Sí, también hay madres que asesinan a sus hijos (y eso no anula la violencia machista)

Evitar estos crímenes pasa por comprender qué hay detrás de cada uno de ellos y conocer las características específicas del contexto en el que se producen

Noemí Martínez era detenida el 31 de octubre por matar a su hija Olivia, en Gijón.Eloy Alonso (EFE)

El asesinato de un niño, de una niña, supone siempre un abismo. Un agujero negro que se abre en la familia, en la sociedad, y que a veces deja ver las grietas del sistema por las que se cuela la capacidad de prevenirlos. Sobre todo, cuando los asesinos son los progenitores. ¿Hay padres que asesinan a sus hijos? Sí. ¿Hay madres que asesinan a sus hijos? Sí. ¿El resultado es el mismo? Sí, la muerte de una niña o de un niño. ¿Por qué, entonces, siendo la misma tragedia atroz, es necesario distinguir? Porque evitarlos pasa por comprender qué hay detrás de cada uno de esos crímenes, y entre ambas c...

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El asesinato de un niño, de una niña, supone siempre un abismo. Un agujero negro que se abre en la familia, en la sociedad, y que a veces deja ver las grietas del sistema por las que se cuela la capacidad de prevenirlos. Sobre todo, cuando los asesinos son los progenitores. ¿Hay padres que asesinan a sus hijos? Sí. ¿Hay madres que asesinan a sus hijos? Sí. ¿El resultado es el mismo? Sí, la muerte de una niña o de un niño. ¿Por qué, entonces, siendo la misma tragedia atroz, es necesario distinguir? Porque evitarlos pasa por comprender qué hay detrás de cada uno de esos crímenes, y entre ambas casuísticas hay marcadas diferencias relacionadas con la motivación y el contexto, según sostienen los expertos. Sin embargo, de forma intermitente, algunos casos hacen que vuelva a dispararse y a extenderse la idea de que todas las violencias pueden ser tratadas de la misma forma.

El último ha sido el asesinato de Olivia, la semana pasada en Gijón, a manos de su madre, Noemí Martínez. La madrugada del domingo al lunes 31 de octubre, el hermano de la mujer recibió un mensaje, según publicó El Comercio: “Antes de dejarla con él, la mato”. “Él” era el padre de la niña, Eugenio García, a quien dos días antes, el viernes, la justicia había concedido la custodia de Olivia. El hermano de Martínez intentó localizarla, pero no pudo, y llamó a la policía. Cuando los agentes llegaron al piso de esa ciudad asturiana, la niña y Martínez estaban en la cama. La menor ya estaba muerta, la madre no. Ambas habían ingerido una alta cantidad de barbitúricos. Martínez permanece en prisión provisional sin fianza. Olivia fue enterrada el 1 de noviembre en Torrecaballeros, en Segovia.

Desde ese día, el asesinato de esa niña de seis años ha sido utilizado no para entender qué ocurrió en ese caso, sino para negar otros muchos, mezclar conceptos y generar ruido y bulos sobre algo factible y contrastable desde hace décadas por organismos nacionales e internacionales: la violencia machista. Y, dentro de esta, la violencia vicaria de género. La existencia de una violencia no anula la existencia de las demás. Los asesinatos de hijos a manos de sus madres no anulan la realidad de la violencia machista. Y la violencia machista no anula la realidad de que hay madres que asesinan a sus hijos. La comprensión y el conocimiento científico de ambas realidades son la única vía para tomar decisiones a distintos niveles y activar medidas que impidan que sucedan tanto unas como otras. El objetivo primordial de cualquier política pública debe ser la protección de los menores.

“Es muy difícil construir y muy fácil destruir”, dice al teléfono Miguel Lorente, exdelegado del Gobierno contra la Violencia de Género. Se refiere a cómo “el horror” de un crimen se “está utilizando para cuestionar la realidad, se aprovecha para discursos políticos machistas y para lanzar mentiras”. Entre las más extendidas, que las legislaciones españolas que protegen a las mujeres perjudican a los hombres o que todas las violencias son iguales.

