ha conocido muchas encarnaciones antes de llegar a El rey del invierno, la serie que nos ocupa y cuya primera temporada (Movistar Plus +) está basada en la estupenda novela de Bernard Cornwell del mismo título (con la que arran...
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El rey Arturo, o Arturo a secas si nos referimos al posible personaje histórico sobre el que se forjó la leyenda y que no habría sido un monarca sino un caudillo militar que peleaba bajo la enseña de un oso (se ha hecho derivar su nombre de arth, oso, en galés), ha conocido muchas encarnaciones antes de llegar a El rey del invierno, la serie que nos ocupa y cuya primera temporada (Movistar Plus +) está basada en la estupenda novela de Bernard Cornwell del mismo título (con la que arranca su trilogía Crónicas del señor de la guerra).
Cada uno tendrá sus Arturos favoritos y preferirá una u otra plasmación del mundo que rodeaba al personaje, incluso habrá a quien le guste la desmadrada versión de Guy Ritchie (Rey Arturo: La leyenda de Excalibur, 2017). Quien firma estas líneas (y personas más excelsas como la estudiosa de la materia artúrica Victoria Cirlot), se inclina por Excalibur (1981), de John Boorman y no puede dejar nunca de conmoverse ante varias de sus escenas: el joven Arturo nombrado caballero in extremis en medio de la pelea en el foso de un castillo; el mismo Arturo y su hijo Mordred dándose muerte mutuamente ante un moribundo sol rojo sangre o la mano de la Dama del Lago enarbolando la espada del rey antes de desaparecer bajo el agua mientras suena de fondo la marcha fúnebre de Sigfrido.
Era la versión de Boorman, de mucha poesía y rutilantes armaduras (como las del precioso Lancelot du Lac de Robert Bresson, 1974), una visión bastante canónica de la materia artúrica, basada en La muerte de Arturo, de Malory (1485), y en la que aparecen los elementos básicos conocidos por todos: el Grial, la Mesa Redonda, los amores adúlteros de Lanzarote y Ginebra, la espada en la piedra, etcétera, elementos que figuran en una gran parte de las producciones sobre Arturo y su mundo, desde el musical Camelot (1967) a El primer caballero (1995), con Sean Connery y Richard Gere, pasando por esa cima que es Los caballeros de la mesa cuadrada (1975) de los Monty Python, sin olvidar el iniciático para tantos Merlín el encantador (1963) de Disney.
Junto a esas creaciones ajustadas más o menos a las novelas de caballería, y como diría Michel Pastoreau “tan apasionantes como ficticias” (La vida cotidiana de los caballeros de la tabla redonda, Temas de hoy, 1994), se ha venido desarrollado un género que se quiere evemerista (dar explicaciones racionales a los mitos) o historicista y que pretende contarnos, empleando fuentes como Nennius, Gildas, Monmouth y la arqueología, la historia “real” de Arturo, ambientada mucho más atrás de lo tradicional, en la Edad Oscura de la Gran Bretaña postromana (los siglos IV y V) y las invasiones bárbaras de la isla.
Forman parte de esta tendencia la pionera serie de la BBC de principios de los 70 Arturo de Bretaña, en la que no había elementos mágicos y el protagonista era un líder guerrero celta enfrentado a los invasores anglos y sajones, y películas como El rey Arturo (2004) de Antoine Fuqua con Clive Owen y Keira Knightley en la que Arturo es un comandante romano (Artorius) al mando de una turma de caballería sármata (y Merlín, un picto). Una de las creaciones más importantes de esta tendencia y que recibimos entusiasmados en España a finales de los noventa en una primera edición publicada por Península (actualmente los libros están disponibles en Edhasa) fue precisamente la trilogía de novelas Crónicas del señor de la guerra de Bernard Cornwell que arrancaba con El rey del invierno (1997), a la que siguieron El enemigo de Dios (1998) y Excalibur (1998). En la serie, que Cornwell comenzó a publicar originalmente en 1995, se sigue la historia de Arturo con esa perspectiva historicista mencionada, y en la que el autor introdujo el tema de la religión (el enfrentamiento de las viejas creencias paganas y druídicas con el cristianismo) y la magia, planteada de manera muy sutil de forma que no alterara el tono fundamentalmente realista de la narración.
