Deborah Eisenberg: “La gente más joven se siente traicionada y, por buenos motivos, se siente aterrada”
La escritora disecciona el mundo con sus relatos. “Creo que es muy importante ser específico y pensar lo que quieres decir realmente”, asegura
Deborah Eisenberg (Winnetka, Illinois, 78 años) ha publicado cinco colecciones de relatos. No es una escritora prolífica, pero The New York Times la ha encumbrado como “la cronista de la locura estadounidense”, ha ganado el premio PEN/Faulkner y es miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras. “Soy muy lenta”, admite con una chispa de orgullo. H...
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Deborah Eisenberg (Winnetka, Illinois, 78 años) ha publicado cinco colecciones de relatos. No es una escritora prolífica, pero The New York Times la ha encumbrado como “la cronista de la locura estadounidense”, ha ganado el premio PEN/Faulkner y es miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras. “Soy muy lenta”, admite con una chispa de orgullo. Habla despacio, piensa qué palabras utilizar, busca la precisión: “Creo que es muy importante ser específico y pensar lo que quieres decir realmente”. Esa economía y exactitud en el lenguaje se reflejan en unos relatos con los que disecciona el mundo. No se ha planteado crear una novela. “Acabo y les digo adiós a mis personajes”, dice entre risas. Ha visitado Madrid para presentar Taj Mahal (Chai Editora), su último libro. Le gusta el vino tinto, la vida en España: ha pasado unos meses en Málaga con su pareja, el actor y dramaturgo Wallace Shawn (La princesa prometida, Manhattan, Gossip Girl), a quien llama cariñosamente “my sweetheart”. Él le regaló el anillo que destaca en una de sus finas manos. De plata, contundente, recuerdo del rodaje de Star Trek: Deep Space Nine. “Somos muy distintos, pero en cierto modo tenemos una mente compartida”, reconoce.
¿Qué les ha llevado a Málaga?
Varias razones, en realidad. Una es que odio, absolutamente, el frío. Conocí la ciudad de una visita hace 10 años y me encantó por… ¿cómo lo describiría? Lamento ser tan inarticulada, es un sentimiento a la vez de la vida cotidiana desarrollándose y de placer.
Muchos estadounidenses la están eligiendo ahora para vivir.
Estados Unidos resulta aterrador y deprimente en este momento.
Las elecciones de noviembre se presentan complicadas. ¿Venir a España unos meses le ayuda a quitarse de la cabeza eso?
Ese fue un gran incentivo… Pero no puedes olvidarlo ni por un minuto, no es que España sea un planeta aparte, el mundo está ahora unido por sus problemas. Y cualquier perturbación en un sitio va a afectar a los demás lugares. Está todo estrechamente equilibrado, o desequilibrado, habría que decir ahora. Y hay tanta gente sufriendo… Pero para mí sí que es una forma de escapar de esa sensación combinada de aislamiento completo y ruido total.
Estuvo entre los intelectuales judíos de EE UU que firmaron una carta pidiendo el alto el fuego en Gaza al presidente Biden el pasado octubre. ¿Siente que hay que tomar partido?
Como judía, siento que es absolutamente imperativo hablar claro contra la destrucción, la crueldad y la opresión. Todo el mundo tiene una responsabilidad de hablar contra la injusticia. Y los judíos, quizá especialmente los de mi generación, tenemos una responsabilidad particular, porque es como si hubiéramos aprendido la lección equivocada de las atrocidades del Tercer Reich.
Aunque dice que no es una activista, siempre se posiciona: en los ochenta viajó a Centroamérica para criticar los problemas ocasionados por la Administración Reagan. En algunos de sus relatos se ven reflejos de esas experiencias.
Me preocupa ser estadounidense y ser, por lo tanto, beneficiaria de una comodidad que ha surgido en gran medida a expensas de otros lugares. Me refiero a la situación colonial. Al madurar me volví muy consciente de que, como votante, tengo un poder desproporcionado en el mundo, porque voto en EE UU. Ahora la mayoría de los migrantes allí llegan de Latinoamérica, y las situaciones en muchos de sus países han sido causadas desde hace siglos por cosas hechas en EE UU. Lo mínimo es ser consciente de ello.
¿Qué le gusta de viajar y conocer a sus lectores?
No tengo la oportunidad de hacerlo mucho. Y es necesario, porque es fácil pensar que estás aislado con tu experiencia, pero conoces a otra gente y ves que os preocupa lo mismo, o que tienen ideas diferentes pero puedes conversar con ellos. Y eso es importante siempre, pero hoy más que nunca, porque parece que aunque la gente habla todo el rato no tiene la costumbre de conversar y de intercambiar ideas, y eso me parece muy peligroso.
¿Ese destello de optimismo es una cura para la incertidumbre?
Sí, para mí el optimismo es pensar que van a pasar cosas buenas. Implica ser conscientes del resultado de nuestras acciones, decisiones y políticas. Sería bueno que las personas fueran más conscientes unas de las otras. En mis últimos años como docente [ha dado clases en las universidades de Virginia y Columbia] veía que los estudiantes estaban asustados y enfadados. En mi generación y las que siguieron esperábamos estar bien, íbamos a tener trabajo, una vida agradable. La gente más joven se siente traicionada y, con buenos motivos, se siente aterrada, se preguntan qué van a hacer, qué va a pasar con el medio ambiente, los impuestos.
Las mujeres...
Exacto. En Alabama se acaba de aprobar un dictamen que dice que un embrión es una persona. Y lo que esencialmente significa es que sí, un embrión es una persona, pero una mujer no. En todo el mundo hay una gran regresión. Ahí estamos.
Fue una escritora tardía pero una lectora precoz. ¿La lectura fue un refugio? Ha contado que tuvo una infancia complicada, que estuvo en terapia desde los dos años, que usted era la pura expresión de los miedos de su madre.
Eso es verdad.
¿Cómo la relación con ella forjó a la autora en la que se ha convertido?
Oh, no tengo ni idea. Era muy, muy complejo. Y ella sufrió mucho. Lo siento mucho por ella. Por el dolor que le causé, y por el que ella me causó a mí. Era una persona complicada, pero creo que para mí leer fue más una forma de hallar emoción más que un refugio, porque crecí en un barrio residencial de las afueras de Chicago, que era aburrido, y leer era increíble. Siempre he sido una lectora lenta. Y eso acabó siendo un problema. Soy muy lenta, soy como la lectora más lenta del mundo...
Se reconoce como lectora y escritora lenta en tiempos de inteligencia artificial. ¿Combate así la velocidad del mundo?
Sí, este tipo de velocidad vacía de hoy en día es aterradora. La lentitud es el único camino disponible para mí. Parece que estamos llegando al final de las capacidades de nuestra especie. Nos destruimos unos a otros físicamente y a la vez estamos reemplazándonos por robots. Hay cosas buenas en nuestra especie que son indefinibles: ¿existe algo llamado alma, qué es la consciencia, la mente? ¿Pueden estas cosas ser transmitidas a las máquinas? Y de ser así, ¿por qué querríamos conservarnos a nosotros mismos?
Empezó a escribir porque dejó de fumar, ¿alguna vez se ha arrepentido?
Si los cigarrillos no te hicieran daño, seguiría fumando. Lo último que quiero hacer es fumar. Sigo soñando con ello.