“La violencia vicaria y la de género no pueden convertirse en un combate político. A todos nos sobrecogen estos abominables crímenes, que son una tragedia para la sociedad española. Que nadie dude de que no daremos ni un paso atrás en la lucha contra todos los tipos de violencia”, publicó en su cuenta de Twitter el presidente del PP, Alberto Núñez-Feijóo, el pasado miércoles a raíz del asesinato de Olivia, englobando todas las violencias en línea con un discurso cada vez más extendido en la derecha que consiste en no pronunciar el concepto violencia machista.

Hubo otras políticas que fueron más allá, negándola. “Esto no va de hombres ni de mujeres. Va de personas, de niños, de vidas destrozadas”, posteó Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid (PP). La retuiteó Rocío Monasterio (Vox) añadiendo: “Exactamente. Por eso mismo, porque la violencia es violencia y no tiene género, tenemos que transformar la Ley de Violencia de Género de la Comunidad de Madrid en una Ley de Violencia Intrafamiliar. ¡Vamos a ponernos a ello!”.

La violencia la puede perpetrar cualquiera, ellos y ellas. Hay hombres que asesinan como hay mujeres que asesinan. ¿Qué dicen las cifras, cuál es la realidad constatable de la violencia? Según las estadísticas, en todo el mundo, los hombres están detrás de la inmensa mayoría de los actos violentos, son también ellos quienes más los reciben y, en esa proporción, las mujeres son una de las partes vulnerables. El último estudio de la ONU sobre el homicidio en el mundo cifra que “el 90% de los sospechosos en casos de homicidio eran hombres”, y que “alrededor del 81% de las víctimas de homicidio” también lo eran.

El informe especifica que tiene como objetivo la “búsqueda de soluciones”. “Al reunir los datos disponibles, se busca arrojar luz sobre diferentes fenómenos, desde la letal violencia de pandillas a los asesinatos de género”, para “aprender, comprender y fortalecer la prevención”. Y aunque el “feminicidio representa solo un pequeño porcentaje del número total de homicidios, nuestro análisis indica que quienes perpetran esta violencia letal requieren respuestas personalizadas”. Los homicidios cometidos por parejas o exparejas, continúa, “rara vez son espontáneos o aleatorios, y deben ser examinados como un acto extremo en un continuo de violencia relacionada con el género que sigue sin denunciarse y con demasiada frecuencia se ignora”.

“La violencia puede no tener género. El género, sin embargo, sí tiene violencia. Entender las diferencias y las causas de cada una tiene un propósito: prevenirlas, tomar medidas, poder atajarlas. Y no hay, o no debería haber, ningún problema en hablar de todas ellas”, afirma Lorente, el médico forense.

La comprensión y los datos sobre las distintas violencias, en cierto modo, están descompensados. Por dos motivos. Por un lado, los filicidios tienen una prevalencia baja, tanto a manos de hombres como de mujeres, por lo que no hay una extensa literatura al respecto, o no tanta en comparación a otros delitos; en cualquier caso, expertas y especialistas coinciden en que el objetivo es que esa prevalencia sea cero y para ello se debería ahondar en los contextos y las circunstancias específicas.

Por otro, la prevalencia de la violencia machista es tan alta que la OMS la define como “endémica en todos los países y culturas”. La sufren más de 1.200 millones de mujeres en el mundo, una de cada tres. Y esas cifras, desde hace décadas, han provocado que gobiernos y organizaciones se vuelquen en el análisis de sus causas y el estudio de las mejores herramientas para erradicarla. De ahí que en este caso se conozcan más y de forma más profunda los entresijos de su esqueleto: perfil de víctimas, agresores, cifras, elementos estresores que la agudizan, espacios en los que se da, contextos facilitadores o consecuencias.

