El día que Claudia dijo “no”, Johan la asesinó
La conmoción por el crimen machista de una joven en Totana (Murcia) pone de manifiesto lo arraigadas que están determinadas creencias entre los adolescentes
No todos los entierros son iguales. En todos se entierra a los muertos, y en algunos “también un poco a los vivos”, hablan bajito dos mujeres. Así es el de Claudia Abigail Siguencia, 17 años, en Totana (Murcia), asesinada en un trastero a dos plantas bajo el suelo en algún momento de la tarde del pasado martes. Los “que se quedan que mueren un poco” son su madre y su padre y sus hermanos; y susurran las señoras que también la madre y los dos hermanos peque...
No todos los entierros son iguales. En todos se entierra a los muertos, y en algunos “también un poco a los vivos”, hablan bajito dos mujeres. Así es el de Claudia Abigail Siguencia, 17 años, en Totana (Murcia), asesinada en un trastero a dos plantas bajo el suelo en algún momento de la tarde del pasado martes. Los “que se quedan que mueren un poco” son su madre y su padre y sus hermanos; y susurran las señoras que también la madre y los dos hermanos pequeños de Johan Styven P. O., 19 años, el exnovio que no quería ser ex, el asesino confeso. Las edades son el estribillo en las charlas. Y ese murmullo se repetía aún este viernes, pasadas las cinco de la tarde, en la plazoleta que se extiende frente la Iglesia de Santiago el Mayor de este municipio de alrededor de 32.000 habitantes, donde ya no daba el sol y tocaban las campanas, llena de silencio y de globos blancos y de gente que desborda la parroquia y que llevaba 72 horas rumiando decenas de porqués y cómos. Por qué un chico de 19 asesina a una chica de 17, cómo “nadie lo vio venir”.
Se lo preguntan quienes los conocían y también quienes no. Toda violencia, afirma Lluís Ballester, experto de la Universidad de las Islas Baleares en jóvenes, relaciones y su vínculo con la pornografía, “es un fracaso social”, pero esta “conmueve de manera especial”. “Lo interpretamos como un fracaso de todos, como si tuviera que ver con algo que no hemos sabido hacer bien, en la familia, en la escuela, en la comunidad: dar apoyo, prevenir, entender lo que estaba pasando… A personas jóvenes que deberíamos proteger”.
El pasado jueves, apoyado en la baranda de la rambla de Totana, frente al tanatorio que en ningún momento estuvo vacío, Michael hablaba de cómo no sabía nada y de “si lo hubiese sabido”. Es uno de los dos hermanos de Claudia, roza la veintena, tiene las manos en los bolsillos, las facciones a cero, la gorra recta, la voz suave: “Nunca dijo nada que nos pudiera hacer pensar que esto podía pasar”.
Por eso, las primeras horas del martes fueron las de una familia que intenta encontrar a una adolescente que llega tarde a casa cuando nunca lo hace. Pensaron en Johan por la relación que había tenido hasta hacía no mucho con Claudia. Él, “un crío no especialmente problemático, correcto, que estaba repitiendo primero de Bachillerato”, contaba el viernes Juan Francisco Otálora, el director del Instituto Juan de la Cierva y Cordorníu, donde estudiaban ambos. Claudia había accedido en septiembre a un programa para estudiantes que no han terminado la ESO: “De formación profesional básica, de Ofimática. Se matriculó en septiembre, empezó el curso y estuvo faltando, por lo que se inició un protocolo de absentismo. Se acordó con la familia anular la matrícula. Desde diciembre dejó de ser alumna del centro, pero estuvo aquí desde los 12 años”.
Pero el absentismo en las clases no es no volver a casa ni coger el móvil. Empezó la inquietud, las idas y venidas por las calles totaneras, por la carretera hasta Lorca donde Claudia tenía amigos, mensajes y llamadas y rellamadas a su móvil, al de su grupo, al de Johan. Ignacia, su madre, y Carlos, su padre, la buscaron en cualquier sitio en el que creyeron que podría estar. Pero no aparecía y la noche se alargaba y empezó la desesperación.
