Una aplicación y un centro propio de salud: la dura batalla de los kuikuro brasileños contra la covid-19
La aldea Ipatse, en el Parque do Kingú, crea estrategias comunitarias contra la falta de recursos sanitarios
En medio de los incendios que arrasan el Pantanal y amenazan con exponer a los pueblos indígenas de la zona a la covid-19, son raras las buenas noticias. Una de ellas proviene de la aldea Ipatse ―una de las 109 comunidades indígenas del Xingú―, que hace seis meses se puso un objetivo: que el nuevo coronavirus no se lleve ninguna vida. Sometido a u...
En medio de los incendios que arrasan el Pantanal y amenazan con exponer a los pueblos indígenas de la zona a la covid-19, son raras las buenas noticias. Una de ellas proviene de la aldea Ipatse ―una de las 109 comunidades indígenas del Xingú―, que hace seis meses se puso un objetivo: que el nuevo coronavirus no se lleve ninguna vida. Sometido a un sistema de salud muy frágil ―sin la presencia diaria de un equipo médico ni hospitales próximos―, el pueblo kuikuro ha creado una estrategia propia para frenar la enfermedad.
Los kuikuro adaptaron una aplicación móvil para rastrear los casos sospechosos. También levantaron una gran oca (típica vivienda indígena brasileña) para aislar a los pacientes, mientras la comunidad determinaba su cuarentena. Estas acciones llegaron a retardar la diseminación de la enfermedad algunos meses, pero en julio los casos empezaron a crecer. Fue cuando los kuikuro inauguraron un centro de salud propio, con botellas de oxígeno para estabilizar a los pacientes, y contrataron a una médica y a un enfermero para que se quedasen en el territorio. Todo con el dinero de donaciones.
La aldea ―en la que viven unos 400 indígenas y que tiene cerca de 77 infectados― ha tenido éxito hasta ahora en su objetivo de evitar muertes por coronavirus. El temor ahora son los impactos del infierno que se extiende por el Pantanal y por el Parque do Xingú para la salud de los indígenas, en plena pandemia. El fuego empieza a acercarse a Ipatse, y la humareda es constante. Al menos, la situación en la zona no es tan grave como la que viven otras aldeas en el área del Pantanal, que tuvieron que ser reubicadas debido a los incendios.
“De momento, ninguna aldea ha sido evacuada. Estamos trabajando con el instituto IPAM Amazônia para coordinar con los brigadistas del IBAMA (Instituto Brasileño del Medio Ambiente) para tratar de atenuar la situación”, cuenta el investigador Bruno Moraes, que trabaja con los kuikuro. Pero la situación es alarmante. Indígenas e indigenistas afirman que el humo constante está empeorando el cuadro respiratorio de los pacientes infectados por el nuevo coronavirus en algunas aldeas, como en la de Mayene, a 20 kilómetros de allí. En Ipatse se teme que tales complicaciones puedan llegar muy pronto.
“El virus entró en la aldea, pero todavía no se ha muerto nadie. Creo que nuestro plan ha dado resultado, lo ha controlado”, dice el líder indígena Yanama Kuikuro, presidente de la Asociación Indígena Kuikuro del Alto Xingú. Cuenta que la preocupación sobre cómo se enfrentaría la aldea a la pandemia empezó en marzo, cuando los telediarios ―a los que las comunidades tienen acceso mediante televisores alimentados por un generador― dieron la noticia de que el virus se estaba propagando por el territorio brasileño. En ese momento, el cacique Afukaka alertó sobre la necesidad de cuidarse y empezó a hablar con la comunidad para poner en marcha una cuarentena voluntaria
Las tareas más usuales de la comunidad ―que vive básicamente del campo y de la pesca― suponen grandes riesgos. Los indígenas que viven en Ipatse suelen viajar cerca de 160 kilómetros hasta las ciudades más cercanas (como Gaúcha do Norte y Canarana) para comprar alimentos que no producen en la aldea, combustible para sus embarcaciones y útiles de pesca. Estos desplazamientos constantes fueron registrados y analizados mediante una aplicación desarrollada por un colectivo transnacional de investigadores y científicos sociales.
Los kuikuro ya usaban esta herramienta para mapear yacimientos arqueológicos y áreas cultivadas, así como para monitorear regiones con riesgo de deforestación e incendios forestales. Y decidieron, con sus socios, adaptarla para paliar la crisis sanitaria. La aplicación sirvió, finalmente, para elaborar un gran censo en la comunidad. Los agentes comunitarios indígenas registraron el número de casas y los hombres, mujeres y niños que vivían en ellas. También introdujeron en el sistema desde perfiles con comorbilidades hasta los motivos que propiciaban la salida de los “viajeros indígenas”. Organizaron además entregas de alimentos y equipos a la aldea, lo que redujo las necesidades de movimiento y aumentó los índices de confinamiento. Los propios indígenas también produjeron vídeos en karib, el idioma local, para incentivar a la gente a quedarse en casa.