En España, ese análisis llegó, entre otras, de la mano de Lorente, profesor de Medicina Legal en la Universidad de Granada. Pero es reciente a nivel legislativo y político. La ley de 2004 marcó un antes y un después que pudo hacerse gracias a ese análisis previo: “Vimos que en la violencia contra las mujeres había una serie de características diferentes, con carácter estructural”.

Por ejemplo, que “muchas veces es ‘no motivada’; algo como una comida fría o un retraso supone una paliza e incluso la muerte. Hay una falta de motivación a una violencia desproporcionada”, explica el médico forense. También que es “aleccionadora, para que la mujer sepa lo que le puede pasar si no obedece, y se usa para ejercer y demostrar el poder y someterla”. Y que a veces es “extendida”, es decir, que se usa a otra persona sistemáticamente para alcanzar el objetivo último, el control sobre ella, a través de la amenaza, la coerción o la intimidación, “y se hace fundamentalmente con los hijos e hijas”. “Tanta violencia”, añade, “que casi 1,7 millones de niños en España viven en casas donde el padre maltrata a la madre, eso supone al 18% de la población de menos de 18 años viviendo y aprendiendo de esta violencia”.

Con esa casuística, en 2012, la psicóloga Sonia Vaccaro acuñó el término violencia vicaria de género, por primera vez introducida de forma oficial en España con el Pacto de Estado contra la Violencia de Género, dentro ya de distintas normativas autonómicas y dentro de la ley de 2004 desde el 7 de octubre, cuando entró en vigor la llamada ley del solo sí es sí, que hizo modificaciones en esa norma de hace 18 años. La violencia vicaria supone el uso de los hijos que hacen los padres agresores machistas para hacer daño a las madres. Los niños se convierten en herramientas, en un instrumento más de la violencia machista. “Cuando ocurre en su extremo, el asesinato, el móvil no es matar a los hijos, sino causar un sufrimiento a las madres allí donde más les duele, y de por vida”, desarrolla Lucía Avilés, magistrada y una de las fundadoras de la Asociación de Mujeres Juezas.

Recuerda además que este daño, que tiene su máxima expresión en el asesinato, se puede ejercer en muchas otras formas: “Abusos sexuales, violencia psicológica o económica con los impagos de pensiones, por ejemplo, que cortan su proyecto vital, no pueden tener tratamientos médicos como gafas u ortodoncias o estudiar lo que quieran, no pueden socializar en igualdad de condiciones. Y eso se hace sobre hijos e hijas para ejercer poder sobre la mujer”.

Diferencias constatables

Lo que ocurre en el ámbito familiar puede derivarse de multitud de casuísticas, tanto para mujeres como para hombres. Pero cuando se trata de aclarar los comportamientos, estos responden a una estructura muy definida en las relaciones, y las diferencias son palpables. La información judicial plasma a lo largo de los años esas diferencias.

El informe Análisis de las sentencias dictadas en el año 2019 relativas a homicidios o asesinatos por violencia de género y doméstica, último sobre el tema publicado por el Observatorio de la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), incluye una comparativa de las sentencias de ambas violencias, la doméstica (que se da entre miembros de una familia) y la de género (la de los hombres contra las mujeres). De las que llevan estudiadas hasta ahora, dictadas desde 2011, hay 357 de homicidio u asesinato por violencia de género y 61 por doméstica (mujeres que asesinan a sus parejas o exparejas o asesinatos que se dan dentro de parejas del mismo sexo o género).

De las 338 sentencias condenatorias en violencia de género, por ejemplo, el 80% lo fueron por asesinato, el 18% por homicidio y el 2% por homicidio imprudente; frente al 50%, el 41% y el 9% en la violencia doméstica. En ningún caso de violencia doméstica “se han registrado víctimas mortales distintas de la pareja o expareja del/la homicida”, pero “por el contrario, salvo en 2018, en todos los años se registraron otras víctimas mortales [niños, suegras, hermanas, amigas] en conexión con el feminicidio”. “En ninguno de los casos de muertes por violencia doméstica estudiados desde 2011 ha habido constancia de la presencia de hijos testigos de los hechos”, mientras que en violencia de género, alrededor del 18% de las veces los menores están presentes.