La búsqueda de Claudia
La familia dio aviso a la Guardia Civil rozando la medianoche y la búsqueda de Claudia se activó al instante. “Se hizo una primera ronda entre su círculo más cercano, fue la primera vez que se habló con Johan”, explica un portavoz del Instituto Armado. Para entonces, relatan fuentes cercanas al caso, ya había “convencido” a Claudia para que se acercara a su casa con la excusa de devolverle algunas cosas. Ya la había engañado para bajar al garaje, la había asesinado, se había cambiado de ropa, había escondido el pequeño cuchillo en un canalón, había cenado con su familia y se había ido a dormir. Pero él, en esa primera visita de los agentes, aseguró no saber dónde estaba ella. La patrulla se marchó de su casa y el rastreo continuó.
Se alargó hasta que una llamada, de madrugada, alertó a los agentes de la ubicación de Claudia: en un garaje de la avenida Rambla de la Santa, dentro del trastero 14 del Edificio Sevilla, número 7C. La dirección del piso donde vivía Johan con su madre, sus hermanos y un conocido de la familia al que tenían alquilada una habitación.
Ese bloque, conocido como El Quesito, está a 200 metros del Ayuntamiento, a 250 de la Comisaría de Policía Local, en el centro de ese pueblo de casi 35.000 habitantes de 80 nacionalidades. “Casi un tercio es inmigrante, con una mayoría de comunidad latinoamericana”, cifra un portavoz del Consistorio. Pero lejos de “ideas preconcebidas”, en Totana “no hay guetos, la distribución urbanística es heterogénea”. Desde Ecuador, hace años, llegaron las familias de Johan y Claudia. Como miles de otras familias que han hecho crecer ese pueblo alfarero y de trabajo en el campo, en el que a partir de las siete de la tarde las furgonetas paran por las calles para que bajen los obreros y sus neveras.
“Ni tan grande como para que alguien no sepa lo que ha pasado, ni tan pequeño como para que nos conozcamos todos”, apuntaba el jueves un jubilado señalando la puerta de ese garaje. También dejaba caer que “dicen” que fue la madre del “zagal” quien hizo esa llamada. De forma oficial, la Guardia Civil no lo confirma, tampoco lo desmiente. Las mismas fuentes cercanas al caso aseguran que fue ella, Paulina Ortega, después de que los agentes se marcharan de su casa y después de preguntarle a su hijo si había pasado algo: fue la primera vez que Johan confesó. A su madre.
Varias patrullas volvieron al edificio. Bajaron hasta la planta menos dos, 38 escalones en seis tramos de escalera, y abrieron la puerta granate y estrecha del trastero. Allí, en el suelo, bajo unos colchones, estaba el cuerpo de Claudia, “ensangrentada, con signos de violencia y múltiples heridas de arma blanca”. ¿Premeditación? “Probable”, dicen esas mismas fuentes. ¿Quién “baja a su novia a un trastero, para qué, y por qué lleva un arma”? El procedimiento abierto es por un delito de asesinato con la agravante de género, según informó el Tribunal Superior de Justicia de Murcia en un comunicado.
Johan no asumió la ruptura. Y el consenso en una ruptura “no existe”, explica Ada Santana, la presidenta de la Federación de Mujeres Jóvenes. “En el momento en el que una parte no quiere, se acabó. Una pareja solo puede existir con consentimiento libre por ambas partes. Esto es parte de la incapacidad de tolerar la frustración frente a la pérdida de algo que crees que es tuyo”, añade. Claudia, como ninguna otra mujer, “pertenece a nadie más que a sí misma”, incide Santana.
El limbo de la realidad
Para la familia, llegó el momento de “no saber ni dónde, ni cómo se está”, describía Michael, su hermano, hablando de su familia, sobre todo de su madre. Ella pasó el primer día y medio ingresada en el hospital Rafael Méndez de Lorca, por la ansiedad. Una especie de limbo entre la realidad y la resistencia a aceptarla.
El viernes, la titular del Juzgado de Instrucción 3 de Totana, con competencias en violencia sobre la mujer, acordó el ingreso en prisión provisional y sin fianza del acusado. Su madre y sus hermanos se marcharon del pueblo. Y Claudia era ya parte de la estadística de víctimas de violencia de género. Ella es la primera en la región en lo que va 2022, la tercera en España, que ya suma 1.129 desde que hay registro oficial, en 2003, 12 de ellas menores de edad.
Su caso no entró nunca en el Sistema de Seguimiento Integral en los casos de Violencia de Género (VioGén), en el que a diciembre de 2021 había 764 casos activos de menores de 14 a 17 años. “Aunque pueda existir la percepción de que la violencia entre los jóvenes está creciendo cuando ocurre algo como esto”, ahonda Ada Santana, “es algo difícil de saber”: “No podemos comparar con el antes, porque la visibilización ha crecido, por lo que desconocemos si hay más o si solo se denuncia más”.
