La ansiedad del probador cuando vamos de compras: “¿Para quién hacen las tallas?”
Tras la vuelta de la extrema delgadez a las pasarelas de moda, ir en busca de ropa resulta cada vez más traumático para muchas mujeres, que denuncian la poca variedad del tallaje
Diez chicas esperan impacientes para entrar al probador de una conocida tienda de fast-fashion (moda rápida) del centro de Madrid. Son las siete y media de la tarde de un sábado primaveral, hora punta para las compras de fin de semana. Soportan el calor agobiante en la cola y sostienen varias prendas de ropa colgadas del brazo. “No sé para qué voy a entrar, si seguro que nada me queda bien”, dice una de ellas. Cuelan a sus amigas en el espacio de poco más de un metro cuadrado y piden consejo a su madre para cercior...
Diez chicas esperan impacientes para entrar al probador de una conocida tienda de fast-fashion (moda rápida) del centro de Madrid. Son las siete y media de la tarde de un sábado primaveral, hora punta para las compras de fin de semana. Soportan el calor agobiante en la cola y sostienen varias prendas de ropa colgadas del brazo. “No sé para qué voy a entrar, si seguro que nada me queda bien”, dice una de ellas. Cuelan a sus amigas en el espacio de poco más de un metro cuadrado y piden consejo a su madre para cerciorarse de que lo que les dice el espejo es cierto. Las perchas se amontonan en los colgadores y no queda sitio para las bolsas. La luz, directa, revela cualquier detalle de la piel, examina cómo se ajusta la prenda hasta en el último centímetro de su cuerpo. Al salir, la mayoría de ellas depositan frente a la dependienta todas las prendas que se habían planteado comprar, pero que, finalmente, han desechado. Porque su talla —la de siempre— ya no les cabe. Porque la XL del top de tendencia no llega a cubrir el pecho. Porque si el vaquero entra de cadera queda suelto en el muslo. Por un sinfín de razones que convierten el proceso de ir a comprar ropa en un mal trago para muchas personas, especialmente y sobre todo mujeres.
La imagen se repite en muchos de los locales del centro de la capital, y en los escaparates de todos ellos predominan maniquíes casi escuálidos, ninguno de talla grande, y diseños coloridos que trasladan a la calle la moda de principios de los 2000: vaqueros y faldas de tiro bajo, tops cortos, vestidos mini ajustados, pantalones cargo. Lejos del tumulto de las tiendas de a pie, en las grandes pasarelas, desfilan —otra vez, ya lo hicieron en los años noventa— modelos visiblemente delgadas. Vuelve la estética de la delgadez extrema, el estilo heroin chic, y muchas famosas e influencers, como Kim Kardashian, una vez icono de las curvas, pierden peso. La revolución de las tallas y la inclusividad no han terminado de cuajar en la práctica. Con todo ello, cientos de jóvenes denuncian que enfrentarse al probador y a las compras es cada vez más complicado.
“El estar en una tienda, especialmente en una de moda rápida, ya es un proceso ansiógeno de por sí”, explica Ester Silva, psicóloga especialista en trastornos de la conducta alimentaria con perspectiva de género. Las largas colas, el movimiento constante o que la cortina no se cierre bien y alguien pueda vernos desde fuera son algunos de los factores que propician el estrés en el interior de las tiendas. “Pero dentro del probador, la experiencia se amplifica. Las luces blancas iluminan cada detalle de la piel, los espejos enfocan partes de nuestros cuerpos desde perspectivas que no estamos acostumbradas a ver. Es un espacio de culto a la exposición, y esta amplificación provoca un efecto lupa en nuestra cabeza que nos lleva a un análisis minucioso de nuestros cuerpos”, continúa la psicóloga.
Este estudio minucioso es complicado de digerir. Puede desembocar en problemas de autoimagen, que Silva define como una obsesión o preocupación excesiva sobre alguna parte de nuestro físico que, aunque sea prácticamente imperceptible, ocupa mucho espacio y tiempo en la mente, y que puede generar procesos de ansiedad, depresión y aislamiento social. Para Silva, sin embargo, el problema comienza incluso antes de poner un pie en el interior del local. “Hay que revisar la función que cumple ir de tiendas. En muchas ocasiones vamos solo porque necesitamos una gratificación momentánea, algo que nos haga sentir mejor. Pero esas expectativas no son fáciles de cumplir, lo que aumenta el riesgo de que el resultado sea dañino”, desarrolla.
