¿Abolir o despenalizar? Dos expertas debaten cómo abordar la prostitución
Pedro Sánchez se comprometió hace una semana a abolir la prostitución. Su propuesta abre un nuevo debate dentro del feminismo: la filósofa Ana de Miguel y la jurista Encarna Bodelón debaten sobre si abolir o despenalizar la práctica
Hace una semana, Pedro Sánchez prometió una ley para abolir la prostitución en España, el tercer país del mundo en el que más hombres pagan por sexo, según un informe de la fundación Scelles de 2016. Se calcula que unas 350.000 mujeres se prostituyen en el país, aunque no hay cifras oficiales. El PSOE quiere aprobar esta legislatura una le...
Hace una semana, Pedro Sánchez prometió una ley para abolir la prostitución en España, el tercer país del mundo en el que más hombres pagan por sexo, según un informe de la fundación Scelles de 2016. Se calcula que unas 350.000 mujeres se prostituyen en el país, aunque no hay cifras oficiales. El PSOE quiere aprobar esta legislatura una ley integral bajo la cual se prohibirá la práctica y se sancionará a los clientes, de forma que se persiga la demanda y todas las formas de proxenetismo. En el movimiento feminista español prevalece la postura abolicionista, pero hay una parte que aboga por regularlo como una profesión. EL PAÍS invitó el viernes a dos expertas para que defendieran su postura a través de Zoom. Las llamadas se hicieron por separado. La abolicionista, profesora en la Universidad Rey Juan Carlos y filósofa Ana de Miguel es autora de Neoliberalismo sexual, en el que desmonta la idea de que las mujeres eligen libremente ejercer la prostitución. Encarna Bodelón, quien considera que la prostitución es un trabajo sexual y defiende que vaya acompañado de derechos laborales, es jurista y profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona.
¿La prostitución es un trabajo?
Ana de Miguel. La prostitución es una práctica por la que un hombre pasa a disponer del cuerpo de una mujer de forma legítima por un precio variable un tiempo determinado. Vamos a concretar más aún, que es lo que nos pide la filosofía. ¿Disponen de una mujer para qué? Disponen del cuerpo de una mujer para introducir su pene en sus agujeros: en su boca, en su ano, en su vagina. O para decirles, “chúpame los huevos”. Ahora nos preguntamos: ¿Queremos considerar esto un trabajo? ¿Queremos ir a la cola del paro, cada vez más llena de mujeres, y decirles: “Tranquilas, hay trabajo en los burdeles, es un trabajo como otro cualquiera”? A los jóvenes, ¿si vuestra madre está en paro, queréis decirle que el trabajo sexual es una opción? Yo no quiero ese mundo. No es el mundo que quiero para mis jóvenes estudiantes. Haré lo que sea para no legarles un mundo así, en que se diga, desde el Estado ni más ni menos: la prostitución es un trabajo como otro cualquiera, no te quejes y trabaja.
Encarna Bodelón. La realidad es que la mayoría de las mujeres que se dedican a la prostitución no tienen regulación y no se protegen sus derechos laborales. Están en un ámbito de desprotección, que difícilmente permite que denuncien los abusos laborales que sufren. Por ejemplo, cuando se les debe dinero por un acto sexual o en el caso de los clubes, donde no tienen horarios. Lo que nos encontramos básicamente desde la perspectiva del derecho laboral es un ámbito de desprotección.
¿Cómo hay que abordar la prostitución en España para garantizar los derechos de las mujeres?
A. de M. La prostitución es una escuela de desigualdad humana que refuerza enormemente la idea de que las mujeres son cuerpos, objetos o cosas, que están al servicio del placer de los hombres que quieran disponer de ellas. Entonces, mientras exista la prostitución seguirá siendo el símbolo clarísimo y material de que no somos personas exactamente. Porque la prostitución deshumaniza y cosifica sin remedio a las mujeres a los ojos de los hombres.
E. B. Más allá de las políticas públicas y más allá del derecho, el primer elemento es que todas las mujeres —y más las feministas— escuchemos a las compañeras que se prostituyen o, en algunos casos, que sufren violencia o que son forzadas a estar en situación de trata para prostituirse.
¿Qué cambios legales harían falta?
A. de M. Yo lo que creo que hace falta es que las compañeras juristas que no se conforman con normalizarlo y regularlo, las que sí tienen un pensamiento crítico y sí creen que es posible cambiar la sociedad, tienen que ponerse a ello y mostrárselo a la sociedad. Yo te puedo decir lo primero: abolir el proxenetismo. Es un mundo en el que las ganancias para los proxenetas son enormes y, además, sin ninguna consecuencia. Entonces, los chicos están volviendo a aprender que una chica es la que se sienta en el pupitre a su lado pero es también un cuerpo en tacones, braga o tanga rojo y que está a las cuatro de la mañana allí esperando a su servicio.
