El metro de Moscú vuelve a tener mujeres maquinistas
Después de cuatro décadas de veto, la de conductora de trenes desaparece de la lista de profesiones reservadas solo a hombres en Rusia
María Yakovleva se sube a la cabina del tren y unos cuantos pasajeros que aguardan en la cabecera del andén se paran a mirar. Alguno atisba curioso cómo Yakovleva, de uniforme azul marino, toma el relevo en la céntrica estación de metro Arbatskaya, se sienta a los mandos, da los avisos y empieza a guiar el tren blanco, rojo y azul, los colores de la bandera rusa. La joven es una de las primeras maquinistas de metro en Moscú en cuatro en décadas. Como otras 456 profesiones, conducir estos trenes estaba reserv...
María Yakovleva se sube a la cabina del tren y unos cuantos pasajeros que aguardan en la cabecera del andén se paran a mirar. Alguno atisba curioso cómo Yakovleva, de uniforme azul marino, toma el relevo en la céntrica estación de metro Arbatskaya, se sienta a los mandos, da los avisos y empieza a guiar el tren blanco, rojo y azul, los colores de la bandera rusa. La joven es una de las primeras maquinistas de metro en Moscú en cuatro en décadas. Como otras 456 profesiones, conducir estos trenes estaba reservado solo a los hombres, por ley, desde los tiempos soviéticos. Desde enero, esa atávica lista de trabajos vetados se ha recortado, y el metro de la capital rusa, considerado el más concurrido de Europa, ha empezado a emplear mujeres.
De momento son 12. Todas en la línea moscovita Filyovskaya (Celeste), que tiene varias estaciones en la superficie y una de las que dispone de trenes más modernos, explica Yakovleva, de 23 años, recién graduada en la escuela ferroviaria después de casi un año de formación y prácticas, y la primera de sus compañeras que empezó a trabajar, este 3 de enero. Mientras muestra el funcionamiento del vehículo, las palancas, los controles y las pantallas, la joven cuenta que de pequeña quería ser piloto de avión. Terminó guiando un tren. “Es casi una cuestión familiar, mi bisabuelo y mi abuelo eran maquinistas, aunque mi padre se ha dedicado a otro campo; así que cuando vi que había oportunidad decidí revivir la dinastía”, apunta con una sonrisa.
En la década de 1930, un puñado de mujeres soviéticas fueron pioneras maquinistas en locomotoras de vapor y de metro en Moscú y Leningrado (hoy, San Petersburgo). Fueron muchas más durante la Segunda Guerra Mundial (Gran Guerra Patria, en Rusia y las antiguas repúblicas de la URSS) y las primeras décadas de la posguerra. Pero en 1981, conducir trenes, tranvías y el metro se añadió a la lista de profesiones consideradas “peligrosas” y vetadas para las mujeres. Una normativa del Código de Trabajo soviético de 1922 que el Partido Comunista llevaba impulsando años y que explicitaba el “refuerzo del papel materno tradicional”. Porque aunque el ideario soviético promulgaba la igualdad entre hombres y mujeres, y durante la trepidante industrialización ellas se sumaron en masa a la fuerza laboral, los mandos las mantuvieron lejos de las posiciones de alto liderazgo.
Estar muchas horas trabajando bajo tierra y la vibración constante del tren se consideró perjudicial para las mujeres. Aunque ellas continuaron trabajando en el subterráneo como limpiadoras, cajeras o controladoras de escaleras mecánicas; empleos con sueldos bastante más bajos que el de maquinista (actualmente el salario medio mensual en ese puesto equivale a unos 1.200 euros, el doble de lo que los expertos estiman como sueldo promedio en la capital) Y, como la normativa no planteaba despidos, algunas conductoras de metro permanecieron en sus puestos. La última, Natalia Kornienko, que se convirtió en toda una institución, se jubiló en 2014.
En el año 2000, ya bajo el Gobierno de Vladímir Putin, la lista se revisó. Pero en Rusia —como en muchas otras ex repúblicas soviéticas, como Bielorrusia, Kazajistán o Tayikistán— permaneció casi inalterable, con alrededor de medio millar de ocupaciones prohibidas para ellas por ser “demasiado peligrosas, arduas o insalubres”: herrera, calderera, soldadora, buzo, capitana de barco.
Hasta ahora. Aunque lejos de suprimir la lista, lo que ha hecho el Gobierno ruso, tras los requerimientos de la ONU y una tímida movilización social y empresarial, es revisarla. La ha reducido a un centenar de profesiones vetadas. Algo que para la abogada Alyona Popova, cofundadora del Proyecto W, una red de apoyo a las mujeres, sigue siendo discriminatorio y continúa perpetuando los estereotipos. Ellas todavía no pueden ocupar puestos en obras de minería subterránea, la perforación de pozos o en ciertas profesiones en las que se usan algunas sustancias químicas.
En Rusia, un país con un Gobierno muy conservador, con un problema de violencia de género descomunal, que promueve la idea de familia tradicional e impulsa las políticas para aumentar la natalidad muy concentradas en el papel de la mujer como madre, el feminismo sigue teniendo para gran parte de la ciudadanía connotaciones negativas. Y, aunque María Yakovleva remarca que su camino pionero “no tiene nada que ver con el feminismo”, la maquinista sí habla de “igualdad de género” y defiende la “igualdad de oportunidades”.
La paridad en la educación es casi total en Rusia. Sin embargo, el país euroasiático está en el puesto 122 de 150 en el informe sobre la brecha de género global del Foro Económico Mundial de 2020, debido a que la presencia de mujeres en los puestos de toma de decisión es ínfima. Aunque hay algunas mujeres en posiciones de alto perfil, como Elvira Nabiullina, gobernadora del Banco Central, o Tatiana Golikova, viceprimera ministra y líder del equipo de lucha contra la pandemia de coronavirus, dos de cada tres rusos declara que no querrían una mujer como presidenta, según una encuesta de VTsIOM. Y esa cifra, en lugar de reducirse, se ha ampliado.
Las autoridades rusas y el Gobierno de Moscú han celebrado el recorte de la lista de profesiones prohibidas y el pequeño paso igualitario en el metro. Aunque a su estilo: se ha lanzado una edición especial y limitada de la muñeca Barbie maquinista del metro de Moscú, con el uniforme azul marino.