El monasterio resucitado
Los habitantes de Las Merindades (Burgos) se afanan en la recuperación de la iglesia cisterciense de Santa María de Rioseco. Juanmi y Esther son dos de los protagonistas de una resurrección que atrae voluntarios de todo el país y ejerce de revulsivo para la comarca
El monasterio resucitado
Los habitantes de Las Merindades (Burgos) se afanan en la recuperación de la iglesia cisterciense de Santa María de Rioseco. Juanmi y Esther son dos de los protagonistas de una resurrección que atrae voluntarios de todo el país y ejerce de revulsivo para la comarca
Hace 10 años, el monasterio cisterciense de Santa María de Rioseco era una reliquia al borde de la desaparición. Nadie lo visitaba y nadie se acordaba de su existencia. Hoy es una de las atracciones turísticas más visitadas de la comarca burgalesa de Las Merindades: solo en los meses de verano prepandemia recibía unos 6.000 turistas. El edificio ha sorteado la extinción, fue declarado Bien de Interés Cultural por la Junta de Castilla y León en 2019 y acoge conciertos, talleres y cursos. Su restauración ha puesto en el mapa al valle de Manzanedo, un exuberante paraje de diminutos pueblos en declive demográfico, impulsando el turismo y la economía. Decenas de voluntarios de todo el país acuden cada año a colaborar en las tareas de recuperación. Así resume su resurrección el burgalés Juanmi Gutiérrez, cura local y uno de los primeros miembros de la Fundación Santa María de Rioseco, la asociación vecinal que se ha dejado la piel en esta odisea: “Para nosotros está siendo tremendo. Hace que estemos orgullosos de ser de aquí. Que este trabajo se vea nos da vida”.
La abandonada casa del Císter
El monasterio tiene casi 800 años de historia. Construido en 1236, Santa María de Rioseco fue un motor para la comarca y la casa de la orden del Císter. Sus monjes impulsaron la hospedería y la botica, e ingeniaron molinos y batanes para el uso de las aguas. También retornaron a los principios del ora et labora, un dogma que se había relajado con los monjes benedictinos.
Pero como muchos otros bienes eclesiásticos, el templo sufrió la desamortización de Mendizábal y, con algunos altos y bajos, gradualmente fue cayendo en el abandono y el expolio. Con el paso de los siglos la despoblación y el éxodo rural hicieron el resto. El valle de Manzanedo es una de las zonas más deshabitadas de España: entre los 16 municipios de la región suman 140 vecinos. El pueblo de Rioseco dejó de existir y el cenobio se olvidó. Engrosó en la Lista Roja del Patrimonio, confeccionada por la asociación Hispania Nostra, que registra los bienes históricos en peligro de desaparición, 869 en la actualidad. Al templo solo subían paseantes despistados o espabilados para robar piezas valiosas.
1,8 metros de escombros
Juanmi Gutiérrez, cura y exprofesor de Filosofía, tiene 47 años y atiende más de 40 pueblos en la región. Conoce bien la despoblación a la que se enfrenta la comarca: alguna vez ha clausurado un pueblo con el entierro del último vecino. Cuando le destinaron a Las Merindades le hablaron de pasada de la existencia del monasterio. Le picó la curiosidad. “La primera vez que lo vi estaba cubierto de maleza, derruido y con una pila de escombros que me superaban en altura”, recuerda. “Nos daba mucha pena: era un sitio fantástico que iba a desaparecer”. Gutiérrez quedó fascinado por su belleza y quiso devolverle la grandeza perdida. Como sucede en otros municipios de España, el monasterio aún podía convertirse en un polo que atrajera turismo y cultura a esa tierra. Tras comentarlo aquí y allá, encontró un grupo de aliados, unas 50 personas –profesores, alumnos, padres y madres, jubilados– que compartían esa visión. Sin demasiadas expectativas, se aventuraron entonces en una primera limpieza del espacio: desbrozaron, recolocaron piedras y despejaron el claustro. El verdadero monasterio asomó. “Quedamos tan satisfechos que decidimos continuar”, expone. “Ya no era solo limpiar: había que devolver el recuerdo para que el monasterio volviese a la conciencia de la gente”.
Con el tiempo, el rescate fue en expansión y se hizo multitudinario. Los vecinos se volcaron en la salvación del templo. “Todo nace del trabajo de la gente. Recogemos las capacidades de cualquier voluntario que quiera sumar”, dice Juanmi Gutiérrez. Sirva como ejemplo el día que se acercaron unos chicos con arneses para limpiar las paredes más altas. O aquel vecino que fabricó una detallada maqueta del monasterio. O los jubilados que día a día cuidan de la maleza. O el arquitecto Félix Escribano, burgalés y, durante unos años, presidente del Colegio de Arquitectos de Burgos, que aterrizó en Rioseco el mismo día que restablecieron el suministro de agua tras arduas operaciones. “Ese día nos vio tan emocionados, con gritos de alegría, que se enganchó. Es el autor de todos los planos”, explica el cura.
Una avalancha de voluntarios
A las labores regulares de recuperación y mantenimiento se suma la semana veraniega de voluntariado, un evento que despierta expectación en la región. Atraídos por el renacimiento del monasterio y los paisajes naturales, decenas de voluntarios de todas partes de España y algún que otro extranjero acuden a echar un cable. “Es una semana que cambia la vida de estos pueblos”, afirma Gutiérrez. Durante siete días, con la colaboración de los habitantes del valle, que tan pronto ofrecen alojamiento como hacen comidas populares, unas 90 personas trabajan a destajo en tareas planificadas por las comisiones de la fundación.
