Madres solas con menos de mil euros al mes: cuando las vacaciones no son una opción
La pandemia ha disparado la pobreza en Andalucía, donde casi la mitad de las familias no pueden irse de vacaciones una semana, una situación que se agrava en los hogares monoparentales
La pandemia ha espoleado los niveles de pobreza de la población española hasta los límites de la crisis de 2008, lo que, trasladado a Andalucía, donde las diferencias con la media nacional en términos de riesgo de exclusión social y material ya superaban los ocho puntos en 2019, se traduce en que los andaluces que sufrían carencias materiales y sociales severas, ahora están mucho peor. Así se desprende de...
La pandemia ha espoleado los niveles de pobreza de la población española hasta los límites de la crisis de 2008, lo que, trasladado a Andalucía, donde las diferencias con la media nacional en términos de riesgo de exclusión social y material ya superaban los ocho puntos en 2019, se traduce en que los andaluces que sufrían carencias materiales y sociales severas, ahora están mucho peor. Así se desprende de la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV), publicada por el INE la semana pasada. Casi la mitad de las familias de la comunidad no pueden permitirse ir de vacaciones una semana al año y cuatro de cada 10 no tiene capacidad para afrontar riesgos imprevistos. Una situación que se agrava cuando en los hogares viven menores de edad y que se hace insoportable en los monoparentales, especialmente en aquellos en los que las mujeres son las cabezas de familia, de acuerdo con los datos de Save the Children.
En casa de Laila Paulo, madre de dos niños de 12 y cinco años, es imposible ahorrar. Ella tiene 44 años y trabaja como camarera de piso media jornada, para poder cuidar de sus hijos, y cobra 680 euros al mes, con los que tiene que pagar los 150 euros de alquiler, más la luz, el agua, el transporte público para desplazarse a las casas donde limpia y una cesta de la compra que cada vez llena menos pagando más. No recibe ninguna ayuda y agradece el apoyo de los asistentes sociales y de la colonia de verano que Save the Children organiza en su centro de Recursos para la Infancia y la Adolescencia —el primer CRIA de Andalucía― en la barriada sevillana de Tres Barrios-Amate, una de las más humildes de España, donde ella reside.
“Allí les dan el desayuno y la comida, y eso es un ahorro y además están muy bien atendidos durante la mañana”, explica. Ella es consciente de que con lo que gana apenas da ni para vivir al día y logra salir adelante, además de con su trabajo, con la ayuda que le presta su hermano, que vive en Alemania. Se ríe cuando se le pregunta si se ha planteado ir a la playa al menos un día con sus hijos. “No nos podemos mover de Sevilla”, dice, aunque está contenta porque, después de dos años, su madre les ha pagado un viaje de unos días en Marruecos, donde vive su familia.
Ella forma parte del 44% de los hogares andaluces encabezados por una madre sola que está en situación de pobreza, de acuerdo con los datos de Save the Children obtenidos a partir de la ECV del INE. Un informe donde Andalucía no termina de salir ningún año de los puestos de cola, tanto en ingresos medios por persona —la tercera comunidad por la cola, con 9.915 euros (la media nacional es de 12.269)― en tasa de riesgo de pobreza o exclusión social —la última con el 38,7%, 10.9 puntos por encima de la media del país y 3,6 puntos superior a la del año anterior―, o en riesgo de pobreza —también en última posición, con el 32,3%, con 10,6 puntos de diferencia respecto del resto de España y 3,8 más que en 2020―.
Paulo pudo mantenerse en la pandemia gracias al ERTE de la empresa en la que trabajaba. Otra vecina del barrio, Tamara Valencia, de 31 años y dos hijas de 8 y casi 3 años, lo hace gracias a los 1.000 euros que percibe por el Ingreso Mínimo Vital y a unos bonos de alimentos que ofrece una entidad bancaria. “Eso me ha salvado, aunque tampoco me da para vivir”, reconoce. Ella lleva desempleada toda su vida, —― y araña un poco a esa ayuda limpiando escaleras en bloques de la barriada y con los euros que gana su marido como gorrilla en los alrededores del Hospital Virgen del Rocío y en los partidos del Betis.
Valencia forma parte de otro grupo de familias, las compuestas por dos adultos con hijos menores de edad a su cargo, que, según alerta Save the Children, han salido mucho más afectados tras la pandemia. Estos hogares se enfrentan a mayores tasas de pobreza: el 24,5%, frente al 16,7% en los que no hay hijos a cargo, en los que, además, ese porcentaje ha disminuido.