Y la violencia previa hacia la mujer, la que se ejerce antes del asesinato, se aprecia “en un porcentaje importante de las sentencias (27%) dictadas tanto por violencia de género como doméstica, en este último grupo en el contexto de la denominada violencia de respuesta”, pero “solo en dos de las sentencias se reflejó que el varón, víctima mortal, hubiera sufrido violencia previa a manos de su pareja o que, condenado por homicidio o asesinato, hubiese actuado dentro de una dinámica de violencia de respuesta”.

Cuando esa violencia se extiende a los hijos e hijas, la literatura judicial y médica también registra diferencias. Cuando son los padres los perpetradores, la forma de matar es más cruenta (arma blanca, asfixia o estrangulamiento, incendios o golpes); en las condenas no es raro que aparezca la alevosía como agravante. Cuando son las madres, “el uso de medicamentos o el envenenamiento que no cause dolor es lo más extendido”, matiza Miguel Lorente.

En prácticamente ninguna sentencia en violencia vicaria de género existen eximentes, completas o incompletas, aunque las defensas de los acusados suelen solicitar la libre absolución en aplicación de la eximente completa de alteración psíquica. En el caso de las mujeres, “suelen existir esos eximentes”, o el contexto es el de una “situación extrema social, económica o de violencia”, añade el médico forense. La literatura científica suele hacer referencia a cuestiones como la pobreza, el estrés, el trastorno mental y las llamadas motivaciones altruistas (cuando el asesinato se produce porque se cree que así se alivia el supuesto sufrimiento de la víctima); cuestiones que también aparecen en los crímenes perpetrados por hombres, aunque de forma puntual.

Y la motivación, las razones que llevan a acabar con la vida de los hijos o hijas, dice Lorente, “suelen ser diametralmente opuestas”. No resta dolor ni justifica, “nunca, en ningún caso; la cuestión es que es importante conocerlas para lograr prevenirlas”, añade. Una aclaración, puntualiza, es que la violencia vicaria puede ser ejercida por cualquiera contra cualquiera, porque vicaria quiere decir “a través de otro”. Es la violencia que se produce para hacer daño a alguien a través de otra persona. “Por eso es importante matizar que la violencia vicaria de género solo puede darse en el caso de asesinatos de hijos a manos de los padres”, dentro del marco de la violencia machista.

Phillip J. Resnick, el psiquiatra forense pionero en el análisis de la violencia vicaria, publicó un estudio en 1969 (Asesinato de niños por los padres: una revisión psiquiátrica del filicidio) que es aún utilizado por la medicina. Aunque los parámetros han cambiado tras la evolución social de más de medio siglo y los avances y el conocimiento en este ámbito, siguen vigentes muchas de sus concepciones, como que “no existe un crimen de comprensión más compleja que el asesinato de un menor por parte de alguno de sus progenitores”.

También la clasificación que desplegó, que engloba varios tipos. El filicidio altruista, con dos subtipos, el altruista asociado con el suicidio del agresor y el que se comete para aliviar el sufrimiento de la víctima, cometido mayoritariamente por las madres; el filicidio de hijo no deseado, lo que se denomina neonaticidios, también perpetrado sobre todo por las mujeres; el accidental, como causa de maltrato, cuyos principales agresores son los hombres; o el que él llamó “de venganza”, que encaja con el actual concepto de violencia vicaria de género y que en su estudio el porcentaje de padres que lo llevaban a cabo era levemente superior al de las madres.

