El difícil rompecabezas para poder tener un hijo
La precariedad, la edad y las dificultades para compaginar carrera y maternidad pesan a la hora de ser madre. Tres mujeres cuentan sus historias
En febrero de 2020, cuando lo que estaba en boca de todo el mundo era el nuevo coronavirus que se extendía por el mundo, Estefanía Zeballos descubrió que estaba embarazada. Una noticia que tenía que haberle traído alegría, pues desea ser madre, derivó en una decisión durísima: tuvo que abortar. “No teníamos un piso, mi pareja y yo estábamos muy mal de trabajo”, recuerda. “Fue muy doloroso. Ahora estoy mejor, pero siempre me acuerdo. Es algo que nadie me va a sacar...
En febrero de 2020, cuando lo que estaba en boca de todo el mundo era el nuevo coronavirus que se extendía por el mundo, Estefanía Zeballos descubrió que estaba embarazada. Una noticia que tenía que haberle traído alegría, pues desea ser madre, derivó en una decisión durísima: tuvo que abortar. “No teníamos un piso, mi pareja y yo estábamos muy mal de trabajo”, recuerda. “Fue muy doloroso. Ahora estoy mejor, pero siempre me acuerdo. Es algo que nadie me va a sacar, siempre lo voy a tener presente”, dice cuando piensa en el bebé que no pudo ser.
El caso de Estefanía, de 29 años, es un ejemplo desgarrador de una de las causas de la caída de la natalidad en España: la precariedad. Llegó desde Argentina hace tres años, con su pareja. Ella limpia en varias casas, él trabaja en la construcción, viven en una habitación que alquilan en un piso compartido en Puente de Vallecas, en Madrid. Cuando se enteró del embarazo, ganaban entre los dos unos mil euros al mes. Después llegó el confinamiento, en el que ninguno de los dos ingresaba nada, y subsistieron gracias, sobre todo, a la ayuda de una de las familias que la emplea. La situación ha mejorado y tienen más trabajo, pero tampoco pueden alquilar un piso porque no tienen los papeles necesarios.
El primer objetivo ahora para ambos es conseguir que alguien les haga un contrato para regularizar su situación. “Hasta que salgan los papeles, nos pagaríamos de nuestro sueldo la Seguridad Social”, ofrece. Después, le gustaría ser cajera en un supermercado, “para poder tener un permiso de maternidad”. “Es fundamental. Ahora, si me doy el lujo de tener un niño, no podría trabajar con la panza grande, tendría que dejarlo”, afirma. El bebé, calcula, tendrá que esperar varios años.
El último intento
El de María, de 40 años, es el caso contrario. Solo le queda un último intento. Es el que se van a dar ella y su pareja, Javier, para tratar de tener un hijo a través de la embrioadopción, una de las técnicas de reproducción asistida más baratas, que consiste en la implantación de un embrión donado por otra pareja que se haya sometido a una fecundación in vitro. “Tengo la reserva ovárica muy baja, pero no hemos intentado la ovodonación —implantar un óvulo donado por otra mujer y fecundado con esperma de su pareja— porque es muy caro. Soy mileurista, y él está cobrando 600 euros, porque está en un ERTE desde que empezó la pandemia”, explica. “Es una pena. Si tuviéramos dinero, claro que lo intentaríamos más veces, hasta quedarme embarazada. Además, tenemos miedo a que se le acabe el ERTE. Ahora hay meses en que ni siquiera le pagan la prestación”, afirma.
Cuando se plantearon acudir a la reproducción asistida, María, trabajadora en el sector sanitario, y Javier, que se dedica al transporte y montaje de muebles, llevaban ya un año y medio intentando concebir un hijo. “Tuve la primera cita en el hospital público justo al acabar el confinamiento, en mayo. Me contaron que ya no podía entrar, por la edad”. La Seguridad Social solo cubre los tratamientos hasta los 40 años. Recurrieron a una clínica privada de bajo coste, describe, donde en noviembre le implantaron un embrión donado, sin éxito, por 1.650 euros (la ovodonación puede costar entre 4.000 y 9.000 euros), para lo cual pidieron financiación. “Ahora estamos buscando otra clínica, porque la primera no me gustó, y haremos un último intento”.
La situación de esta pareja, que reside en Madrid y prefiere no dar sus apellidos, refleja una de las causas de la baja natalidad en España: cuando las mujeres intentan tener hijos porque consideran que al fin es el momento vital, profesional o económico adecuado, se encuentran con que, por su edad, las posibilidades de quedarse embarazadas de forma natural han caído en picado. Durante la pandemia, muchas vivieron el agobio de que se retrasaran sus tratamientos por el confinamiento y el colapso de la sanidad, en una situación en la que cada mes cuenta, explican desde la Red Infértiles. La edad óptima para la fertilidad es entre los 20 y los 30 años. A partir de ese momento, se inicia el declive fisiológico de la fecundidad, que es mucho más acusado desde los 35 años, y aún mayor a partir de los 38, según indica la Sociedad Española de Fertilidad.
María lo sabe bien: a los 22 años se quedó embarazada “sin quererlo”, gracias a lo cual tiene ahora un hijo adolescente. Durante dos décadas no quiso volver a ser madre, pero cambió de idea con su pareja actual. “Y ahora que quiero, no puedo”, dice. “Nadie me informó de cómo cae la reserva ovárica”, lamenta.
Un cambio de cultura empresarial
Guillermo, de 37 años, y Paulina, de 34, no han tenido ese problema. Tuvieron a su hijo, Álex, cuando ella tenía 32 años, la edad media de la maternidad en España. Sin embargo, aunque quieren tener otro niño, han decidido posponerlo. El año de la pandemia les coincidió con sendos cambios de puesto de trabajo y una mudanza, desde la capital a Tres Cantos, a 20 kilómetros. También les echó para atrás el tener que acudir a un hospital posiblemente colapsado para las revisiones, y que ella no podría viajar a ver a su familia, en su Polonia natal, ni recibir su visita.
“Eran demasiadas cosas juntas, pensamos que ese estrés durante el embarazo podía ser negativo para el bebé”, recuerda Guillermo. Frente a la crisis que para muchos ha supuesto la pandemia, Paulina fue ascendida en septiembre en la empresa en la que trabaja, dedicada al business intelligence, una rama “a medio camino entre la estadística y la informática”, explica. “Tuve bastantes dudas antes de aceptar, por ver cómo compaginarlo con el niño”, admite. Sigue teletrabajando, algo que agradece porque no pierde dos horas diarias en desplazamiento, pero para asumir las nuevas responsabilidades, tuvo que dejar la reducción de jornada que tenía. Se organizan gracias al horario de Guillermo, de 7.00 a 15.30.
Esta pareja, que también prefiere no dar sus apellidos, lleva junta desde hace 12 años, cuando Paulina vino con una beca Erasmus. Pero esperaron para tener su primer hijo a que ella estuviera a punto de acabar el grado en Informática que empezó a los 28 años, cuando decidió cambiar de profesión. “Si no, quizás lo hubiera tenido uno o dos años antes”, como dice que sucede en Polonia. Para mejorar la natalidad en España “sería necesario un cambio de la cultura empresarial de que hay que estar disponible a todas horas”, opina. “Es todo un rompecabezas ser madre y tener una carrera profesional”.