E. B. Lo primero sería eliminar todos aquellos elementos que están vulnerando sus derechos. Por ejemplo, tenemos una ley de seguridad ciudadana que contiene muchísimos elementos que están vulnerando los derechos de la ciudadanía: entre otros, permite sancionar a las trabajadoras sexuales que ejercen en la vía pública por delito de desobediencia. Por otra parte, tenemos que considerar que muchas de las mujeres que se dedican a la prostitución lo están haciendo en una situación administrativa irregular. Es algo que tenemos que solucionar para que estas personas tengan acceso a la ciudadanía y al derecho al trabajo desde ya.
¿Qué opina sobre la propuesta del PSOE de abolirla?
A. de M. Hay que pensarla porque me parece bastante razonable. Si los hombres no se ponen límites a ellos mismos, lo que es la moral, el comportamiento moral: ponerte en el lugar de otras personas, no el de tu deseo, y ponerte los límites que nos exige la vida buena en común, tendremos que ponérselos la sociedad, es decir, el Estado.
E. B. ¿A qué se refiere el presidente del Gobierno cuando afirma que quiere abolir la prostitución? ¿Se refiere a que quiere ir hacia un modelo de prohibicionismo, como en el norte de Europa, donde hay un modelo abolicionista? Si lo que quiere decir es eso, sabemos a qué han conducido estos modelos prohibicionistas. Lo que nos dicen los estudios del modelo sueco, por ejemplo, es que no se eliminó la demanda, sino que se ha desplazado a terceros países. Lo que se ha conseguido es clandestinizar a las mujeres que se dedican al trabajo sexual.
No existen datos sobre prostitución, solo estimaciones de que la mayoría lo hacen obligadas. ¿Se puede separar la prostitución y la trata?
A. de M. No estaríamos aquí hablando de la prostitución como un problema si no fuera por lo magnificada que está la trata de mujeres. Hay otro ejemplo donde no se puede desligar: los puteros, los hombres que van de putas. ¿Tú crees que ellos distinguen entre trata y prostitución? Ellos no les preguntan a la chica que está en la rotonda con tacones y bragas. No le dicen “oye, ¿tú eres de la trata o de libre consentimiento?”. Jamás. Ellos preguntan cuánto es, si acaso.
E. B. Desde mi perspectiva y la de la mayoría de la legislación internacional, no solo se puede, sino que se debe separar la prostitución de la trata. Porque son dos situaciones diversas. Tanto el Convenio de Varsovia al nivel europeo como el Convenio de Palermo [ambos contra la trata] separan las situaciones de prostitución de la situación de trata. Es más, la legislación española, en el Código Penal, separa y define trata como una situación diversa de la prostitución.
¿Qué país le parece que tiene un modelo mejor para abordar este tema? ¿Por qué?
A. de M. El sueco. Es un modelo que se ha preguntado qué tipo de sociedad queremos para legar para nuestros hijos e hijas, a las generaciones futuras, y por qué. Al preguntárselo es un plan total de sociedad, y en ese plan no entra la prostitución de mujeres porque lo que entra es un proyecto de que mujeres y hombres se relacionen en un estatuto de igualdad y reciprocidad. Y el modelo incluye medidas que han ido incorporando paulatinamente por ensayo y error que penan al cliente, nunca a las mujeres en prostitución. Además, hacen grandes campañas para explicar por qué hacen eso. Eso es crucial.
E. B. A nivel internacional, las trabajadoras sexuales organizadas han dicho que, en general, ellas no quieren que se regule su trabajo y que sean objetos de controles y restricciones. No quieren marcos reguladores, sino marcos proderechos. Esto siempre se confunde. Entonces, los modelos buenos no son los que regulan el trabajo sexual. Son los que establecen derechos para las trabajadoras sexuales. Se habla mucho del modelo neozelandés porque es un modelo que promueve la autoorganización de pequeñas cooperativas ––entornos laborales muy pequeños–– de las trabajadoras sexuales y que elimina la figura del proxeneta. Es decir, hace una intermediación directa del trabajo sexual y de sus beneficios.
¿Qué inconvenientes tiene el modelo que usted defiende?
A. de M. Lo que el modelo sueco necesita es que se impliquen todos los países, no solo uno. El inconveniente es que está un poco solitario, aunque la verdad es que cada vez hay más países. España, Francia e Irlanda son países que se están planteando examinar qué tipo de sociedad queremos y dando el paso a reconocer que la institución de la prostitución solo reproduce la desigualdad y la deshumanización de las personas.
E. B. No hay modelo perfecto porque el contexto de aplicación, como las condiciones socioeconómicas, son muy distintas entre países y, además, porque tenemos el peso del patriarcado en muchísimos países. Eso siempre va a hacer muy complejo eliminar las vulneraciones de los derechos de las mujeres que ejercen el trabajo sexual.