Una de ellas es Asun Zamora, cámara de 51 años. Vive en Bilbao, de pequeña veraneaba con sus abuelos en un pueblo del valle y vivió muchas aventuras infantiles en el monasterio. Cuando regresó años más tarde encontró un lugar desolado. Junto a Juanmi fue una de las primeras restauradoras de la iglesia. “El hundimiento era inminente. Comenzamos por el interior de la iglesia y en una semana el cambio fue total”, recuerda. Desde entonces no ha fallado a su cita con el voluntariado. Zamora se alegra de lo conseguido: “Lo que atrae a los seguidores es el espíritu de Rioseco. Es muy emocionante ver cómo pintores, diseñadores de moda, fotógrafos, escritores, profesores, vecinos, estudiantes o arqueólogos aportan su grano de arena y esta red de solidaridad avanza más allá de los muros del monasterio”.
Atraer cultura y generar empleo
Tras una década de trabajos, el monasterio ha florecido. Luce despejado, estructurado y limpio, con intervenciones arquitectónicas sutiles –fibra de vidrio para coser grandes piedras, acero para los tirantes de la cilla; madera para los pendolones– y el espíritu intacto. La cilla (la despensa en la que los monjes almacenaban el grano), la sala capitular y el claustro están consolidados y con techumbres. El próximo paso es preservar la renacentista torre del Abad, el estilo arquitectónico característico del monasterio y el más extendido en el tiempo. “El objetivo es restaurar, no rehacer. La ruina con la naturaleza es una mezcla muy bonita. Tiene un atractivo diferente y monasterios con ese contraste no hay tantos”, puntualiza Gutiérrez.
Si el trabajo de la Fundación Santa María de Rioseco te ha hecho pensar, quieres conocerlo en profundidad o participar
ACTÚAA Esther López, de 63 años, profesora jubilada de Historia del Arte, fue su padre el que la llevó por primera vez a esta iglesia. Entonces tenía 10 años y se le antojó una selva. Su implicación en el rescate nace de un proyecto de innovación educativa llamado Salvemos Rioseco, una iniciativa de educadores y alumnos que se servía del edificio como hilo conductor en varias asignaturas. Ha llovido mucho: en la actualidad López es la vicepresidenta de la fundación y una persistente divulgadora de su valor artístico. “El monasterio y el grupo que hemos formado engancha”, sentencia. Ante la cripta de una familia de nobles, don Salvador y doña Catalina, que presumiblemente habrían pagado a los cistercienses por la custodia de sus almas, continúa: “Un lugar tan rico como este te permite explicar los estilos arquitectónicos a un niño de tres años y a alguien con un máster en Arquitectura. De hecho, la propia Universidad Politécnica de Madrid imparte una práctica aquí en junio”, prosigue.
En la atmósfera de Santa María de Rioseco encaja cualquier actividad cultural. “Hemos tenido cantantes líricos del Teatro Real, funciones de teatro, talleres de cantería, bandas de rock y espectáculos pirotécnicos”, retoma Juanmi Gutiérrez. En efecto, el monasterio está sold-out para los meses de julio y agosto, en los que acogerá conciertos todos los fines de semana con las pertinentes medidas de seguridad por la pandemia. Aquí también se celebran cursos universitarios de verano, entre ellos uno de arquitectura y arte que figura entre los más solicitados de España. Incluso se planea una exposición con gafas de realidad virtual para contemplar la iglesia tal como era en el siglo XIII. “Sacar algunos cursos de la ciudad y llevarlos a los pueblos es muy interesante. Ofreces una acceso a la cultura inédito”, tercia Gutiérrez.
Juanmi Gutiérrez y Esther López no se detienen aquí. “Es como cuando tienes un hijo pequeño: quieres que vuele”, coinciden. Con la recuperación arquitectónica avanzada y el monasterio funcionando como revulsivo para el valle de Manzanedo, el camino pasa ahora por encontrar usos permanentes que generen empleo fijo. Sobre la mesa tienen, entre otras cosas, la creación de una posada, una cafetería y un aula de estudio para másteres y talleres, además de la consolidación del programa cultural existente. “Si queremos hacer nuestra vida aquí y que esta tierra no muera, necesitamos trabajo. Es la mejor receta”, concluye Gutiérrez.
El arte que reconcilió a un pueblo
Javier López y Rafa Gascó, dos vecinos del pueblo castellonense de Fanzara, son los impulsores de un museo artístico y a la postre curativo: el Museo Inacabado de Arte Urbano (MIAU), el inesperado mediador del conflicto social que atravesaba el municipio a raíz de la construcción de un vertedero de residuos tóxicos. López y Gascó organizaron un festival que atrajo a los mejores grafiteros del mundo a pintar en las paredes que cedieron los vecinos, una acción que reactivó la vida cultural y fomentó la reconciliación. El vertedero, además, nunca se llegó a materializar. Con el tiempo, MIAU se ha erigido como la seña de identidad de Fanzara y un dinamizador para la economía y el turismo local.
Su historia forma parte de Pienso, Luego Actúo, la plataforma social de Yoigo que da voz a personas que están cambiando el mundo a mejor y que ha colaborado en la divulgación de su tarea.
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