En la extensa bibliografía de Cornwell (que el próximo 23 de febrero cumplirá 80 años), las Crónicas del señor de la guerra, su obra favorita y la de muchos de sus lectores, se publicaron después de que iniciara su exitosa serie de novelas del fusilero de las guerras napoleónicas Richard Sharpe y antes de la también inmensamente popular dedicada al guerrero de la época de Alfredo el Grande (siglo IX) Uhtred de Bebbanburg (ambas series, editadas por Edhasa, han tenido versión televisiva, la segunda la célebre El último reino de Netflix, con cinco temporadas). A los espectadores que hayan seguido esa serie —que compitió con Vikingos, con la que comparte temas—, le sonarán muchas cosas de la nueva El rey del invierno: Como Uhtred, criado entre los vikingos antes de ponerse al servicio del rey Alfredo, Derfel Cardarn, el protagonista (y narrador en la novela), es un foráneo y enemigo, un joven sajón que, recogido herido por Arturo, entra al servicio del reino britano de Dumnonia en un contexto de lucha por la hegemonía en la isla. También como Uhtred se convertirá en guerrero.
En El rey de invierno (ese rey no es Arturo, sino su sobrino Mordred) tenemos asimismo el tono de épica sucia y violenta propio de Cornwell, la guerra con todas sus atrocidades, la visión sumamente realista de los combates, el estilo inconfundible, vamos, del que se ha convertido en maestro de la novela histórica bélica (y del que tantos han bebido: una herida de espada o un lanzazo ya no son lo mismo después de Cornwell).
Llevar a la pantalla un libro como El rey del invierno era una empresa dificilísima, dada la profusión de personajes, escenarios y acontecimientos de la novela, incluidas las escenas de magia y las batallas. La serie televisiva ya ha recibido muchas críticas por la incapacidad de trasladar a imágenes con todo su poder la creación de Cornwell —aparte de cierta pobreza de producción (Avalon no está a la altura, y valga la frase), que en una serie de época es un pecado—. Sin embargo, hay muchas cosas buenas que hacen interesante y hasta muy interesante verla. Aquí y allá asoman la imaginación de Cornwell y su pulso narrativo, y el impactante salvajismo que impregna su Edad Oscura. Algunos personajes están muy bien plasmados, el rey Uther Pendragon (Eddie Marsan) y su odio irracional por su bastardo Arturo; el rey siluro Gundleus (Simon Merrells), gran villano (la escena en que le hace besar la espada a Norwenna y luego se la mete por la garganta hasta la empuñadura es puro Cornwell, aunque alguno crea ver la influencia de Juego de tronos, también por lo del invierno). Y sobre todo Nimue (la legendaria Viviana, la Dama del Lago), la joven druidesa aprendiz de Merlín y coprotagonista del relato a la que da vida, para mi gusto muy bien, la actriz Ellie James. La escena de su violación ha creado polémica, pero es indispensable en el relato (es la “segunda herida” para despertar sus poderes).
Una de las mejores cosas de la trilogía de Cornwell, que la serie conserva, es dar voz y peso a las mujeres del mundo artúrico, en la línea de Las nieblas de Avalón (1982), de Marion Zimmer Bradley (también convertida en serie televisiva en 2001) o Maldita (2021), la adaptación en serie del libro de Tom Wheeler y Frank Miller sobre Nimue). Por cierto, qué pena que Morgana no aparezca en la serie El rey del invierno deformada y cubierta con una máscara de oro como en la novela: habrán pensado que se parecería mucho al rey leproso de El reino de los cielos o al Mordred del hijo de Boorman, Charley, en Excalibur.
Que en la serie Merlín sea negro (y Ginebra, Jordan Alexandra, mulata), como tantos otros personajes (que yo recuerde en la novela sólo lo era Sagramor, comandante númida de la temible caballería pesada de Arturo), pues bueno, signo de los tiempos, como en Los Bridgerton (en los que por cierto salía Alexandra). A juego, la torre de Avalon parece sacada de Mali. El Arturo de Iain de Caestecker (y vaya si no es un nombre artúrico) resulta un poco inexpresivo (exceptuando durante la mano de hostias que le dan principio, para marcar territorio Cornwell digo yo, aunque eso no está en la novela). También es verdad que no es el personaje favorito de Cornwell, que hasta lo describe como “no excesivamente bello” (y con cota de malla romana; eso sí, con Excalibur, también llamada Caledfwlch y suministrada por Merlín, al cinto). Los combates resultan convenientemente sangrientos, aunque me parece que falta un poco de convencimiento y pulso en el uso de las armas y la formación del muro de escudos (concepto, por cierto, acuñado por Cornwell). En fin, vamos a ver que tal discurre la serie, si hay nuevas temporadas hasta cubrir toda la magnífica trilogía original y si allí delante nos esperan en la pantalla las mismas sorpresas con Ginebra y Lanzarote de las novelas…