¿Puede existir cuando son las madres las asesinas? Es decir, ¿puede una mujer matar a sus hijos para hacer daño al padre? Puede ocurrir, sí. En abril el Tribunal Supremo ratificó la prisión permanente revisable para Ana María Baños, que asfixió a su hijo de siete años el 10 de octubre de 2019 con un trozo de tela. El jurado consideró “probado que la mujer quiso de forma consciente y voluntaria causar el mayor daño posible al otro progenitor, aumentando su sufrimiento y menoscabando su salud psíquica”. Ese caso es un ejemplo de violencia vicaria —no de género, que solo puede darse dentro del marco de la violencia machista—, algo que los análisis, los estudios y las sentencias reflejan de forma excepcional, pero que en ocasiones se da, como en ese asesinato.

En los padres, esa motivación aparece de forma usual. “No las vas a volver a ver”, le dijo Tomás Gimeno a Beatriz Zimmermann, su exmujer, el 27 de abril de 2021 antes de secuestrar en Tenerife a sus dos hijas, Anna y Olivia, de uno y seis años. Solo se encontró el cadáver de la mayor de ellas en el mar. “Me voy a cargar lo que más quieres”, le dijo en 2017 a Itziar Prats su expareja. Asesinó a Nerea y a Martina, de seis y dos años, un año después.

El muelle de Santa Cruz de Tenerife en junio de 2021, donde se realizaron ofrendas durante semanas en memoria de Anna y Olivia, secuestradas por su padre, Tomás Gimeno, el 27 de abril de ese año. Solo se encontró el cuerpo de Olivia, la mayor de ellas, de seis años, en el lecho marino a un kilómetro de profundidad. Miguel Velasco Almendral

“Te voy a hacer daño donde más te duele”, “sin matrimonio no hay hija”, le dijo por teléfono a su expareja un hombre condenado por la Audiencia Provincial de Valencia a la pena de prisión permanente revisable por el asesinato de la hija de ella, que no era su hija biológica. Tenía dos años cuando la degolló con un cuchillo, según el relato que hace el CGPJ en uno de sus informes: “La esposa y su amiga, de camino a denunciar ante la policía la anterior frase, escucharon la llamada del acusado [una videollamada con defecto de imagen] en la que le decía a su esposa que escuchara los últimos temblores de su hija, correspondiendo este macabro aviso con las convulsiones propias de la muerte, a juicio de los forenses. No admite, pues, discusión el objetivo intencionado y consumado de causar un daño atroz a la madre de la menor asesinada”.

Falta de transparencia en los datos

El asesinato, lo cometan padres o madres, “es lo mismo. Es la estructura la que es totalmente distinta”, insiste Lorente. También las cifras son distintas, y suponen otro de los argumentos en los que más sustenta su discurso la ultraderecha y los negacionistas de la violencia de género, que repiten que las madres son las que mayoritariamente asesinan a sus hijos en una proporción de siete a tres frente a los padres.

Se hace a menudo y ha vuelto a ocurrir en esta última semana en declaraciones de políticos y tertulianos, en redes sociales y en diversos medios de comunicación, usando esa proporción anterior, de siete a tres —extraída del estudio de 1969 de Resnick, con una revisión de 155 filicidios documentados desde 1751 hasta 1967—, y unos datos sacados de la respuesta a una pregunta de una diputada del Partido Popular en el Senado, Cristina Ayala, en junio de este año.

Ayala registró en mayo esta cuestión: “¿Cuál es el número de progenitores que han asesinado a sus hijos en los últimos 15 años? [definir número de asesinatos y especificar cuántos han sido cometidos por mujeres y cuántos han sido cometidos por varones] ¿Dónde se publican estos datos?”.

La contestación fue que “por lo que se refiere al ámbito de competencias del Ministerio del Interior, se informa que el Sistema Estadístico de Criminalidad no dispone de variables estadísticas que puedan ofrecer respuesta específica a lo requerido en la presente iniciativa”. Y que los datos que se podían ofrecer eran aquellos de los que se dispone en el Registro Central de Medidas de Protección Integral contra la Violencia Doméstica y de Género. Una tabla con el número de condenados y condenadas por sentencia firme por asesinato de su hijo o hija, desde 2007 hasta la fecha (era mayo de 2022). Según esos datos, 24 hombres y 26 mujeres han sido condenados por ese motivo.