Algunas mujeres ni siquiera albergan esperanzas. “Es totalmente imposible encontrar más de una talla 44 en una tienda física”, asegura Marta Camín, estilista, modelo curvy y creadora de contenido especializado en moda. Sin embargo, muchas de estas tiendas sí disponen de tallas superiores en sus páginas web o aplicaciones de compra, y existen marcas especializadas en tallas grandes, aunque en ocasiones sus precios son más elevados. “Otras tenían su espacio plus sized, pero cerraron, como por ejemplo Violeta By Mango, con la promesa de integrar esas tallas en la línea habitual de la marca, aunque eso no ha pasado”, expresa la estilista. La submarca del grupo catalán cerró en 2021. El objetivo de la diversidad aún no se cumple, ni en esta ni en la mayoría de las tiendas físicas del resto de marcas, a excepción del algunas pocas como el gigante Primark, que dispone de hasta la talla 48. “Está muy bien, pero aún se queda corto para mucha gente”, lamenta Camín.
El debate por la ausencia de tallaje o las diferencias en las medidas entre marcas trasciende a lo individual. En la terraza de un bar del madrileño barrio de Lavapiés, Mar Gadea, de 25 años, habla con varias amigas sobre lo angustioso que le resulta ir de compras. Cuenta que prefiere comprar directamente en la página web para ahorrarse el mal trago del probador. “Pero, entonces”, dice, visiblemente indignada, “si todas las que estamos aquí tenemos cuerpos distintos y a ninguna nos vale nada, ¿para quién hacen las tallas?”. Alba del Campo, bilbaína de 30 años, se reconoce en el estrés de este grupo de jóvenes: “Hay espejos que son horribles, la imagen que ves está totalmente distorsionada. A veces eso puede hacerte comprar cosas que realmente no te quedan bien, o viceversa. Llegas a casa y piensas: ‘¿Dónde está lo que yo veía en el probador? No existe”.
En la red social TikTok basta con buscar las palabras Zara y tallas para que aparezcan decenas de vídeos de mujeres en el probador, en los que muestran cómo no terminan de llenar una prenda, cómo la talla más pequeña se queda grande, o cómo la más grande no cabe. Fuentes de Inditex aseguran que la multinacional está comprometida con la diversidad: “Trabajamos para ofrecer un amplio rango de tallas y diseños en los artículos de nuestras marcas”. La línea denim de Zara, por ejemplo, ofrece tallas entre la 32 y la 46. “Nuestro objetivo es seguir mejorando constantemente en este sentido y, por ello, prestamos la mayor atención al feedback que recibimos de nuestros clientes”, afirman.
Una de las posibles explicaciones al fenómeno es la inclinación de las firmas a unificar el tallaje de manera progresiva. “Antes, en una tienda, teníamos desde la 32 hasta la 46, normalmente. Ahora, cada vez se tiende más a la S, M, L y XL. Hemos pasado de ocho tallas a cuatro”, explica Camín. Así se crea un efecto escalera: “La antigua 32 es ahora una S, que abarca varios números, por lo que a algunas personas les queda grande. Y la M tiene que hacerse pequeña para acoger a quienes no les vale la S”. Y así sucesivamente. El motivo principal es la reducción de costes que obtienen las marcas de moda rápida al tener que diseñar solo cuatro patrones en vez de, por ejemplo, ocho, tal y como expresa Camín. “El patronaje es la parte más cara de hacer ropa, no la tela en sí. Y es mucho más fácil diseñar para una persona con menos talla que con más”, insiste.
