Ir al contenido

Del Rococó a los leggings: qué significa vestirse en tiempos convulsos

Puede que en una temporada llena de debuts de grandes estrellas, la labor de Bellotti en Jil Sander haya pasado desapercibida. Pero, ante tanta tendencia pasajera seguida de forma masiva, lo suyo parece honesto y real

La ropa importa poco en la mayoría de las marcas de moda famosas. El diseño de prendas, los desfiles espectáculo y las embajadoras famosas suelen cumplir la misión de vender accesorios: bolsos, zapatos, cinturones, pañuelos o incluso charms, tazas o llaveros en algunos casos. En Jil Sander, sin embargo, lo que importa, y mucho, es la ropa. Durante los noventa, la diseñadora alemana inventó (o más bien institucionalizó) un modo de vestir en el que las prendas, perfectamente cortadas y decoradas con detalles y matices mínimos, subrayaban el carácter de quien las llevaba. En una entrevista en S Moda, Sander recordaba esos años y reflexionaba sobre diseñar con “una misión” y “no ver la ropa como un mero adorno sino como una forma de subrayar la inteligencia”. Años después, la escuela Sander tuvo alumnas aventajadas, de Phoebe Philo a las hermanas Olsen (The Row) o Nadège Vanhee en Hermès, que se entregaron a lo que comúnmente se llama minimalismo para vestir a las mujeres de forma cómoda y rigurosa, con una especie de perfeccionismo obsesivo que solo detecta el observador experto (y el que lo lleva, claro).

Pero Jil Sander, la marca, no es meramente minimalista, ni por supuesto encaja del todo en eso que llaman lujo silencioso. Es algo así como una búsqueda de la pureza, como una forma de destilar el vestir cotidiano hasta convertirlo en algo muy poco común.

El pasado miércoles por la mañana, la marca, propiedad del grupo OTB (dueño de Diesel, Margiela o Marni, entre otras) volvía a sus oficinas blancas en la Piazza del Castello para presentar la colección debut de Simone Belloti como su nuevo director creativo. El lugar, en el que la enseña no desfilaba desde el 2017, ya era toda una declaración de intenciones, porque no era solo una vuelta al inicio, también una apuesta por el desfile íntimo y hasta humilde, sin más decoración que una rampa negra por la que bajaban las modelos. Cuenta Belloti, uno de esos nombres desconocidos para el público porque lleva décadas siendo el segundo de abordo en las grandes marcas, que el purismo para él no es un proceso, sino un lenguaje. No se trata tanto de restarle lo superfluo a una prenda (¿qué le restas a una marca que se define por lo esencial?) sino de trabajar los contrastes sutiles en la relación de la ropa con el cuerpo, una relación que, aunque parezca extraño, importa poco a según qué marcas, como si las prendas no existieran para llevarlas puestas.

Había gasas ligerísimas drapeadas sobre el torso y abrigos con una silueta armada hechos por un tejido que se asemejaba al cartón, faldas con pequeñas aberturas, como si estuvieran rasgadas, vestidos blancos con piezas geométricas, como si fueran armaduras y chaquetas arrugadas manualmente en el punto exacto en el que la cintura se estrecha. También había leggings y pantalones vaqueros, porque de lo que se trata es de mitificar lo cotidiano; la arruga, el roto y los pliegues involuntarios que nacen del movimiento. Belloti volvía a la fundadora de la casa, Jil Sander, en su juego con los bloques de color. Porque a la alemana se la recuerda quizá por el blanco, negro y gris, pero lo cierto es que el lila, el azul klein o el rosa pastel eran el contrapunto “emocional” a las siluetas rigurosas.

Puede que en una temporada llena de debuts de grandes estrellas en marcas enormes, la labor de Bellotti haya pasado desapercibida. Pero su inicio en Jil Sander no solo ha sido brillante, también ha iniciado un modo de aproximarse al diseño de prendas que era necesario hoy, porque ante tanta tendencia pasajera seguida de forma masiva, y ante tanta pirotecnia con los archivos y los legados lo suyo parece honesto y real.