Un portavoz de la Guardia Civil detalla que “Claudia no había denunciado nunca, él no tenía antecedentes”. Según las estadísticas del Ministerio de Igualdad, en 2021, no lo hicieron el 80% de las mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas.
La forma en la que se da y escala la violencia machista provoca, en ocasiones, que la situación no sea identificada como tal por las propias víctimas o por su entorno. Y los últimos meses, cuentan algunos de quienes les conocían, el control de Johan sobre las redes sociales y la vida de Claudia se había disparado.
La dependencia emocional
Se estaba produciendo “dependencia emocional”, apunta Isabel Cepeda, investigadora de la Universidad Rey Juan Carlos y una de las autoras del informe sobre violencia en género en los jóvenes del INJUVE: “En esa subordinación funciona la transmisión de modelos, los estereotipos de sumisión. Hay que formar a las mujeres en la independencia, en todas, saberse con las mismas capacidades y libertades”.
Ese ideal de sumisión funcionaba desde la perspectiva de Johan, pero no era el caso de Claudia. Era ella la que había decidido acabar con la relación. Y es ese momento, recuerda la psicóloga especialista en violencia de género Marisol Rojas, “el de mayor riesgo” para las mujeres. “Es el más peligroso porque el maltratador ve que pierde el control y se desestabiliza. La idea del ‘si no eres mía no eres de nadie’ sigue funcionando”.
Cepeda, la investigadora, suma que la violencia machista “es un problema multicausal, enraizado en la cultura, la tradición y decenas de otros factores, que está en todos los estratos socioeconómicos, en todos los países del mundo”. Y continúa Rojas, la psicóloga: “Incluso en personas que aparentemente pueden no encajar con ese perfil”. Porque “no hay perfiles”, observa la experta.
De Johan nunca nadie desconfió. Ni los conocidos, ni los amigos, ni Claudia. Era “más bien alguien introvertido, que pasaba desapercibido”, lo describen varios compañeros y excompañeros de instituto. La introversión, ahonda Rojas, “también puede generar violencia”. En una persona extrovertida se encuentra la impulsividad: “Pero en la introversión desconoces lo que hay, y puede haber inseguridad y un déficit en la gestión de las emociones”. Estas generaciones, “inmersas en un mundo de la inmediatez y del todo para ya, pueden tener problemas para tolerar la frustración, y cuando no toleras un no, no estás gestionando lo que te ocurre”. Explota entonces “la basura emocional”.
La “basura emocional”
A esa “basura emocional” llegó Juan Francisco Otálora, el director del instituto de Totana, sentado en un banco del patio. En la última década, los alumnos de ese centro se han multiplicado. De 600 a casi 1.100. Tanto, dice Otálora, que los recursos ya no son suficientes. Hay una orientadora “enfrascada en procesos administrativos y burocráticos”, una PTSC (Profesora Técnica de Servicios a la Comunidad) para conectar al centro con las familias y las instituciones”, y problemas “diarios” de ansiedad.
Nunca en los 16 años que Otálora lleva en el instituto había visto tantos problemas de salud mental en el alumnado: “Depresión, autolesión, algún intento de suicidio. Los chavales están gritando, clamando, a su manera, que no pueden seguir en esta situación. El remate ha sido la pandemia, y toda esa incertidumbre”.
Otálora recorre las circunstancias de ese pueblo: padres que salen al amanecer y vuelven a casa de noche, “echando más horas que un reloj en el campo”, niños y adolescentes que pasan mucho tiempo solos con música que habla de posesión y control, e “insensibilidad por parte de las administraciones regionales correspondientes”. El instituto, expone, “es un actor importante en el proceso educativo, pero no el único”.
Media hora antes de sentarse en ese banco, el director estaba en la reunión del departamento de Lengua al que pertenece: “Hablábamos de que al final no estamos enseñando a los chavales a gestionar lo verdaderamente importante de la vida. Estamos obsesionados con la sintaxis, con la formulación, con las integrales, pero ¿y una pérdida? ¿Las relaciones? ¿Las emociones? ¿A gestionar la frustración? No les estamos dando las herramientas necesarias”.
El teléfono 016 atiende a las víctimas de violencia de género las 24 horas del día, todos los días del año. El número no queda registrado en la factura telefónica, pero se ha de borrar la llamada del dispositivo.