Aceite de hígado de bacalao y vitamina A para combatir el sarampión: la receta del responsable de Salud del Gobierno de EE UU

El movimiento antivacunas, al que pertenece Robert F. Kennedy, hunde las tasas de inmunización de la población en edad escolar y precipita la reaparición de enfermedades teóricamente erradicadas

Robert F. Kennedy Jr. y Donald Trump en el Despacho Oval, el 25 de febrero de 2025. Jabin Botsford (Getty Images)

Aceite de hígado de bacalao y vitamina A contra el sarampión. La receta no es una de esas leyendas virales, como el bebedizo de limón, cúrcuma, jengibre y miel o los baños con sales de magnesio que se han popularizado en las redes sociales para combatir el peor brote de sarampión en EE UU en los últimos años, con epicentro en Texas y Nuevo México. La receta de aceite de hígado de bacalao es la recomendación de Robert F. Kennedy, secretario de Salud, para tratar la enfermedad. La primera crisis de salud pública que afronta desde que fue confirmado por el Senado ha demostrado que su acreditado historial antivacunas sigue intacto: en una entrevista con la cadena conservadora Fox News, Kennedy volvió a ponerse de perfil en lo tocante a la triple vírica —vacunar o no es una elección de los padres, sostiene—, para defender el consumo de vitamina A, que está siendo enviada en cantidades industriales al condado de Gaines, en Texas, la zona cero del brote.

Según Kennedy, los médicos de ese Estado han obtenido “muy, muy buenos resultados” en el tratamiento del sarampión —160 casos desde finales de enero, con 22 hospitalizados— mediante la prescripción de un corticosteroide, la budesónida; un antibiótico, la claritromicina, indicado para infecciones bacterianas, y aceite de hígado de bacalao, rico en vitaminas A y D.

Más de un mes después de la detección del primer caso, y la muerte de un menor de 6 años no vacunado —la primera desde 2015 en el país—, el sarampión se ha extendido por todo EE UU e incluso Canadá, con 80 casos, 55 de ellos en Ontario, la provincia que comparte frontera con el Estado de Nueva York. En la Gran Manzana se han registrado dos casos esta semana, no relacionados entre sí.

Pero el secretario de Salud tardó semanas en pronunciarse y lo hizo de perfil: “Vamos a ser honestos con el pueblo estadounidense por primera vez en la historia sobre lo que realmente sabemos, y lo que no sabemos. Vamos a decírselo, y eso va a enfadar a algunas personas que quieren un enfoque ideológico de la salud pública”, dijo este martes. Cámbiese “ideológico” por “científico” y se tendrá la solución al acertijo que constituyen sus palabras: una solución alternativa a la tradicional inmunización. Cabe recordar que Kennedy es un abogado ambientalista que no tiene ninguna titulación en salud pública ni en medicina.

El brote no muestra signos de desaceleración, según los datos publicados el martes por las autoridades sanitarias de Texas. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, en sus siglas inglesas), que dependen directamente del departamento dirigido por Kennedy, han enviado “rastreadores” para reforzar la respuesta al brote.

Ray Covarrubio prepara una vacuna contra el sarampión en Lubbock, Texas, el 1 de marzo. ANNIE RICE (EFE)

Los primeros contagios se propagaron en el seno de una comunidad de menonitas de Gaines, que históricamente han tenido tasas de vacunación más bajas y a menudo viven de espaldas al sistema sanitario, e incluso educativo, lo que permite sospechar que la incidencia del brote pueda ser aún mayor, al no comunicarse oficialmente todos los casos. El año pasado, aproximadamente el 82% de la población de preescolar del condado había recibido la vacuna contra el sarampión, por debajo del 95% que se considera confiere la inmunidad de rebaño. En todo el país, solo el 93% de los menores que acuden al jardín de infancia recibieron la vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubeola —la conocida como triple vírica— en el curso 2023-24. Antes de la pandemia, estaba inmunizado el 95%. En nueve condados vecinos a Gaines, la tasa de cobertura ronda el 80%. Uno de cada cinco contagios acaba en el hospital, según los CDC.

La creciente popularidad de las teorías conspirativas sobre las vacunas —entre quienes las propagan se cuenta el propio Kennedy al asegurar que producen autismo— ha originado ventanas de vulnerabilidad cada vez mayores: la posibilidad de que un brote salte de un grupo no vacunado a otro. Así sucedió en Nueva York entre 2018 y 2019, cuando casi 650 personas enfermaron después de que un niño no vacunado regresara de Israel contagiado. La mayoría de los enfermos pertenecían a las comunidades judías ortodoxas de Brooklyn, en las que también se registró una alta incidencia del coronavirus por su rechazo a las medidas de protección y sus reuniones multitudinarias. El año pasado hubo 14 casos de sarampión en la ciudad, cuya tasa de vacunación infantil es hoy más baja que durante el brote de 2018 y 2019. La enfermedad se consideró erradicada en todo el país en 2000.

Pero no es solo el sarampión. La administración de otras vacunas del calendario de inmunización infantil —que Kennedy ha dicho que planea revisar— también ha caído: enfermedades fácilmente prevenibles reaparecen hoy con cierta frecuencia. La protección frente a la difteria, el tétanos, la tosferina, la poliomielitis y la varicela se redujo en más de 30 Estados el año pasado. La cobertura frente a la tosferina, por ejemplo, ha disminuido a un ritmo constante durante el último lustro. En 2024, se produjeron 35.000 casos, la cifra más alta en más de una década. Tras el último caso natural de polio en el país, en 1979, un hombre contagiado desarrolló una parálisis en 2022 en un condado de Nueva York donde la tasa de inmunización rondaba el 60%.

La frase que resume a la perfección el sálvese quien pueda de la cultura estadounidense —y del desarbolado sistema sanitario— la pronunció esta semana una madre de Seminola (Texas), y fue recogida por el diario The Washington Post: “No vamos a perjudicar a nuestros hijos solo para poder salvar a los tuyos”, dijo la mujer sobre su negativa a vacunar a sus vástagos por el riesgo que, a su juicio, implica el pinchazo. Uno de sus hijos, de siete años, se contagió.

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