A Glenn Martens no se le puede llamar minimalista, pero sí se le puede catalogar como un diseñador real. El director creativo de Margiela y Diesel (dos marcas también de OTB) ha llevado el espíritu democrático de la segunda a otro nivel: los modelos que llevaban su colección de primavera estaban encerrados en huevos repartidos por todo Milán, para que los descubrieran los peatones y, con suerte, alguno de los fans que se habían registrado en la página de la marca: si encontraban todos los diseños, más de una treintena, ganaban dos looks completos de la colección. Algo así como un Pokémon Go llevado a una industria que lleva tiempo coqueteando con la gamificación, pero que nunca se había atrevido a llevarla al mundo real (el analógico) porque son demasiadas las dinámicas elitistas que la rodean. Diesel no es lujo en sentido estricto, pero si algo sabe hacer Martens es desligar lo aspiracional de lo exclusivo. Algo también muy necesario.

Hace tiempo que las pasarelas no proponen tendencias concretas para la próxima temporada. Cada marca hace malabares con su historia y su identidad sin sumarse a ningún estilo concreto. Pero en esta temporada de desfiles se está notando la fluctuación entre el maximalismo y la sencillez, sin término medio. Formas de vestir opuestas que quizá sean una forma extrema de intentar acertar con lo que quiere el cliente del lujo, que se ha convertido en una incógnita. Nueva York ha sido un despliegue de funcionalidad lujosa (algo, por otro lado, muy ligado al estilo norteamericano), Londres una especie de escaparate de la vanguardia, con miriñaques y prendas hinchables incluidas, y Milán una especie de mezcla de contrarios: Etro se lo jugaba todo al más es más con una colección que iba mucho más allá del estilo bohemio para beber del rock, del western, de lo árabe y de la psicodelia (todo a la vez); Alberta Ferretti simplificaba sis vestidos románticos con una paleta de colores cálidos (naranja, blanco, marrón) que teñían prendas holgadas y fáciles de llevar, y Fendi y Max Mara jugaban al despiste, haciendo convivir, cada uno desde su mirada, lo rococó con lo básico.

María Antonieta ha sido una referencia recurrente en algunas colecciones recientes y el museo Victoria and Albert de Londres le está dedicando en estos momentos una exposición a su estilo e influencia. Su estilo de vida caprichoso y exagerado, completamente alejado de la realidad, resulta atractivo dos siglos y medio más tarde. Tal vez porque el panorama mundial, salvando las distancias, guarda ciertas similitudes con aquella Francia polarizada del siglo XVIII. Pero Ian Griffiths, director creativo de Max Mara ha preferido inspirar su colección en otra gran figura del rococó, Madame de Pompadour; básicamente porque al diseñador británico le gusta basar sus diseños en mujeres que desafiaron realmente las convenciones de su tiempo, y Pompadour era una rara avis en la corte que le rebatía argumentos a Voltaire sin despeinarse. En cualquier caso, Max Mara, que sí encaja con la idea de prendas lujosas y discretas absolutamente atemporales desarrolló el estilo estético más opuesto a su identidad a partir de abrigos con margas de gasa abullonada, jerséis con el cuello terminado en una sutil gorguera o faldas de finas capas de organza asimétrica.

Silvia Venturini Fendi quería crear una colección “de gestos simples y trabajo complejo”, según sus propias palabras. Quizá sea la colección más veraniega y optimista que ha creado la casa romana: estampados de flores, colores fuertes, siluetas muy relajadas, y prendas técnicas y ligeras mezcladas con otras más artesanales. Que lo difícil (el proceso, la artesanía y los contrastes de texturas) parezca fácil y divertido. Sobre todo los accesorios, que suponen el grueso de la facturación de la firma y que esta vez jugaban con los bloques cromáticos, los forros estampados y el plástico transparente.

Todo apunta a que esta idea de hacer que lo difícil parezca fácil volverá a repetirse en las siguientes jornadas de desfiles en Milán. Sobre todo en el debut de Darío Vitale en Versace y en el de Louise Trotter en Bottega Veneta. El primero, curtido en Prada y a Miu Miu, es probable que reconduzca la exuberancia de la firma hacia formas más austeras y rigurosas. La segunda entra a liderar la marca del lujo sutil por excelencia. Habrá que esperar para confirmarlo. Lo que está claro, tras estas primeras jornadas, es que es más fácil interpretar el maximalismo desde la sencillez y el realismo que intentar hacer lo contrario. También que aún no ha habido ninguna mención a Palestina ni en las colecciones ni en los desfiles, pese a que el pasado lunes la ciudad se paralizó por una huelga contra el genocidio.

Sobre la firma

Más información

Archivado En