“Queríamos entender el motivo de las salidas de la aldea para reducir la circulación. El 70% de los indígenas iban a la ciudad a comprar alimentos y combustible. Empezamos a repartir esos géneros y, en efecto, vimos una reducción drástica: de 20 personas que viajaban a la semana, pasaron a hacerlo tres. Los viajes que siguieron fueron para tratamientos de salud, de embarazadas que tenían que acudir a la atención prenatal”, explica el investigador Bruno Moraes, que trabaja en el monitoreo desde su casa, en la ciudad de Belém. Los técnicos geoespaciales también alimentan el sistema con información de las personas que viajan de cada familia y si estos presentaron síntomas durante los últimos 14 días ―datos cruciales para aislar a quienes están en contacto con casos sospechosos y romper así la cadena de contagio
Una oca para la cuarentena
Incluso cuando el coronavirus ya avanzaba por la región del Xingú, la aldea Ipatse vivió los primeros meses de crisis con relativa tranquilidad. Esa primera fase fue de vigilancia y preparación de una respuesta para cuando llegasen los casos. Mientras tres indígenas alimentaban diariamente la aplicación con información de los pacientes, construyeron una enorme oca por si hiciera falta un espacio para aislar a los infectados. La estrategia no tuvo en cuenta que cuando un kuikuro enferma, también observa si hay una dolencia espiritual y trata de no salir de casa para proteger su espíritu. Por eso, la casa de aislamiento acabó siendo la más utilizada para la cuarentena de quienes tuvieron que ir a la ciudad. Los viajeros se quedaban allí antes de regresar a la convivencia de la comunidad como una medida más de protección.
El dinero de las donaciones ―cerca de 200.000 reales, unos 38.200 dólares― se empleó para comprar medicamentos, camas y cilindros de oxígeno. Se organizó un pequeño ambulatorio para atender y aislar a los infectados, con autorización del Gobierno Federal. El centro está a cargo de una médica y un enfermero que fueron contratados por un periodo de seis meses para que la aldea pudiera luchar contra la pandemia. “Que haya un médico aquí todos los días nos hace sentir más seguros. La SESAI (Secretaría de Salud Indígena) también nos manda un médico, que se queda una semana y luego se va a otra comunidad", cuenta Yanama. El nuevo establecimiento sanitario ofrece oxigenoterapia a pacientes con molestias respiratorias. Esta semana, recibió a dos indígenas que fueron estabilizados y no tuvieron que ser trasladados a un hospital.
La estructura de la Ipatse se ha convertido un referente para cerca de seis aldeas del entorno. Todos los días, la médica Giulia Parise Balbão se comunica por radio con otras comunidades para darles instrucciones y realizar consultas de telemedicina. “Cuando llegué, ya estaba muy definido que el objetivo era no perder ninguna vida en la aldea. La gente ya estaba trabajando incansablemente. Yo solo he venido a sumarme a este equipo”, cuenta Balbão. Esta estrategia también se está expandiendo a otras localidades, donde recopilan datos para la misma aplicación que emplean los kuikuro. “También hemos empezado a hacer el seguimiento de estas aldeas vecinas. Estamos exportando la idea. Lo que es el tratamiento, se concentrará en Ipatse, pero esperamos poder contratar a más médicos para ofrecer esa asistencia a 12 aldeas, que componen el 13% de la población del Parque do Xingú”, afirma Moraes.
Hasta comienzos de esta semana, la APIB (Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil) contabiliza 806 fallecidos por la covid-19 entre la población indígena en todo Brasil. El Gobierno notifica 419 víctimas, ya que no cuenta los indígenas en áreas urbanas.
El último mes, los casos de coronavirus entre indígenas han repuntado. A principios de julio, la aldea Ipatse confirmó sus primeros casos, los de dos indígenas que probablemente se contagiaron en el centro de salud de la ciudad y a los que se les dio el alta antes de hacerse la prueba. Semanas después, otros habitantes de la aldea presentaron síntomas tras participar en un entierro. Los técnicos geoespaciales ―que diariamente monitorean la situación de las familias― identificaron con prontitud a esas personas, a las que el equipo médico llevó a cabo un seguimiento.
Las pruebas realizadas en la aldea confirman que al menos 77 personas ya han contraído el virus. El cacique y una mujer de 90 años enfermaron y se recuperaron. La muerte de los más mayores preocupa bastante a la comunidad, cuya historia es preservada y transmitida especialmente por los ancianos. La vigilancia sigue firme con el mismo objetivo asumido hace seis meses: el de mortalidad cero por coronavirus.
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