Su hija mayor también acude a las colonias que la ONG tiene en el barrio, como los otros 20 chavales, entre los cinco y los 17 años, que pasan allí sus mañanas de verano. La mayoría vienen de familias migrantes que cada vez más recalan en Tres Barrios-Amate. Este campamento urbano, además de brindar refuerzo educativo, apoyo emocional y acompañar en el tiempo de ocio a los chavales, permite a sus padres poder conciliar su cuidado con unas jornadas laborales que tienen que estirar al máximo para poder hacer frente al alza de los precios.
Apoyo emocional y vía para la conciliación
Paulo solo trabaja media jornada para poder estar con sus hijos por la tarde y cuando crezcan tiene claro que trabajará a jornada completa. Sus hijos de 12 años, Carlos e Irina (nombres ficticios) tienen suerte si ven a las suyas por la mañana cuando se levantan y apenas pueden disfrutar cuando regresan por la tarde porque llegan cansadas, a veces a las seis de la tarde y otras pasadas las siete, y tienen que acostarse pronto para madrugar al día siguiente para cuidar niños y limpiar casas. Ambos acuden al CRIA todas las mañanas, donde son de los más participativos, y no hacen planes para el resto del verano. “Mi madre no puede moverse de Sevilla por el trabajo”, dice Irina. “Yo tendré que repasar porque he suspendido tres asignaturas”, apunta Carlos. Su madre ha pedido ayuda a los educadores de la ONG para que le den refuerzo por las tardes. “La implicación de los padres es muy importante”, subraya Alberto, uno de los monitores de la colonia.
Los nietos de Margarita Blanco son compañeros de Carlos e Irina. Esta mujer de 57 años llegó de Venezuela con una nieta de 12 en noviembre de 2021 a petición de su hija, que ya llevaba seis años en Sevilla y estaba en trámites de separación. “Yo vine con unas expectativas altas y me encontré con una situación que desde que estoy aquí no ha hecho más que empeorar”, explica. Su hija lleva dos meses trabajando como asistente administrativa en una empresa que la hace trabajar más horas y días de los estipulados en el Estatuto de los Trabajadores por 900 euros al mes. En la pandemia tuvo que cerrar la frutería que regentaba porque el dueño no quiso venderle el local y después se puso a limpiar casas.
Con el sueldo de la hija de Blanco hay que pagar la hipoteca y los gastos de su hijo, al que ahora se suman los de su madre y su sobrina, de la que Margarita es tutora legal. “Todo se ha encarecido y si antes nos gastábamos dos euros en jamón, ahora compramos cosas más baratas y de peor calidad, claro”, reconoce. De acuerdo con Save the Children, el coste de criar a un hijo en Andalucía es de 641 euros al mes, un gasto imposible de cubrir para los 166.467 hogares más empobrecidos de la comunidad.
Blanco es peluquera y también cose, pero su estatus legal le impide todavía poder optar a un empleo. Su familia forma parte del 45,7% que no puede permitirse ir de vacaciones y del 42,4% que no tiene capacidad para afrontar gastos imprevistos. “Esta semana se estropeó la lavadora y hemos tenido que pedir un crédito para comprar otra. Lo mismo para sustituir mi teléfono móvil y el de mi hija, que se han estropeado”, cuenta Margarita. Su hermana y su sobrina, que también viven en Sevilla, le han ofrecido prestarles dinero para que las acompañe con sus nietos unos días a la playa. “No podemos permitirnos devolver otro préstamo más”, explica.
El verano de estos chavales y sus familias no es distinto al de otros años y no parecen echar de menos disfrutar de un mar en el que pocas veces se han bañado, o de la piscina de manera asidua —aunque todos los miércoles van a una―. “Prefiero estar aquí que en casa”, asegura Carlos. Aunque algunos, como Elena, nombre ficticio, querrían hacer deporte por las tardes, pero no pueden permitírselo “porque es muy caro”.
“Mis hijos son felices y eso es lo importante”, indica Paulo. Una afirmación que comparten Valencia y Blanco. La pandemia cortó la tendencia de la ruptura del círculo de transmisión de la pobreza y la inflación amenaza con empeorar una situación que lleva demasiado tiempo siendo angustiante para muchos hogares en riesgo de exclusión. Y aunque las colonias son una vía de escape y una oportunidad, ni Carlos, Irina o Elena, ni sus familias, deberían estar acostumbrados a este tipo de verano.