Respuesta a la pregunta escrita de la diputada del PP Cristina Ayala en el Senado en mayo de 2022.

Pero ese dato no sirve para saber lo que Ayala preguntó. Por tres motivos. Primero, porque las condenas siempre son posteriores a los hechos, por lo que ubicar la línea temporal de los asesinatos con procesos que pueden dilatarse a veces años es imposible. Segundo, porque a veces casos como el de abandono de bebés recién nacidos que acaban muriendo por ese abandono ni trascienden ni es fácil encontrarlos en documentos oficiales. Y tercero, porque ese dato, que recoge las sentencias firmes, no contabiliza a quienes se suicidaron después del asesinato —28 hombres desde 2013—, puesto que no pudieron ser juzgados.

¿Cómo saber entonces cuál es la cifra exacta? Mientras que estudios y expertos afirman que en el caso de menores de dos años suelen ser las madres las que cometen el crimen, a partir de esa edad entran en escena con mayor frecuencia los padres. En cualquier caso, con la información pública disponible, no se puede conocer el dato.

Solo es posible hacer una aproximación cruzando la información del Ministerio del Interior, la del Consejo General del Poder Judicial y la de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género; porque mientras que esta última sí recoge desde 2013 el número de menores asesinados por violencia vicaria de género, ningún otro organismo ofrece datos actualizados y desglosados por sexo de estos delitos. Y el Registro Central de Información sobre la Violencia contra la Infancia y la Adolescencia que estableció que se creara la Ley Orgánica de Protección Integral a la Infancia frente a la Violencia, en vigor desde el pasado año, aún no está en marcha.

Ana Julia Quezada, a su llegada a la Audiencia Provincial de Almería en 2019, durante el proceso judicial por el asesinato de Gabriel Cruz, el hijo de su pareja. Fue la primera mujer en España condenada a prisión permanente revisable.rafa González (Europa Press)

Para hacer ese acercamiento, primero, los enviados por Interior a este diario cifran en 51 los asesinatos en los que la relación de la víctima y el autor o autora era hijo, hija, hijastro o hijastra desde 2015 —año en el que se introdujo en el Código Penal la prisión permanente revisable (PPR), en la que encajan estos crímenes—. Fueron siete en 2015, cinco en 2016, ocho en 2017, ocho en 2018, siete en 2019, ocho en 2020, siete en 2021 y uno de enero a junio de 2022. Con varios peros: no detallan si fue la madre o el padre quien asesinó; los de la Ertzaintza recogen los datos desde 2019 y no se dispone de cifras de los Mossos d’Esquadra.

Por otro lado, la Delegación contra la Violencia de Género cifra en 37 los menores asesinados por violencia machista desde ese año. Ahora, esos datos son de asesinatos, no de agresores —a veces, como ocurrió en el caso de José Bretón en 2011, el asesino mata a más de uno de sus hijos, en el caso de Bretón, a Ruth y José—. Para hacer la aproximación más exacta posible, hay que ir al Observatorio de la Violencia de Género y Doméstica del Consejo General del Poder Judicial, que en sus informes recoge que entre 2016 y 2020 hubo 18 asesinos (para 22 asesinatos que recoge la Delegación contra la Violencia de Género en esos años). No hay datos precisos de 2015, y de 2021 y 2022 aún no se han publicado las estadísticas.

Así, con los números de ambos organismos, son 33 los hombres que asesinaron a sus hijos. Si se cruza esa cifra con la de Interior, el resultado es que de los 51 asesinatos desde 2015, 33 fueron cometidos por hombres y 18 por mujeres.

“Los datos”, dice Miguel Lorente, “como el análisis científico de las distintas violencias, también demuestran que sí son cuestiones de hombres y mujeres. Hablemos de todas las violencias, pongamos freno a todas las violencias, entendiendo que no son las mismas, conociendo sus diferencias. Es la única forma de prevenirlas”. Todas ellas.

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