El desasosiego general no solo lo provocan los cambios en el tallaje, las diferencias de este entre marcas o incluso dentro de la misma tienda. La influencia de las redes sociales también desempeña un papel clave. A finales de 2022 se extendió en TikTok un audio de la modelo Bella Hadid —considerada por muchos jóvenes la nueva top model de su era—, que muchos usuarios utilizaron para hablar sobre sus dietas restrictivas y ensalzar, de manera enmascarada, la extrema delgadez. Mientras, las famosas lucen su cuerpo, más esbelto que antes, en las historias de Instagram. Silva explica que así se crea un efecto espejo: “Nos centramos en conseguir una mejora individual de una necesidad que nos han creado y que no es real. Antes estábamos expuestas únicamente a lo que nos enseñaran en la tele, a los maniquíes. Ahora, la repetición de estas imágenes ‘perfectas’ nos obsesionan con cumplir esos estándares a los que nosotros mismos nos hemos expuesto”.
La moda es un reflejo de la sociedad, y la gente vive obsesionada con estar delgadaMarta Marín, creadora de contenido sobre moda, estilista y modelo 'curvy'
Algunas tiendas han anunciado colecciones con imágenes de modelos de tallas grandes, pero luego la ropa no se ajusta bien a los diferentes tipos de cuerpo. “Y eso no es ser inclusivo. Es ponerlo en portada para quedar bien”, expone Camín, que destaca que en la semana de la moda de Nueva York de este año, de los más de 2.500 modelos, solo 200 eran curvy. “Ahora hay por lo menos 200, pero sigue siendo una minucia. Hay que aspirar a que cada vez haya más”, expresa la creadora de contenido. En la práctica, sin embargo, es más complicado. A la industria no le sale rentable aumentar el tallaje ni el stock. Y prácticamente todo lo que se ve en la pasarela, acaba en las tiendas, incluida la idealización de la delgadez. “Pero la moda es un reflejo de la sociedad actual y un reflejo de lo que va a ser. Y la gente vive obsesionada con estar delgada”, apunta la estilista.
Entre las posibles soluciones, demandar a las grandes marcas una tabla de tallaje universal para todas las tiendas o unos patrones acercados a la realidad morfológica de las mujeres, algo que se ha propuesto la Generalitat de Cataluña, y para lo que cambiará la ley autonómica de consumo. Camín explica que es complicado aunar criterios en el patronaje. Primero llega la fabricación, luego las diferencias métricas entre la gente más joven y la más mayor. Y “el público objetivo”, dice Camín, que “prefiere la ilusión de verse delgado a asumir que lleva una talla más grande”. “No vamos a conseguir que una marca haga tallas para todo el mundo, no van a desembolsar ese dinero. Lo que sí se puede hacer es concienciar de que no pasa nada por llevar una 44. Que ser gordo no es malo, ser flaco no es malo, ser normal no es malo”, prosigue. La estilista también destaca la importancia de pedir tiendas específicas, igual que las hay para las tallas de zapato. “El problema es que lo tenemos estigmatizado. Hay que sentirse orgulloso de acudir a una tienda de talla plus, porque es solo eso, una talla”, concluye.
El diseño del probador ya está cambiando en algunas tiendas, que han asimilado la importancia de mejorar la experiencia del cliente. Se comienza a instalar iluminación regulable y espejos móviles, ajustables al gusto. “Están humanizando el proceso. La dependienta se presenta, pregunta tu nombre para apuntarlo. Antes era más frío, chocaba más”, recuerda Del Campo.
Todavía queda cómo afrontar la salida de la tienda, a veces sin compra. Silva recomienda tener cuidado con la exposición, y evitarla a toda costa si la moda nos afecta a nivel psicológico. “Tenemos que hacer introspección, saber en qué momento estamos y si es conveniente acudir a estos lugares de exposición, como los probadores o las redes sociales”, desarrolla. Del Campo, que estudió asesoría de imagen personal y corporativa, también aboga por un uso responsable de las redes sociales: “Hay que hacer por ver contenido diverso, buscar de manera consciente y activa a, por ejemplo, modelos de tallas grandes que nos gusten, porque si solo consumimos vídeos o fotos de gente muy delgada, es todo lo que el algoritmo nos muestra”. Y, por supuesto, desligar el cuerpo de lo puramente estético, comprender que cumple muchas otras funciones, más importantes.